Nº 1721
14 DE AGOSTO DE 2013
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Nº 1721 - (205-13) – 1ª Página
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E U S O U
AQUELE QUE SOU
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(Jn 15, 13).
Martirologio Romano: Memoria de san Maximiliano
María (Raimundo) Kolbe, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores
Conventuales y mártir, que fue fundador de la Milicia de María Inmaculada.
Deportado a diversos lugares de cautiverio, finalmente, en el campo de
exterminio de Oswiecim o Auschwitz, cerca de Cracovia, en Polonia, se ofreció a
los verdugos para salvar a otro cautivo, considerando su ofrecimiento como un
holocausto de caridad y un ejemplo de fidelidad para con Dios y los hombres
(1941).
Maximiliano María Kolbe nació en Polonia el 8 de
enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola, que en ese entonces se hallaba
ocupada por Rusia. Fue bautizado con el nombre de Raimundo en la iglesia
parroquial.
A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres
franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por
Austria. Fue en el seminario donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus
estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.
Devoto de la Inmaculada
Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la
Gracia divina para el avance de la fe católica. Movido por esta devoción y
convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada"
cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el
objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la
construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio San
Maximiliano, el movimiento tendría: "una visión global de la vida católica bajo
una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada."
Verdadero
apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual "Caballero de la
Inmaculada", orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la
Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500
ejemplares en 1922, en 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.
En
1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento franciscano de
Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se
convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de San
Maximiliano, dedicada a "conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo,
para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos
tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones."
En 1931,
después de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario y viaja
a Japón en donde funda una nueva ciudad de la Inmaculada ("Mugenzai No Sono") y
publica la revista "Caballero de la Inmaculada" en japonés ("Seibo No
Kishi").
En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de
Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto
con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es
liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada
Concepción. Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la
prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de
Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su
ministerio.
En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los
prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e
inpersonal, como un simple número: a San Maximiliano le asignaron el 16670. A
pesar de todo, durante su estancia en el campo nunca le abandonaron su
generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la
dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de agosto de 1941, un
prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Maximiliano escapa;
en represalia, el comandante del campo ordena escoger a diez prisioneros al
hazar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento
Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con
hijos.
San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez prisioneros
escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el
cambio, y San Maximiliano es condenado a morir de hambre junto con los otros
nueve prisioneros. Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía
vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de
1941.
Es así como San Maximiliano María Kolbe, en medio de la más
terrible adversidad, dio testimonio y ejemplo de dignidad. En 1973 Pablo VI lo
beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como Mártir de la Caridad. Juan
Pablo II comenta la influencia que tuvo San Maximiliano en su vocación
sacerdotal: "Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los
años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente
supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos
hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres
mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida
por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano
María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów." (Don y Misterio).
San
Maximiliano nos legó su concepción de la Iglesia militante y en febril actividad
para la construcción del Reino de Dios. Actualmente siguen vivas obras
inspiradas por él, tales como: los institutos religiosos de los frailes
franciscanos de la Inmaculada, las hermanas franciscanas de la Inmaculada, así
como otros movimientos consagrados a la Inmaculada Concepción. Pero sobretodo,
San Maximiliano nos legó un maravilloso ejemplo de amor por Dios y por los
demás.
Con motivo de los veinte años de la canonización del padre
Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de
Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50
kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los
manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con
besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros
escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida
voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo
largo de su vida. Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de
mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de
Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila
por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con
gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te
mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y
besos, Raimundo Kolbe».
Juan Pablo II, un año después de su elección, en
Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que
donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe
unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de
1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino,
por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada,
derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para
apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».
Los radioaficionados lo consideran su santo patrón, ya que San
Maximiliano durante 30 años estuvo activo con el indicativo
SP3RN.
Escucha la fascinante historia de san Maximiliano Kolbe, "héroe
personal" de Juan Pablo II y cuya fiesta se celebra hoy, 14 de agosto aquí. Mauricio I. Pérez
ANASTÁSIA, Santa
século IX
|
século IX
ISABEL RENZI, Beata
Fundadora (1786-1859)
No site Es.catholic.net/santoral
Arnulfo de Soissons, Santo
Obispo, 14 de agosto
ISABEL RENZI, Beata
Fundadora (1786-1859)
No site Es.catholic.net/santoral
Fundadora (1786-1859)
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Arnulfo de Soissons, Santo |
Obispo, 14 de agosto |
Martirologio Romano: En Aldemburgo, en
Flandes, muerte de san Arnulfo, obispo de Soissons. Monje después de haber sido
soldado, fue elevado al episcopado, desde donde se esforzó en buscar la paz y la
concordia, y, finalmente, murió en el monasterio que él mismo había fundado
(1087).
Nació en Flándes hacia 1040. En su juventud, se
distinguió en los ejércitos de Roberto y Enrique I de Francia. Pero Dios le
llamó a una batalla más noble, por lo que decidió responder al llamado
consagrando su vida al sevicio de los hombres. Ingresó entonces al monasterio de
San Medardo de Soissons. Después de ejercitarse en la virtud, con la ayuda de la
vida comunitaria, se enclaustró en una estrecha celda en la más estricta
soledad, entregándose a la oración y la penitencia.
Fue nombrado abad
del monasterio y en 1081, un concilio le eligió obispo de Soissons. Más tarde,
renunció a su cargo y fundó un monasterio en Aldenburgo, en Flándes, donde murió
en 1087. En un sínodo que tuvo lugar en Beauvais en 1120, el obispo que ocupaba
entonces la sede de Soissons presentó una biografía de San Arnulfo a la asamblea
y pidió que su cuerpo fuese trasladado a la iglesia. Finalmente, así se
hizo.
Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco Shoyemon,
Santos
Mártires, agosto 14
Domingo Ibáñez de Erquicia y Francisco Shoyemon, Santos
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Martirologio Romano: En Nagasaki,
de Japón, santos mártires Domingo Ibáñez de Erquicia, presbítero de la Orden de
Predicadores, y Francisco Shoyemon, novicio en la misma Orden y catequista, que,
en tiempo del Emperador Tokugawa Yemitsu, recibieron la muerte por odio al
nombre cristiano (1633).
DOMINGO IBÁÑEZ DE ERQUICIA, español,
sacerdote dominico. Nace en Régil (San Sebastián), hijo de la Provincia de
España hasta su afiliación a la Provincia del Rosario. En Manila enseña en el
Colegio de Santo Tomás y predica el Evangelio en diferentes lugares de
Filipinas. Pasa a Japón en 1623, donde trabaja clandestinamente. Denunciado por
un cristiano apóstata, es encarcelado y ajusticiado. Desempeñó un importante
papel, como Vicario provincial de la misión. Se conserva una parte de su
epistolario. Edad, 44 años.
FRANCISCO SHOYEMON, japonés,
cooperador dominico. Compañero de apostolado del P. Ibáñez de Erquicia.
Arrestado en 1633, toma el hábito dominicano en la cárcel. Es ajusticiado junto
a su padre espiritual.
Los dos forman parte de los 16
mártires en Japón que fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 18 de
febrero de 1981 y luego canonizado el 18 de octubre de 1987.
Sante de Urbino Brancoisini, Beato
Laico Franciscano, 14 de agosto
Sante de Urbino Brancoisini, Beato
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Martirologio Romano: Cerca de
Montebaroccio, en el Piceno, en Italia, beato Sante de Urbino Brancoisini,
hermano converso de la Orden de los Hermanos Menores (1390).
Hermano profeso franciscano, del que no sabemos con
exactitud el año en que nació ni el año en que murió. En su juventud, noble
estudiante y militar; luego, en el convento, maestro de postulantes y hermanos
laicos, cocinero y hortelano, o dedicado a otros humildes menesteres. Destacó
por su vida penitente y oculta a los ojos de los hombres, en la intimidad del
retiro y en el trato continuo con Dios.
La vida del Beato Sante de Urbino
ofrece admirables contrastes. Noble retoño de la ilustre familia de los
Brancaccini, conocida más tarde con el nombre de Giuliani, morirá como humilde
hermano lego en el seno de la familia franciscana; y el hombre que en los
umbrales de la vida manejó la espada para ejercer el derecho de legítima
defensa, no conocerá, al final de su carrera, más armas que una pobre cruz de
palo que le recuerde la Pasión del divino Redentor.
Nació en el pueblo de
Monte Fabbri, diócesis de Urbino (Italia). Ilustre por su sangre, no lo fue
menos por la piedad e inocencia de costumbres, a la par que por su inteligencia
despejada y por los rápidos progresos que hizo en las ciencias y en las artes
humanas.
Sintió especial atractivo por la carrera de las armas y se
prometía brillante porvenir, cuando quiso Dios que cambiara radicalmente de idea
y de género de vida; la Providencia le tenía destinado un lugar humanamente más
humilde, pero de realidades mucho más espléndidas: la vocación religiosa. Aquel
cambio repentino le sobrevino a consecuencia de un desagradable suceso que
imprevistamente le ocurrió cuando contaba unos veinte años de
edad.
Penitencia por un homicidio involuntario
Un día, por motivos
y en circunstancias que la historia desconoce, se encontró frente a frente con
su padrino que, armado de espada, le amenazó de muerte. Puesto nuestro joven en
trance de legítima defensa, echó rápidamente mano de su propia espada, y más
ágil sin duda que su contrario, trató de reducirlo, para lo cual le hirió en la
pierna. Sin embargo, a consecuencia de la herida, murió el padrino pocos días
después.
En realidad, nuestro joven no era culpable, pues se había
limitado a rechazar al injusto agresor; sin embargo, experimentó por ello tales
remordimientos que determinó abandonar el mundo y el brillante y lisonjero
porvenir que la vida le ofrecía, para consagrarse enteramente al servicio del
Señor, lejos de aquellos peligros que suelen acarrear las pasiones.
La
Orden Franciscana le pareció la más conforme con las aspiraciones de su alma,
que no eran otras que vivir vida penitente y desconocida de los hombres, en la
intimidad del retiro y en el trato continuo con Dios.
El hermano converso
Nadie ignora que en las órdenes religiosas, especialmente en las
antiguas, hay religiosos sacerdotes dedicados a las funciones de su ministerio y
otros religiosos, llamados conversos o legos, que no reciben las órdenes
sagradas, y viven ocupados en los diferentes empleos y trabajos manuales propios
del monasterio.
San Francisco de Asís dispuso que entre sus religiosos no
hubiera categorías, y que, por consiguiente, tanto los miembros investidos de la
dignidad sacerdotal, como los simples hermanos legos, vistieran el mismo sayal,
se sentaran a la misma mesa y tuvieran igual lecho. Sin embargo, es natural que,
debido a sus ocupaciones, el religioso sacerdote lleve vida más ostensible que
el simple lego; y por lo mismo, puede ocurrir que las virtudes de éste
permanezcan más fácilmente ignoradas o que sean menos conocidas, como
consecuencia de aquella vida más retirada y humilde.
Esto era cabalmente
lo que deseaba Santos; y a pesar de la nobleza de su familia y haciendo caso
omiso de los estudios cursados y de los conocimientos adquiridos, pidió y obtuvo
ser admitido en calidad de hermano lego. Pensaba valerse de la humildad de
aquella vida para realizar los anhelos de santidad que el Señor le infundía.
Temía el peligro de lo exterior y por nada del mundo hubiera dejado la seguridad
que a sus inquietudes espirituales ofrecía aquel retraimiento
conventual.
Ardientes deseos de austeridad
Al hablar del hermano
Santos, nos dicen sus historiadores que desde los comienzos se distinguió por su
santísima vida y que muy presto adelantó en perfección a los más fervorosos. Se
ha dicho que ayunar a pan y agua es llevar la penitencia al último grado; pues
bien, Santos fue más lejos, si cabe, ya que pasó largos años sin probar un
bocado de pan, contentándose con tomar algunas legumbres y frutas en la cantidad
absolutamente indispensable para conservar la existencia.
Llevado de los
ardientes deseos de austeridad que llenaban su alma, suplicó a Dios que le
hiciera sentir vivos dolores en su cuerpo, y en el preciso lugar en que había
herido a su adversario, el recuerdo de cuya muerte no se apartaba de su memoria.
Oyó el Señor el ruego de su siervo, el cual tuvo que soportar, hasta la muerte,
las molestias de una dolorosísima úlcera, aparecida en el muslo, sin que,
humanamente hablando, nadie pudiera explicar su origen. Cuantos medios tomaron
los superiores para curarle o al menos aliviar al paciente, resultaron
inútiles.
Cinco siglos han pasado desde entonces, y todavía puede
observarse, en el cuerpo incorrupto del siervo de Dios, la señal de aquella
llaga que fue para él señal pesadísima, pero muy gloriosa y amada
cruz.
El maestro de los novicios legos
Generalmente, ya antes lo
hemos apuntado, la vida del hermano lego se desliza en la oscuridad y en el
silencio del claustro; incluso sus virtudes parecen tener menos brillo. Sin
embargo, Dios quiere a veces colocar la luz sobre el candelero a fin de que su
fulgor irradie a todas partes; y fue de su divino beneplácito hacerlo así con
fray Santos, cuya magnitud espiritual no podía pasar fácilmente
inadvertida.
Fue fácil ver desde el principio que era hombre de Dios, a
quien una profunda humildad ponía al abrigo de muchos peligros. Considerándole
sus superiores con sólida virtud y suficiente capacidad, no quisieron reparar en
la costumbre hasta allí seguida de no conferir cargos a los simples hermanos, y
le confiaron la difícil misión de formar en la vida y costumbres religiosas a
los postulantes legos en calidad de maestro.
«Así como la verdadera
sencillez rehúsa humildemente los cargos -dice San Francisco de Sales-, la
verdadera humildad los ejerce sin jactancia». Esta sentencia del santo obispo de
Ginebra tuvo exacta realidad en la persona de fray Santos. La confianza que en
él habían depositado los superiores, no salió fallida, y lo hubieran dejado en
el cargo mucho más tiempo, si su humildad no se hubiera resistido ante el
espanto que tal responsabilidad le producía. Suplicó, pues, encarecidamente a
los que le habían impuesto aquella obligación, le aliviaran de ella y la
depositaran en otros hombros más fuertes y robustos, ya que él quería trabajar
en oficios más adecuados a su condición y a la vida de oración y silencio que,
guiado por luz superior, había venido a buscar en el claustro.
Un
cocinero prodigioso
Pocos pormenores de la vida del Beato nos dan sus
biógrafos, aunque nos lo muestran empleado en el humilde oficio de cocinero. Sin
reparar en trabajos y fatigas, Santos se entregó de lleno a su ocupación,
convencido de que «trabajar es rezar», como afirma el doctor seráfico San
Buenaventura. Por lo demás, los trabajos manuales no le impedían el ejercicio de
la oración, y su gran espíritu de fe le ayudaba a sobrenaturalizar todas las
obras. Esta intensa vida espiritual constituía el secreto de los favores que
recibía de Dios. Hubiérase dicho que el Todopoderoso había abandonado en manos
del humilde hermano su dominio sobre la naturaleza, hasta el punto de permitirle
obrar estupendos milagros, siempre que las necesidades del convento o la
conveniencia lo demandaban.
Cierto día en que la santa pobreza, tan amada
de San Francisco, visitó el convento con la más completa penuria, era llegada ya
la hora de preparar la comida y no había en la cocina ninguna provisión de boca.
Recogióse el santo cocinero en la presencia de Dios por breves momentos, y
luego, con la mayor naturalidad del mundo, mandó al religioso ayudante que fuera
a buscar hortalizas a la huerta. El sumiso hermano se abstuvo de hacer la menor
observación, pero no pudo reprimir una sonrisa pensado en la candidez del
cocinero, que le mandaba traer lo que habían sembrado juntos el día
anterior.
Pero su sorpresa fue enorme al ver que las hortalizas ofrecían
hermosísimo aspecto. La comida de la comunidad fue aquel día excelente, al decir
del padre Waddingo, célebre cronista de la Orden Franciscana.
Una mañana,
después de poner la olla al fuego, se retiró a un rincón de la huerta para
entregarse a la oración. Como se acercara la hora de comer, se volvió a la
cocina, pero halló la marmita rota. Puesto de rodillas suplicó al Señor le
socorriera en aquel aprieto; luego, se levantó y vio que en uno de los trozos
quedaba como media escudilla de caldo. Sólo Aquel que en el desierto sació el
hambre de cinco mil personas con cinco panes y dos peces, puede decirnos cómo
pudieron alimentarse, con caldo, los dieciocho religiosos y varios forasteros
que fueron comensales aquel día.
Sus devociones favoritas
Dice el
Breviario Romano-Seráfico el día 14 de agosto [ó 6 de septiembre], que el siervo
de Dios honraba con culto particular a la Santísima Virgen. Siempre ha sido la
devoción a María Santísima una tradición en la Orden Franciscana. «Su amor más
intenso -se ha dicho de San Francisco-, después del profesado a Nuestro Señor,
era para su benditísima Madre»; como él solía decir, «al Dios de majestad, la
Virgen lo ha hecho nuestro hermano...». Francisco la había constituido patrona
de la Orden, y a medida que avanzaba en edad aumentaba en deseos de ver a sus
religiosos protegidos por el cariñoso manto de la celestial Madre.
No
menor era la devoción del seráfico Padre a la Pasión del Salvador; a su ejemplo,
su fiel discípulo fray Santos, meditaba asiduamente los sufrimientos del Hombre
Dios, y en esa meditación profunda encontraba los medios de crecer en el amor
divino con extraordinario aprovechamiento.
Su amor a la Sagrada
Eucaristía
Nuestro Beato honraba también de un modo especial a la Sagrada
Eucaristía, centro donde convergen los amores de todos los santos. A ello
contribuyó no poco el ejemplo de su Fundador, el Estigmatizado de Alvernia, gran
amante e inflamado apóstol del Dios sacramentado.
No le fue dado al
humilde lego permanecer al pie de los altares largos ratos, como puede hacerlo,
por regla general, el religioso sacerdote con la celebración y administración de
los sacrosantos misterios, ni siquiera el acercarse a ellos con la frecuencia de
otros legos, por ejemplo, el sacristán; antes al contrario, ¡cuántas veces, con
gran dolor de su alma, tuvo que alejarse del santuario durante la celebración de
algún oficio! ¡Cuántas otras hubiera prolongado sus adoraciones profundas y sus
fervientes plegarias de no habérselo impedido la voz del deber que le llamaba a
otra parte! Pero la obediencia era para él expresión de la voluntad de Dios, y
acudía gozoso doquiera el deber le esperaba. Mas si su cuerpo se alejaba del
Sagrario, su corazón no se apartaba de allí ni interrumpía los amorosos
coloquios con el Divino Prisionero. Dios recompensó aquella obediencia y
sacrificio con favores maravillosos, tales como el siguiente.
Era un día
de fiesta. En la iglesia del convento se celebraba una misa solemne; pero,
retenido en la cocina para el servicio de la comunidad, no podía fray Santos
contemplar la pompa y magnificencia de las ceremonias ni repetir sus coloquios
con el Señor, que iba a descender de nuevo al altar. Sin embargo, el recuerdo
del Dios tres veces Santo le acompañaba en medio de sus quehaceres. Súbitamente
oye el tañido de la campanilla que anuncia el solemne momento de la elevación;
en seguida se postra vuelto del lado del altar y adora... Mas, ¡oh prodigio!, en
aquel instante se entreabren las paredes, y puede ver en las manos del
celebrante la Sagrada Hostia, imán de sus amores. La visión no duró mucho, pero
fue lo suficiente para inundar el alma del cocinero de consuelos
inefables.
El lobo que acarrea leña
No siempre tuvo que responder
fray Santos de los trabajos de la cocina, sino que fue empleado en otros
menesteres.
Durante un tiempo había sido encargado de proveer de leña al
convento, y para transportarla desde las casas de los bienhechores o desde el
bosque, tenía a su disposición un borriquillo. En cierta ocasión, al declinar de
la tarde, dejó la acémila al raso, pues se presentaba una noche tranquila y
serena, y además tenía que volver al bosque muy de mañana para proseguir su
trabajo. Acudió, en efecto, a primera hora conforme a sus propósitos; pero en
vez del borrico se encontró con un lobo que acababa de darle muerte y se
refocilaba devorando satisfecho los despojos de su víctima. Huyó la fiera a la
vista del hermano, pero éste la llamó como si de un ser racional se tratara; le
recriminó el perjuicio y daño que había ocasionado a la comunidad, le puso el
ronzal al cuello, cargó sobre sus lomos la leña y se la hizo llevar al convento.
Dícese que el lobo, más o menos domesticado, siguió en adelante prestando buenos
servicios a los religiosos. Caso éste muy semejante a otros varios de
santos.
Un cerezo con fruto en invierno
Algunos se figuran que los
santos desconocen en esta vida las dificultades y molestias propias de todos los
hijos de Adán. Los santos no se ven exentos de los dolores, enfermedades y demás
pruebas que pesan sobre todos los mortales; pero saben soportarlas con paciencia
y por amor de Dios, y así sobrenaturalizadas, se les tornan más llevaderas, y
acaban por amarlas y abrazarlas cual si de verdaderos regalos se
tratase.
El mismo cronista padre Waddingo nos muestra a fray Santos en el
crisol del sufrimiento. Ya hemos visto con qué espíritu de sacrificio soportaba
la misteriosa llaga del muslo. En otra circunstancia, y sólo cediendo a los
ardores de la fiebre, tuvo que guardar cama muy a pesar suyo; sentía, además,
extremada inapetencia. En tan triste situación manifestó sencillamente al
enfermero que quizás comiendo cerezas muy maduras se apagaría la ardiente sed
que le devoraba; en consecuencia le rogaba que le procurase algunas que le sería
fácil encontrar en el mismo convento.
El enfermero le advirtió que en
aquella época era de todo punto imposible acceder a su demanda. Como insistiera
fray Santos, bajó el enfermero al huerto, y con gran asombro vio un árbol del
que pendían cerezas hermosísimas. No dudó que Dios había obrado un milagro para
aliviar los dolores de su fiel siervo. Añade Waddingo que, para perpetuar el
recuerdo de ese prodigio, los religiosos que fueron testigos de él pusieron en
un frasco algunas de aquellas frutas y las guardaron por espacio de largos
años.
Preciosa muerte
Trabajosa y mortificada en sumo grado había
sido la vida del hermano Santos, que nunca regateó sacrificios cuando se los
exigía el servicio de Dios; además, la llaga de la pierna, fruto de ardientes
plegarias, le fatigaba mucho. Todos cuantos esfuerzos se hacían para mejorar su
salud y fortalecerle, resultaban inútiles. Dios nuestro Señor lo quería para sí,
y las humanas medicinas carecían de verdadera eficacia. Fue, pues, debilitándose
gradualmente hasta sentirse agotado.
Tendría unos cuarenta años cuando, a
mediados de agosto de 1390, se durmió en la paz del Señor, en el convento de
Santa María de Scotaneto, sito en las cercanías de Montebaraccio, diócesis de
Pésaro en las Marcas, lugar apacible donde había pasado casi toda su vida
religiosa. A pesar de la fama y general reputación de santidad de que gozaba
mientras vivió, fue inhumado, después de muerto, en el cementerio común de los
religiosos.
Un lirio sobre su tumba
Un lirio de extraordinaria
hermosura, que floreció espontáneamente sobre su tumba, atrajo la atención de
los fieles, que en ello vieron un signo patente del valimiento de que ante Dios
gozaba. Muchos recurrieron a su intercesión y experimentaron muy pronto los
efectos de su poder y patrocinio. Ante pruebas de santidad tan manifiestas, se
preparó un sepulcro de piedra junto al altar dedicado a la Natividad de Nuestra
Señora en la iglesia del convento, para llevar el cuerpo allí.
Cuando se
quiso trasladar a dicho sepulcro el santo cadáver, hallaron que estaba intacto y
sin la menor traza de corrupción. Este hecho sorprendente sirvió para acrecentar
la devoción popular al bendito lego, y Dios recompensó la confianza de los
fieles obrando por intercesión de su siervo innumerables prodigios que hicieron
del sepulcro lugar de piadosa romería.
El cuerpo del Beato Sante de
Urbino se conserva todavía incorrupto y tan flexible, que aún después de más de
cinco siglos, se pueden mover fácilmente sus miembros para revestirlo de ropas
nuevas. En su tumba se conservan dos botellas que contienen bálsamo del que
servía para aliviar a nuestro Santo. Hay, además, una cruz de madera labrada por
él mismo y enriquecida con preciosas reliquias, un trozo del cilicio con que
afligía sus carnes y una estera que le servía de lecho.
Seríamos
excesivamente prolijos si nos pusiésemos a contar sus milagros. Sólo referimos
dos que relatan los historiadores franciscanos sin entrar en
pormenores.
Una pobre mujer recibió de un caballo fogoso tan tremenda coz
en la cara, que quedó tendida en el camino como muerta. Sus parientes, que
acudieron prestos a socorrerla, invocaron confiados a fray Santos, y la mujer se
levantó completamente curada y sin rastro de la herida.
El segundo
milagro lo realizó a favor de un pobre hombre que padecía fortísimos dolores de
cabeza; había perdido un ojo y corría peligro de perder el otro. En tan grave
aprieto tuvo la feliz idea de acercarse al sepulcro del santo, apoyó en él la
cabeza y quedó instantáneamente curado.
El papa Clemente XIV aprobó, el
18 de agosto de 1770, el culto que desde largo tiempo atrás se le tributaba.
Celebrase la fiesta el 14 de agosto.
Antonio Primaldo y ochocientos compañeros,
Santos
Mártires, 14 de agosto
Antonio Primaldo y ochocientos compañeros, Santos
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Firmes en la fe
Martirologio Romano: En Otranto, en
la Apulia (Italia), santos mártires, ochocientos en número. Llegada una
incursión de soldados otomanos, se les conminó a renegar de su fe, pero
exhortados por San Antonio Primaldo, un anciano tejedor, a perseverar en la fe
de Cristo, recibieron la corona del martirio al ser decapitados. (†
1480)
Fecha de canonización: 12 de mayo de 2013 por el Papa
Francisco.
Antonio Primaldo es el único del que ha sido
trasmitido el nombre. Los otros compañeros suyos de martirio son ochocientos
desconocidos pescadores, artesanos, pastores y agricultores de una pequeña
ciudad, cuya sangre, hace cinco siglos, fue esparcida sólo porque eran
cristianos.
La ejecución en masa tiene un prólogo, el 29 de julio de
1480. Son las primeras horas de la mañana: desde las murallas de Otranto
comienza a distinguirse en el horizonte haciéndose cada vez más visible una
flota compuesta de 90 galeras, 15 mahonas y 48 galeotas, con 18 mil soldados a
bordo. La armada es guiada por el bajá Agometh; quien está a las órdenes de
Mahoma II, llamado Fatih, el Conquistador, o sea el sultán que en 1451, apenas a
los 21 años, había ascendido a jefe de la tribu de los otomanos, que a su vez se
había impuesto sobre el mosaico de los emiratos islámicos un siglo y medio
antes.
En 1453, guiando un ejército de 260 mil turcos, Mahoma II había
conquistado Bizancio, la «segunda Roma», y desde ese momento cultivaba el
proyecto de expugnar la «primera Roma», la Roma verdadera, y de transformar la
basílica de San Pedro en establo para sus caballos.
En junio del 1480
juzga maduro el tiempo para completar la obra: quita el asedio a Rodi, defendida
con coraje por sus caballeros, y dirige la flota hacia el mar Adriático. La
intención es tocar tierra en Brindisi, cuyo puerto es amplio y cómodo: desde
Brindisi proyecta ascender por Italia hasta alcanzar la sede del papado. Pero un
fuerte viento contrario obliga las naves a tocar tierra 50 millas más al sur, y
a desembarcar en una localidad llamada Roca, a algunos kilómetros de Otranto.
Otranto era -y es- la ciudad más oriental de Italia. La importancia de
su puerto la había hecho asumir el rol de puente entre oriente y occidente,
consolidado en el plano cultural y político por la presencia de un importante
monasterio de monjes basilianos, el de san Nicola en Casole, del que hoy restan
un par de columnas en el camino que conduce a Leuca.
Cuando
desembarcaron los otomanos, la ciudad pudo contar con una guarnición de sólo 400
hombres armados, y para esto los capitanes de la guarnición se apresuraron a
pedir ayuda al rey de Nápoles, Ferrante de Aragón, enviándole una misiva.
Circundado por el asedio, el castillo, dentro de cuyas murallas se
habían refugiado todos los habitantes del barrio, el bajá Agometh, a través de
un mensajero, propone que se rindan con condiciones ventajosas: si no resisten,
los hombres y las mujeres serán dejados libres y no recibirán ninguna injuria.
La respuesta llega de uno de los notables de la ciudad, Ladislao De Marco: hace
saber que si los asediantes quieren Otranto deberán tomarla con las armas.
Al embajador se le ordena no regresar más, y cuando llega el segundo
mensajero con la misma propuesta de que se rindan, es atravesado por las
flechas. Para despejar toda equivocación, los capitanes toman las llaves de las
puertas de la ciudad y en modo visible, desde una torre, las lanzan al mar, en
presencia del pueblo. Durante la noche, buena parte de los soldados de la
guarnición se descuelga de los muros de la ciudad con sogas y escapa. Para
defender Otranto quedan sólo sus habitantes.
El asedio que sigue es un
martilleo: las bombardas turcas derriban la ciudad, centenares de gruesas
piedras (muchas son todavía hoy visibles por las calles del centro histórico de
la ciudad). Después de quince días, al amanecer del 12 de agosto, los otomanos
concentran el fuego contra uno de los puntos más débiles de las murallas, abren
una brecha, irrumpen en las calles, masacran a quien se le ponga a tiro, llegan
a la catedral, en la cual muchos se han refugiado. Derriban la puerta y se
esparcen en el templo, alcanzan al arzobispo Stefano, que estaba con los
atuendos pontificales y con el crucifijo en mano. A ser intimado de no nombrar
más a Cristo, ya que desde aquel momento mandaba Mahoma, el arzobispo responde
exhortando a los asaltantes a la conversión, y por esto se le corta la cabeza
con una cimitarra.
Así lo cuenta Saverio de Marco en la "Compendiosa
historia de los ochocientos mártires de Otranto" publicada en el 1905:
«En número de cerca ochocientos fueron presentados al bajá que tenía a
su lados a un cura miserable, nativo de Calabria, de nombre Giovanni, apostata
de la fe. Este empleó su satánica elocuencia con el fin de persuadir a los
cristianos que, abandonando a Cristo abrasaran el islamismo, seguros de que la
buena gracia de Agometh, quien los habría dejado con vida, con el sostenimiento
y todos los bienes de los que gozaban en la patria; en caso contrario serían
todos asesinados. Entre aquellos héroes hubo uno de nombre Antonio Primaldo,
sastre de profesión, avanzado de edad, pero lleno de religión y de fervor. Este
respondió a nombre de todos: «Todos queremos creer en Jesucristo, Hijo de Dios,
y estar dispuestos a morir mil veces por Él´".
Agrega el primero de los
cronistas, Giovanni Michele Laggetto, en la «Historia de la guerra de Otranto
del 1480» transcrita de un antiguo manuscrito y publicada en 1924:
«Y
volteándose a los cristianos Primaldo dijo estas palabras: ‘Hermanos míos, hasta
hoy hemos combatido en defensa de nuestra patria y para salvar la vida y por
nuestros gobernantes terrenos; ahora es tiempo de que combatamos para salvar
nuestras almas para el Señor, el cual habiendo muerto por nosotros en la cruz
conviene que muramos nosotros por Él, permaneciendo seguros y constantes en la
fe, y con esta muerte terrena ganaremos la vida eterna y la gloria del
martirio’. A estas palabras comenzaron a gritar todos a una sola voz con mucho
fervor que querían mil veces morir con cualquier tipo de muerte antes que
renegar de Cristo».
Agometh decreta la condena a muerte de todos los
ochocientos prisioneros. A la mañana siguiente estos son conducidos con sogas al
cuello y con las manos atadas a la espalda, a la colina de la Minerva, pocos
cientos de metros fuera de la ciudad. Sigue escribiendo De Marco:
«Repitieron todos la profesión de fe y la generosa respuesta dada antes;
por ello el tirano ordenó que se procediese a la decapitación y, antes que a los
otros, fuese cortada la cabeza al viejo Primaldo, que le resultaba muy odioso,
porque no dejaba de hacer de apóstol entre los suyos, más aún, antes de inclinar
la cabeza sobre la roca, afirmaba a sus compañeros que veía el cielo abierto y
los ángeles animando; que se mantuvieran fuertes en la fe y que mirasen el cielo
ya abierto para recibirlos. Dobló la frente, se le cortó la cabeza, pero el
cuerpo se puso de pie: y a pesar de los esfuerzos de los asesinos, permaneció
erguido inmóvil, hasta que todos fueron decapitados. El prodigio evidentemente
estrepitoso habría sido una lección para la salvación de aquellos infieles, si
no hubieran sido rebeldes a la luz que ilumina a todo hombre que vive en el
mundo. Un solo verdugo, de nombre Berlabei, valerosamente creyó en el milagro y,
declarándose en alta voz cristiano, fue condenado a la pena del
palo».
Canonización S.S. Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de
2012 el decreto con el cual se reconoce la curación de una seria forma de cáncer
que tenía Sor Francesca Levote, monja profesa de las Hermanas Pobres de Santa
Clara; milagro atribuido a la intercesión de este grupo de mártires, el cual
permitió su canonización.
A finales de los años ‘70s Sor Francisca sufrió
un tumor maligno en “un estado muy avanzado”, los médicos de la época la
sometieron a la intervención quirúrgica de acuerdo a las normas de entonces,
pero hoy día ese tipo de intervención sería impensable, porque se conoce que
solo consigue propagar la metástasis, es decir, que el cáncer se extienda por
todo el cuerpo.
La religiosa clarisa sufrió metástasis pero se encomendó
a los mártires y milagrosamente sanó y pudo dar fe de ello durante treinta años
hasta 2012, cuando murió a los 84 años de edad.
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No site SANTIEBEATI.IT, além destes constam ainda os seguintes:
66020 > 92848 > Sant' Arnolfo di Soissons Vescovo 14 agosto MR
93349 > Santi Domenico Ibanez de Erquicia e Francesco Shoyemon Martiri domenicani 14 agosto MR
91602 > Beata Elisabetta Renzi Vergine e Fondatrice 14 agosto MR
91373 > Sant’ Eusebio di Roma Prete 14 agosto MR
66085 > San Fachtna (o Fachanano) Vescovo 14 agosto MR
93459 > Beato Felice Yuste Cava Sacerdote e martire 14 agosto MR
93589 > Beato Guglielmo da Parma Laico mercedario 14 agosto
91945 > Beato Lorenzo da Fermo (o da Fabriano o della Verna) 14 agosto
92834 > San Marcello di Apamea Vescovo e martire 14 agosto MR
90300 > Santi Martiri d'Otranto (Antonio Primaldo e compagni) 14 agosto MR
34050 > San Massimiliano Maria Kolbe Sacerdote e martire 14 agosto - Memoria MR
90220 > Beato Sante Brancorsini da Urbino Francescano 14 agosto MR
66080 > Sant' Ursicino Martire 14 agosto MR
93465 > Beato Vincenzo Rubiols Castellò Sacerdote e martire 14 agosto MR
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Nossa Senhora de Fátima, pediu aos Pastorinhos
“REZEM O TERÇO TODOS OS DIAS”
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1ª NOTA:
Como decerto hão-de ter reparado, são visíveis algumas mudanças na apresentação deste blogue (que vão continuar… embora não pretenda eu que seja um modelo a seguir, mas sim apenas a descrição melhorada daquilo que eu for pensando dia a dia para tentar modificar para melhor, este blogue). Não tenho a pretensão de ser um “Fautor de ideias” nem sequer penso ser melhor do que outras pessoas. Mas acho que não fica mal, cada um de nós, dar um pouco de si, todos os dias, para tentar deixar o mundo um pouco melhor do que o encontramos, quando nascemos e começamos depois a tomar consciência do que nos rodeia. No fim de contas, como todos sabemos, esta vida é uma passagem, e se Deus nos entregou o talento para o fazer frutificar e não para o guardar ou desbaratar, a forma que encontrei no “talento” de que usufruo, é tentar fazer o melhor que posso, aliás conforme diz o Evangelho.
A PARTIR DE HOJE AS PÁGINAS SERÃO NUMERADAS PELA ORDEM ABAIXO INDICADA:
Pág. 1 – Vidas de Santos; Pág. 2 – O Antigo Testamento; e Pág. 3 – ENCONTRO DIÁRIO COM DEUS - Além disso, semanalmente (ao Domingo e alguns dias santificados – quando for caso disso –) a Pág. 4 – A Religião de Jesus; e a Pág. 5 - Salmos) e, ainda, ao sábado, a Pág. 6 – In Memoriam.
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Localização geográfica da sede deste Blogue, no Porto
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