sexta-feira, 14 de agosto de 2009

Maximiliano Kolbe, Santo (e outros) – 14 de Agosto

Maximiliano Kolbe, Santo
Presbítero e Mártir, 14 de agosto

"Não há amor maior  que este: dar a vida por seus amigos"
(Jn 15, 13).

Martirológio Romano: Memória de santo Maximiliano María (Raimundo) Kolbe, presbítero da Ordem dos Irmãos Menores Conventuais e mártir, que foi fundador da Milícia de María Imaculada. Deportado a diversos lugares de cativeiro, finalmente, no campo de extermínio de Oswiecim ou Auschwitz, perto de Cracóvia, na Polónia, se ofereceu aos verdugos para salvar a outro cativo, considerando seu oferecimento como um holocausto de caridade e um exemplo de fidelidade para com Deus e os homens (1941).

Maximiliano María Kolbe nasceu na Polónia em 8 de Janeiro de 1894 na cidade de Zdunska Wola, que nesse momento se achava ocupada por Rússia. Foi baptizado com o nome de Raimundo na igreja paroquial.
A los 13 años ingresó en el Seminario de los padres franciscanos en la ciudad polaca de Lvov, la cual a su vez estaba ocupada por Austria. Fue en el seminario donde adoptó el nombre de Maximiliano. Finaliza sus estudios en Roma y en 1918 es ordenado sacerdote.
Devoto de la Inmaculada Concepción, pensaba que la Iglesia debía ser militante en su colaboración con la Gracia divina para el avance de la fe católica. Movido por esta devoción y convicción, funda en 1917 un movimiento llamado "La Milicia de la Inmaculada" cuyos miembros se consagrarían a la bienaventurada Virgen María y tendrían el objetivo de luchar mediante todos los medios moralmente válidos, por la construcción del Reino de Dios en todo el mundo. En palabras del propio San Maximiliano, el movimiento tendría: "una visión global de la vida católica bajo una nueva forma, que consiste en la unión con la Inmaculada."
Verdadero apóstol moderno, inicia la publicación de la revista mensual "Caballero de la Inmaculada", orientada a promover el conocimiento, el amor y el servicio a la Virgen María en la tarea de convertir almas para Cristo. Con una tirada de 500 ejemplares en 1922, en 1939 alcanzaría cerca del millón de ejemplares.
En 1929 funda la primera "Ciudad de la Inmaculada" en el convento franciscano de Niepokalanów a 40 kilómetros de Varsovia, que con el paso del tiempo se convertiría en una ciudad consagrada a la Virgen y, en palabras de San Maximiliano, dedicada a "conquistar todo el mundo, todas las almas, para Cristo, para la Inmaculada, usando todos los medios lícitos, todos los descubrimientos tecnológicos, especialmente en el ámbito de las comunicaciones."
En 1931, después de que el Papa solicitara misioneros, se ofrece como voluntario y viaja a Japón en donde funda una nueva ciudad de la Inmaculada ("Mugenzai No Sono") y publica la revista "Caballero de la Inmaculada" en japonés ("Seibo No Kishi").
En 1936 regresa a Polonia como director espiritual de Niepokalanów, y tres años más tarde, en plena Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviado a campos de concentración en Alemania y Polonia. Es liberado poco tiempo después, precisamente el día consagrado a la Inmaculada Concepción. Es hecho prisionero nuevamente en febrero de 1941 y enviado a la prisión de Pawiak, para ser después transferido al campo de concentración de Auschwitz, en donde a pesar de las terribles condiciones de vida prosiguió su ministerio.
En Auschwitz, el régimen nazi buscaba despojar a los prisioneros de toda huella de personalidad tratándolos de manera inhumana e inpersonal, como un simple número: a San Maximiliano le asignaron el 16670. A pesar de todo, durante su estancia en el campo nunca le abandonaron su generosidad y su preocupación por los demás, así como su deseo de mantener la dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de agosto de 1941, un prisionero de la misma sección a la que estaba asignado San Maximiliano escapa; en represalia, el comandante del campo ordena escoger a diez prisioneros al hazar para ser ejecutados. Entre los hombres escogidos estaba el sargento Franciszek Gajowniczek, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos.
San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez prisioneros escogidos, se ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio, y San Maximiliano es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve prisioneros. Diez días después de su condena y al encontrarlo todavía vivo, los nazis le administran una inyección letal el 14 de agosto de 1941.
Es así como San Maximiliano María Kolbe, en medio de la más terrible adversidad, dio testimonio y ejemplo de dignidad. En 1973 Pablo VI lo beatifica y en 1982 Juan Pablo II lo canoniza como Mártir de la Caridad. Juan Pablo II comenta la influencia que tuvo San Maximiliano en su vocación sacerdotal: "Surge aquí otra singular e importante dimensión de mi vocación. Los años de la ocupación alemana en Occidente y de la soviética en Oriente supusieron un enorme número de detenciones y deportaciones de sacerdotes polacos hacia los campos de concentración. Sólo en Dachau fueron internados casi tres mil. Hubo otros campos, como por ejemplo el de Auschwitz, donde ofreció la vida por Cristo el primer sacerdote canonizado después de la guerra, San Maximiliano María Kolbe, el franciscano de Niepokalanów." (Don y Misterio).
San Maximiliano nos legó su concepción de la Iglesia militante y en febril actividad para la construcción del Reino de Dios. Actualmente siguen vivas obras inspiradas por él, tales como: los institutos religiosos de los frailes franciscanos de la Inmaculada, las hermanas franciscanas de la Inmaculada, así como otros movimientos consagrados a la Inmaculada Concepción. Pero sobretodo, San Maximiliano nos legó un maravilloso ejemplo de amor por Dios y por los demás.
Con motivo de los veinte años de la canonización del padre Maximiliano Kolbe (10 de octubre de 1982), los Frailes Menores Conventuales de Polonia abrieron el archivo de Niepokalanow (Ciudad de la Inmaculada, a 50 kilómetros de Varsovia), construido por el mismo mártir de Auschwitz. Entre los manuscritos del santo, destaca la última carta que escribió y que acaba con besos a su madre. Una carta que refleja una ternura que no aparecía en otros escritos, y que hace pensar que el sacrificio con el que ofreció la vida voluntariamente en sustitución de un condenado a muerte fue algo que maduró a lo largo de su vida. Este es el texto del escrito: «Querida madre, hacia finales de mayo llegué junto con un convoy ferroviario al campo de concentración de Auschwitz. En cuanto a mí, todo va bien, querida madre. Puedes estar tranquila por mí y por mi salud, porque el buen Dios está en todas partes y piensa con gran amor en todos y en todo. Será mejor que no me escribas antes de que yo te mande otra carta porque no sé cuánto tiempo estaré aquí. Con cordiales saludos y besos, Raimundo Kolbe».
Juan Pablo II, un año después de su elección, en Auschwitz, dijo: «Maximiliano Kobe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida». La expresión remite a unas palabras escritas por el padre Kolbe unas semanas antes de que los nazis invadieran Polonia (1 de septiembre de 1939): «Sufrir, trabajar y morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime».
Escucha la fascinante historia de san Maximiliano Kolbe, "héroe personal" de Juan Pablo II y cuya fiesta se celebra hoy, 14 de agosto
aquí. Mauricio I. Pérez

Atanásia ou Anastácia, Santa
Biografia, 14 de agosto

Agosto 14

Etimologicamente significa “ressuscitada”. Vem da língua grega.
O ser humano sempre deveria estar aberto a Deus para receber de seus desígnios divinos a obra que cada um deve realizar neste mundo.
Esta jovem, morta na ilha de Egine, Grécia, no século IX, passou ali toda sua vida. Eram os tempos em que tinha como rivais políticas e comerciais a Pindara e Eusquila.
Por circunstâncias da vida, se casou duas vezes apesar de que aspirava à vida religiosa. 
A primeira vez teve que fazê-lo pela força.
Os pais a obrigaram a que se casasse com um jovem rico. Viveram felizes até ao dia em que ele morreu assassinado enquanto defendia o porto de Egine. 
Os mouros, provenientes de Espanha, intentaram apoderar-se do porto e da ilha..
Perdeu a seu marido em tempos em que se obrigava às viúvas jovens a voltar-se a casar porque a ilha estava ficando sem filhos a causa de tanta guerra.
Seu novo esposo, muito mais rico que o primeiro, era bom e estava enamorado dela com profundidade.
Dedicavam cada dia tempo para a oração e em socorrer os pobres e abandonados.
Ela se ficava em casa alimentado a quem vinha e dando-lhes vestido e medicinas sem fazer distinção de suas crenças.
Montada num burro percorria a ilha inteira para os pobres.
Viveram desta forma até que a idade e as forças o permitiram.
Quando viram que a morte se avizinhava, se separaram para recebê-la cada um à parte.
Anastácia ficou em casa, convertida na prática no convento. Deus quis prolongar-lhe a vida. Em sua casa se formou uma comunidade de religiosas. El marido abandonó la isla, y entró en un convento en el que murió meses más tarde.
¡Felicidades a quien lleve este nombre!

Alfredo, Santo
Bispo, 14 de agosto

Bispo
Agosto 14

Etimologicamente significa “pacífico”. Vem da língua grega.
Deus quer manter-te humilde, mas ao mesmo tempo quer dar-te um coração muito largo, sim, uma catolicidade do coração. Com quase nada, serás daqueles que aliviaram as provas da família humana. Com quase nada, serás criador nesse mistério de comunhão que é a Igreja.
Alfredo foi um bispo do século XIII.
É um nome muito comum em todos os países e, sem embargo aparece raramente nos calendários litúrgicos.
Este nome provém do anglo saxão Aeldraed ou Ealdrith. Significa “ conselheiro dos Elfos ou pacífico”, isto é, conselheiro dos filhos de o dos espíritos da mitologia germana.
Há um só santo que tenha uma grande celebridade. Figura somente nos calendários particulares de algumas dioceses de Hildeseheim na Alemanha.
Sua festa cai no dia de hoje.
Hildseheim é célebre na Alemanha por sua arte e sua catedral românica, construída entre os séculos IX e o XI.
Foi sede episcopal de Ludovico Pio, filho do imperador Carlos Magno.
Era o ano 815. Trinta anos depois, santo Alfredo era o quarto bispo desta diocese.
Foi o prestigio para esta cidade durante todo o tempo que durou sua missão apostólica.
Levou a cabo diversas missões que lhe deram uma grande fama seguindo o espírito de santo Agostinho.
Conseguiu a paz entre os diversos reinos carolíngios. 
É a ele a quem há que atribuir o início da catedral dedicada à Virgem María. Morreu no ano 874.
¡Felicidades a quem leve este nome!

http://es.catholic.net/santoral

 

Recolha, transcrição e tradução incompleta de António Fonseca

quinta-feira, 13 de agosto de 2009

Peregrinação a Fátima – Agosto 2009

 

Homilia proferida por D. Vitalino Dantas, em Fátima

Amados peregrinos, estamos aqui neste lugar sagrado da Cova da Iria, vindos de muitos pontos da terra, formando uma assembleia orante, convocada pela fé e pela devoção a Maria, a Senhora de Fátima, a Mãe de Jesus e nossa Mãe também. Somos um povo em mobilidade, que não resigna perante as dificuldades e a aridez de muitos ambientes, mas procura transformar o deserto de uma sociedade egoísta e injusta em pomar frondoso, onde há frutos suficientes para todos viverem, reinando aí o direito e a justiça, dos quais brotam como frutos apetecíveis a paz, a segurança e a tranquilidade. Que belas promessas feitas a um povo oprimido, a viver no exílio, longe da sua terra natal! Quem não anseia estes dons para a sua vida? Mas também quem não constata à sua volta a falta de tudo isso? Quem não verifica constantemente pessoas, grupos e até povos inteiros a cair nos caminhos da vida, vítimas das injustiças, do egoísmo, da fome e das guerras?

O nosso mundo poderia ser um pomar com frutos suficientes para todos, se nos deixássemos inundar pelo Espírito que Jesus prometeu aos Apóstolos e que enviou sobre eles no Pentecostes e também sobre nós, quando nos convertemos, escutamos e seguimos a Palavra de Jesus, o Evangelho, a Boa nova de salvação para todos os que peregrinam a caminho do Reino de Deus, que é uma semente sempre a ser lançada à terra e uma sementeira sempre em crescimento, mas onde também cresce muito joio, muitas ervas daninhas, que retiram a força às boas plantas e as impede de dar fruto abundante para todos.

2. Viemos aqui a este lugar abençoado fortalecer as nossas mãos débeis, robustecer os nossos joelhos vacilantes, animar o nosso coração pusilânime, para podermos continuar o nosso caminho, o nosso crescimento, e não nos deixarmos abafar pelas forças do mal. Esta peregrinação de Agosto, dedicada aos migrantes e refugiados, é, mais que qualquer outra, um sinal concreto da mensagem do profeta Isaías. Aqui estamos para receber a força de Deus.

Hoje, mais que nunca, vivemos num mundo em constante mobilidade e, mesmo aqueles que aguentam permanecer nas suas aldeias, partilham das alegrias e tristezas, esperanças e desânimos dos seus vizinhos ou familiares que se puseram a caminho à procura de melhores condições de vida ou até mesmo da liberdade, que, por diferentes razões, lhes era negada na sua terra natal.

Nesta Vigília da nossa peregrinação estamos a celebrar a Missa votiva pela paz e pela justiça, dons necessários para que haja verdadeiro crescimento e desenvolvimento. Quando elas faltam, o progresso não é possível ou sê-lo-á apenas para alguns, aumentam as desigualdades, o fosso entre ricos e pobres torna-se cada vez mais profundo, o pomar dos ricos sobranceia com o deserto de grande parte da humanidade. Aqui surgem a inveja, o descontentamento e até a revolta, que minam a paz, a tranquilidade e a segurança de todos. Já S. Tiago, de que escutámos um trecho na segunda leitura, nos advertia neste mesmo sentido. Passados dois mil anos parece que ainda não aprendemos muito. Na sua recente encíclica sobre o desenvolvimento integral da pessoa humana e da humanidade com o título de Caridade na Verdade, o Santo Padre Bento XVI apontava também estas e outras causas que impedem a construção de uma sociedade justa e dão origem a muitas crises, sendo a financeira e económica a última a assolar o nosso mundo globalizado.

3. Como poderemos vencer estas crises que assolam a humanidade? Estamos todos condenados à falência, ao fracasso? Ou temos possibilidade de as superar?

Aqui estamos, amados peregrinos, para agradecer a Deus, por intermédio de Maria, a sua protecção no meio de uma sociedade egoísta e corrupta e também para pedir-lhe que continue a enviar sobre nós o Espírito do alto, que nos faz compreender toda a mensagem de Jesus, que nos dá a verdadeira sabedoria, para vencermos a mentira e a injustiça dos nossos ambientes, quem sabe se mesmo dentro da nossa própria família! Quantas vezes temos desavenças, contendas e querelas nos tribunais, por nos sentirmos vítimas das injustiças daqueles com quem vivemos ou então para tentarmos impor a nossa vontade aos outros?

Precisamos de nos abrir ao Espírito de Jesus. A conversão, a oração, aqui pedida e recomendada por Nossa Senhora aos três Pastorinhos de Fátima, ajudar-nos-ão a acolher a Boa Nova do Reino de Deus e a partilhá-la com os nossos semelhantes. Não desistamos de rezar pela nossa conversão e pela de todos os pecadores. A oração abre o nosso coração ao amor, à verdade que nos liberta. A nossa oração, aqui unida à de muitos irmãos nossos, mas sobretudo em uníssono com a de Jesus na celebração da Eucaristia, será a arma que vencerá as divisões e injustiças deste mundo. Este é um milagre que sempre acontece quando cumprimos os pedidos de Nossa Senhora, como outrora nas bodas de Cana (fazei o que Ele vos disser) e há 92 anos, em 1917, quando aconteceram as aparições e reinava o flagelo da primeira guerra mundial. Com esta arma também nós venceremos as crises e as guerras de hoje.

4. A este propósito cito a Mensagem de Bento XVI para o Dia Mundial do Migrante e do Refugiado, apresentando S. Paulo como modelo de evangelizador e de construtor de uma nova sociedade, onde todos vivem como irmãos, sem discriminação de pessoas e que constitui também o tema desta peregrinação: Guiado pelo Espírito Santo, S. Paulo prodigalizou-se sem reservas para que fosse anunciado a todos, sem distinção de nacionalidade e de cultura, o Evangelho que é «poder de Deus para a salvação de todos os fiéis... Nas suas viagens apostólicas, não obstante as reiteradas oposições, proclamava primeiro o Evangelho nas sinagogas, chamando a atenção sobretudo dos seus compatriotas na diáspora (cf. Act 18, 4-6). Se eles o rejeitavam, dirigia-se aos pagãos, fezendo-se autêntico «missionário dos migrantes», ele mesmo migrante e embaixador itinerante de Jesus Cristo, para convidar todas as pessoas a tornarem-se, no Filho de Deus, «novas criaturas» (2 Cor 5, 17).

5. Nesta meditação da Missa da Vigília da Peregrinação Internacional dedicada aos Migrantes e Refugiados convosco, amados peregrinos, peço a Deus, por intercessão de Nossa Senhora de Fátima, para que surjam entre as comunidades emigrantes as vocações sacerdotais necessárias ao seu desenvolvimento humano integral, do qual faz parte a relação com Deus, que precisa de ser alimentada com a Palavra de Jesus Cristo e com o Pão do Céu, que é Ele próprio e que se torna presente na celebração da Eucaristia, dom da Vida de Jesus para a vida do mundo. Peçamos a Deus este alimento que vem do alto e para cuja recepção precisamos da mediação da Igreja e dos seus sacerdotes. Sem Eucaristia, sem o Pão do Céu, em vão lutaremos pelo progresso. Este nunca será integral e capaz de saciar a fome do ser humano, feito para o eterno.

Estamos num Ano sacerdotal. Continuamente nos chegam pedidos de sacerdotes para acompanharem os nossos emigrantes nas várias partes do mundo e nem sempre temos capacidade de resposta, porque as nossas dioceses também não têm suficientes para as suas necessidades, No entanto não podemos limitar-nos a pedir ajuda. Temos que contribuir para que entre os filhos dos emigrantes surgem as vocações sacerdotais necessárias à vida da Igreja onde residem e trabalham. Aqui e acolá vão aparecendo algumas, mas ainda estamos muito dependentes da ajuda exterior. Por isso, reunidos em oração neste santuário bendito, rezemos pelos nossos missionários, testemunhas do Evangelho nas várias partes do mundo onde se encontram emigrantes de língua portuguesa, mas rezemos também pelas vocações sacerdotais entre os próprios filhos dos emigrantes.

6. Aqui, junto da Mãe de Jesus, viemos fortalecer a nossa esperança, a nossa fé e caridade, para sabermos viver em paz e em comunhão com todos os nossos irmãos, sejam eles da nossa família ou de outros países, e que em Portugal procuram o que não encontraram noutra parte. Connosco eles querem contribuir para o desenvolvimento da Europa e do nosso pais, que, apesar da tragédia do desemprego crescente, já não consegue subsistir sem o contributo dos imigrantes. A redução da natalidade entre nós deixou muitas aldeias desertas e muitos sectores da vida social e laboral sem as forças activas necessárias.

A comunidade dos irmãos brasileiros é a mais numerosa entre nós. Por isso convidámos para presidir à peregrinação deste ano o nosso colega no episcopado D. Alessandro Carmelo Ruffinoni, encarregado, a nível da Conferência Episcopal do Brasil, dos emigrantes brasileiros, o maior país da América Latina e um dos maiores do mundo e que fala a nossa língua. Sabendo que muitos portugueses encontraram estabilidade pessoal e familiar no Brasil, sejamos hoje também agradecidos a Deus pelo bem que os nossos antepassados encontraram nesse grandes pais. E a gratidão mostra-se no acolhimento, na hospitalidade, nas relações fraternas, fazendo do imigrante um membro da nossa família humana.

Que Nossa Senhora de Fátima interceda por todos nós, para que nos tornemos numa grande família de irmãos, sem discriminações nem acepção de pessoas, não apenas aqui em Fátima, mas em todo o lado onde vivemos e trabalhamos. Que esta peregrinação seja um forte impulso no aprofundamento dos laços fraternos e na construção da família humana, onde não há senhores e escravos, cidadãos e estrangeiros, mas só concidadãos e peregrinos, de mãos dadas e corações unidos, a caminho da Jerusalém celeste, a pátria definitiva, de que esta assembleia litúrgica é um grande sinal. Ámen!

Fátima, 12 de Agosto de 2009

† António Vitalino, Bispo de Beja

 

 

Homilia de D. Alessandro Ruffinoni, em Fátima

“Migram os pássaros e os animais, levados pelo instinto; migram as sementes nas asas dos ventos; migram as plantas de continente a continente, levadas pelas correntes das águas e, mais que todos, migra o homem, instrumento daquela Providência que preside e guia os destinos humanos, para a meta, que é o aperfeiçoamento do homem e a glória de Deus” (Scalabrini).

Assim o Pai e Apóstolo dos migrantes, João Batista Scalabrini, via as migrações: um instrumento da Providência para espalhar no mundo a fé, o progresso e a solidariedade.

Na carta a Diogneto está escrito: “Para o cristão toda terra estrangeira é pátria e toda pátria é terra estrangeira.... o cristão habita a terra, mas é cidadão do céu”.

É intenso e profundo pensar num mundo sem fronteiras, sem a palavra estrangeiro, pois esta é uma palavra triste, fria, uma palavra que separa e divide...

Na Igreja ninguém é estrangeiro, disse o Papa João Paulo II°, todos somos irmãos e irmãs, filhos e filhas do mesmo Pai.

Jesus disse: “Não vos chamo servos... mas vos chamo amigos...”. Somos todos da mesma família de Deus. A Igreja é mãe e como mãe acolhe a todos e aceita todas as etnias.

Não me perguntem quantos idiomas eu falo, porque para o migrante, há apenas dois idiomas. O idioma de Caim e o de Abel. O de Caim é o do ódio, da inveja, da humilhação, do engano, do aproveitamento, da esperteza, da prisão, da deportação, das patrulhas, das rondas... Já o idioma de Abel é o do amor, da acolhida, da solidariedade, do perdão, da fraternidade, da amnistia... Não importa se sou italiano, português, brasileiro, americano, chinês ou japonês. Aquilo que é realmente importante é que somos todos feitos a imagem e semelhança de Deus.

Neste contexto, poderíamos nos perguntar: Que sentido tem esta peregrinação dos migrantes ao Santuário de Fátima? Por que reunir tanta gente ao redor de uma mesa eucarística, na casa da nossa Mãe comum, Maria Santíssima? Os motivos são muitos, queridos irmãos e irmãs. A Igreja como demonstração de amor e carinho, quer dizer aos seus filhos e filhas que reconhece a trajectória de cada um; que não os esqueceu, apesar de estarem longe, dispersos pelo mundo inteiro; que os acompanha com sua prece, para que não cansem e não desanimem na busca de uma vida melhor.

A Igreja, hoje e sempre, quer dizer, também, a todos vocês e a todos os migrantes do mundo um muito obrigado pelo trabalho realizado, pela contribuição com o progresso das nações que os acolhem. Vocês são sementes de Deus que espalham com a sua vida e o seu testemunho a fé, os costumes e as tradições de sua pátria, enriquecendo, assim, os povos com os quais estão convivendo.

Vocês são como os pastores de Belém, que após haverem visto e adorado a Jesus na manjedoura partiram para proclamar as maravilhas de Deus. Muita gente ao receber, vocês migrantes, se contagia com sua fé e acredita em Deus. Vocês partiram como simples discípulos e pastores e tornaram-se grandes missionários em nosso mundo. Quantas lindas histórias poderia aqui contar de migrantes que plantaram no meio da floresta, no meio das grandes metrópoles, nas planícies e nos montes, com a ajuda de um simples quadro, ou imagem, um grande santuário ou uma grande Catedral ao redor dos quais se desenvolveram uma fé e uma tradição cristã. Em viagens ao Japão e aos Estados Unidos constatei como a presença dos migrantes é uma forte contribuição para o crescimento de valores cristãos e humanos entre as pessoas.

Por isso, o migrante nunca pode ser considerado como um problema, nem pela Igreja, nem pelo Estado que o acolhe, e sim uma riqueza de grande valor de que devemos agradecer a Deus.

Na recente Encíclica Caritas in Veritate, o Papa Bento XVI chama a atenção para o fenómeno das migrações na contemporaneidade. “É um fenómeno impressionante pela quantidade de pessoas envolvidas, pelas problemáticas sociais, económicas, políticas, culturais e religiosas que levanta, pelos desafios dramáticos que coloca às comunidades nacional e internacional. Pode-se dizer que estamos perante um fenómeno social de natureza epocal, que requer uma forte e clarividente política de cooperação internacional para ser convenientemente enfrentado. Esta política há-de ser desenvolvida a partir de uma estreita colaboração entre os países donde partem os emigrantes e os países de chegada; há-de ser acompanhada por adequadas normativas internacionais capazes de harmonizar os diversos sistemas legislativos, na perspectiva de salvaguardar as exigências e os direitos das pessoas e das famílias emigradas e, ao mesmo tempo, os das sociedades de chegada dos próprios emigrantes. Nenhum país se pode considerar capaz de enfrentar, sozinho, os problemas migratórios do nosso tempo (...). Todo o imigrante é uma pessoa humana e, enquanto tal, possui direitos fundamentais inalienáveis que hão-de ser respeitados por todos em qualquer situação” (62).

Também no Documento de Aparecida (Maio 2007) os Bispos Latino-americanos e Caribenhos recordam o dever do acompanhamento pastoral dos migrantes, afirmando: “Entre as tarefas da Igreja em favor dos migrantes está a denúncia profética dos atropelos que eles sofrem frequentemente. Como Igreja que ama seus filhos devemos nos esforçar para conseguir uma política migratória que leve em consideração os direitos das pessoas em mobilidade” (DAp 414).

A Igreja, dioceses e paróquias, deve dar o exemplo para uma melhor acolhida dos migrantes, ajudando os fiéis a superar preconceitos e prevenções. Ela é chamada a ser encontro fraterno e pacífico, casa de todos, edifício sustentado pela verdade, pela justiça, pela caridade e pela liberdade (João XXIII). Onde está o povo que sofre e trabalha, aí deve estar a Igreja (Scalabrini)

O migrante não é um estrangeiro, mas um mensageiro de Deus que surpreende e rompe a regularidade e a lógica da vida quotidiana. No migrante a Igreja vê Cristo que “coloca a sua tenda no meio de nós” (Jo 1,14) e que “bate à nossa porta (Ap 3,20).

Feliz daquele povo que sabe acolher e abrir a porta ao migrante, porque encontrará mais paz e alegria.

Uma palavra, agora, aos migrantes Brasileiros presentes nesta peregrinação e que encontraram, nesta nação, acolhida e trabalho. Como bispo encarregado pela CNBB  da pastoral dos migrantes brasileiros no exterior (PBE), quero dizer-lhes que a Igreja do Brasil é orgulhosa de todos vocês, pela sua fé, pelo trabalho e pelo espírito de alegria que contagia a todos. Todos os anos, no mês de Junho, celebramos, nas Dioceses do Brasil, a semana do migrante e é precisamente neste tempo que elevamos a Deus as nossas preces para os migrantes, de maneira especial recordando os 4 milhões de brasileiros/as espalhados no mundo. Como responsável da pastoral para os brasileiros no exterior, queremos ser ponte entre a sua pátria de origem e a nova pátria que os acolhe. Queremos dialogar e pedir encarecidamente aos nossos irmãos bispos e sacerdotes, que agora são os seus pastores, para que façam o possível, para que não lhes falte acompanhamento espiritual e o apoio fraterno.

Permitam que termine a minha mensagem fazendo uma prece a nossa Senhora de Fátima.

Ó Virgem e Nossa Senhora de Fátima, Mãe dos peregrinos. Ensina-nos o caminho do amor e da fraternidade. Fica connosco nos momentos de desânimo e de tristeza. Fica connosco quando ao redor de nossa fé surgem as dúvidas e as dificuldades. Fica em nossas famílias para que continuemos sendo ninhos de amor, respeito e união. Fica com aqueles nossos irmãos e irmãs que mais sofrem em terras estrangeiras, porque não tem casa, trabalho e comida. Olha com carinho às nossas crianças e aos jovens. Que possam crescer como o teu Filho Jesus, em idade, bondade e sabedoria. Que eles nos ajudem a fazer desta terra um lugar de fraternidade e de paz. Fortalece a todos na fé para que sejamos discípulos missionários de teu Filho Jesus. Amém.

Viva Nossa Senhora de Fátima!

Fátima, 13 de Agosto de 2009

+  Alessandro Ruffinoni

www.newsletter@ecclesia.pt

Textos recolhidos através do site acima indicado (com a devida vénia)

e transcrição de António Fonseca

PONCIANO e HIPÓLITO, Santos (e outros) – 13 de AGOSTO

Os Santos de hoje Quinta-feira 13 de agosto de 2009

Ponciano e Hipólito, Santos
Mártires, Agosto 13

 

Martirológio Romano: Santos mártires Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero, que foram deportados juntos a Cerdeña, e com igual condenação, adornados, ao aparecer, com a mesma coroa, oram trasladados finalmente a Roma, Hipólito, ao cemitério da via Tiburtina, e o papa Ponciano, ao cemitério de Calisto (c. 236).
Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.
El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.
Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.
Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación.
Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.

Benildo (Pedro Romançon), Santo
Maestro Lazarista, Agosto 13

 

Martirológio Romano: No lugar de Sangues, perto de Annecy, também em França, S. Benildo (Pedro) Romançon, do Instituto dos Irmãos das Escolas Cristãs, que dedicóu sua vida à formação dos jovens (1862).
Etimología: Benido = bandera del guerrero. Viene de la lengua alemana.
Pedro Romançon nace en el pueblo de Thuret en la parte meridional del centro de Francia. Resulta tan aventajado con respecto a sus compañeros de escuela elemental que los Hermanos le contratan como maestro auxiliar, con 14 años de edad. A pesar de los reparos que ponen sus padres que quieren guardarle en casa, y la reticencia de los superiores que lo consideran demasiado bajo de estatura, finalmente es admitido en el Noviciado. Desde 1821 hasta 1841 enseña sucesivamente en el conjunto de escuelas elementales que tienen los Hermanos en la región administrativa de Clermont-Ferrand. En 1841 es nombrado Director de la escuela que se abre en Saugues, un pueblo aislado en la planicie árida del sur de Francia. Durante los 20 años que siguen, trabaja sosegada y eficazmente, como maestro y director, en la educación de los chicos del pueblo y de algunas granjas de los alrededores; gran parte de estos últimos ya son casi hombres pero no han estado nunca en la escuela hasta entonces. Aunque de baja estatura, el Hermano Benildo tiene fama de ser estricto pero justo. Pronto la escuelita se transforma en el centro de la vida social e intelectual del pueblo, con clases de noche para los adultos y un acompañamiento para los alumnos menos capacitados. El extraordinario sentido religioso del Hermano Benildo es evidente para todos: durante la misa con los alumnos en la iglesia parroquial, en la enseñanza del catecismo, en la preparación de los chicos a la primera comunión, en las visitas a los enfermos y las oraciones con ellos, y los rumores de curaciones milagrosas. Es particularmente eficaz para atraer vocaciones. Cuando llega la hora de su muerte más de 200 Hermanos y un número impresionante de sacerdotes han sido alumnos suyos en Saugues. El Papa Pio XI subraya que se ha santificado soportando "el terrible cotidiano" y el decreto de beatificación "que ha cumplido las cosas comunes de una manera poco común".
Nacido en Thuret, Francia, el 14 de junio de 1805
Entrado en el Noviciado el 19 de febrero de 1820
Fallecido el 13 de agosto de 1862
Beatificado el 4 de abril de 1948
Canonizado el 29 de octubre de 1967

Radegunda, Santa
Rainha de França, Agosto 13

 

Martirológio Romano: Em Poitiers, de Aquitania, santa Radegunda, rainha dos francos. Quando todavia vivia seu esposo, o rei Clotário, recebeu o véu sagrado de religiosa, e no mosteiro da Santa Cruz de Poitiers, que ela havia mandado construir, serviu a Cristo sob a Regra de S. Cesáreo de Arlés (587).
Etimología: Radegunda = consejo de guerra. Viene de la lengua alemana.
Es curioso: Santa Radegunda, que con tan justo título tienen los franceses como una de sus santas más insignes, fue, sin embargo, por nacimiento, la primera de las santas alemanas. Parece cierto que nació en Erfurt. Pertenecía a la Casa de Turingia, hija del rey Berthairo, muerto a manos de su propio hermano Hermenefrido. El mismo Hermenefrido, para verse libre de su otro hermano, llamó a los reyes francos en su ayuda. Y, en efecto, también Baderico, que así se llamaba, murió. Radegunda, niña aún, pasó a vivir, con sus hermanos, en casa del verdugo de su padre y de su tío. Pero los reyes francos se quejaron de no haber recibido lo que se les había prometido, y estalló la guerra. Los turingios fueron subyugados y Radegunda y sus hermanos llevados cautivos.
Esto iba a cambiar por completo la vida de Radegunda. La niña era muy bella, y, después de disputársela ásperamente a su hermano Thierry, Clotario la envió a su "villa" de Athies. Allí recibió una sólida formación moral y una cierta cultura. Hasta que, hacia el año 536, Clotario, viudo después de la muerte de la reina Ingonda, decide contraer matrimonio con su cautiva. Ella se resiste, y hoy nos parece lógico. Tenía que resultarle duro convivir con el dominador de su propia patria, mucho mayor en edad que ella, poco hecho a la idea de una monogamia estricta. La joven princesa escapó, pero fue encontrada y llevada con buena escolta a Soissons, donde se celebró el matrimonio.
Se ha pretendido que Radegunda consiguió guardar su virginidad después de casada. Difícil, prácticamente imposible, resulta esto conociendo el temperamento brutal de Clotario. Lo que sí es cierto es que la reina continuó en palacio viviendo una intensa vida espiritual, rezando el oficio, pasando noches enteras en la oración.
Un día la convivencia con el rey se hizo muy difícil: su patria, la Turingia, se había sublevado. El hermano de Radegunda, que vivía en la corte de Clotario, fue ejecutado en represalias. Clotario, que toda su vida demostró estar profundamente enamorado de Radegunda, supo, sin embargo, hacerse cargo y la dejó marcharse. Resultaba duro a la reina vivir con quien había ordenado la muerte de su propio hermano.
Encontramos entonces a Radegunda en la hermosa región del valle del Loira, que ya entonces iniciaba un papel extraordinario en la historia de Francia, que habría de continuar desarrollando a lo largo de siglos. La reina va al encuentro de San Medardo, en Noyon, y le pide que la consagre a Dios. El anciano duda, los señores francos que están en la iglesia se oponen, pero la reina consigue, con un apóstrofe de grandeza soberana, impresionar al Santo, quien le impone las manos y la constituye en religiosa.
Radegunda marcha entonces a Tours, donde venera la tumba de San Martín, y se dirige a Saix. Saix era por aquel tiempo una villa real, transformada hoy en un pequeño pueblecillo atendido por el vecino cura de Roiffé. En los confines de la Turena y del Poitou, en, una naturaleza llena de extraordinaria belleza, aquel rincón se prestaba admirablemente para la vida que la reina aspiraba a llevar. Y así, religiosa en su propia casa, se dedica Radegunda a las tareas propias de su estado: lectura espiritual, oración, ejercicio de la caridad con los enfermos.
Todo parecía marchar bien cuando llega la noticia de que Clotario quiere reclamarla otra vez. Huye Radegunda a Poitiers y se refugia junto al sepulcro de San Hilario. El Santo consigue un milagro moral: Clotario construirá para ella un monasterio en Poitiers, con el título de Nuestra Señora. Intenta, sin embargo, un nuevo asalto, pero San Germán, el obispo venerado por todos, se interpone. Clotario ya no volverá a insistir y terminará pacíficamente sus días el año 562.
Las religiosas, atraídas por la fama de santidad de Radegunda, afluyen al monasterio de Nuestra Señora. Sólo la reina está a disgusto entre aquellas muestras de veneración que recibe por parte de sus hijas espirituales. Por eso un día consigue dejar el gobierno de la comunidad en manos de Inés, su hija preferida. Ella se dedicará únicamente a santificarse en los trabajos más humildes y costosos del monasterio, y a trabajar discretamente al servicio de su reino.
Hacia el año 567 un poeta originario de Italia llega a Poitiers. Viene rodeado de una aureola de gloria, después de una vida de trovador errante y devoto. Iba a acabarse para él ese continuo peregrinar. Radegunda e Inés iban a sujetarle con dulzura en Poitiers. Iniciado en la vida espiritual, recibe la ordenación sacerdotal y queda como consejero del monasterio. El mismo será quien, en una maravillosa Vida de Santa Radegunda, nos contará con todo detalle cómo transcurría la existencia de la antigua reina por aquellos días.
Hay, sin embargo, un episodio de la vida del monasterio que iba a tener repercusión en la liturgia universal. Santa Radegunda era, como lo somos todos, hija de su propio tiempo. Por eso compartía con su época la pasión por las reliquias. La recomendación del rey Sigeberto, su hijo político, y el apoyo de los príncipes de Turingia, sus primos, refugiados en Constantinopla, le consiguieron del emperador Justino II un fragmento considerable de la verdadera cruz. Era el año, 569.
Al acercarse la sagrada reliquia Poitiers vibra de entusiasmo. Y al entrar en el monasterio la cruz se cantan por vez primera los dos célebres himnos compuestos por Venancio Fortunato: Pange lingua gloriosi y Vexilla Regis prodeunt.
Tres afanes iban a centrar la vida de Santa Radegunda. El primero, consolidar su fundación. Ya con ocasión de la entrada de la verdadera cruz el obispo había mostrado su desdén hacia el monasterio, marchándose ostensiblemente de la ciudad, sin querer intervenir en la ceremonia. Apuntaba, por consiguiente, un peligro al que Radegunda quiso poner remedio oportunamente. No vaciló para ello en abandonar su convento, que había tomado el nombre de Santa Cruz después de la llegada de la reliquia, y hacer un viaje a Arlés, para estudiar sobre el terreno la regla que cincuenta años antes había escrito
San Cesáreo, para las religiosas de San Juan, agrupadas en torno a su hermana mayor Cesárea. La abadesa las recibió, pues iba acompañada de Inés, la superiora de Santa Cruz, con encantadora caridad y les proporcionó todos los datos que querían. A la vuelta a Poitiers Radegunda puso por obra su plan: sustraer el monasterio a la autoridad del obispo diocesano, colocándole bajo otro que fuese superior.
Y, en efecto, sometió las reglas del monasterio a la firma de siete obispos, de los que cinco de ellos pertenecían a la provincia de Tours. Basándose en el valor personal que entonces solían tener las leyes, y teniendo en cuenta que cada uno de estos obispos tenía religiosas que eran, en cierto modo, súbditas suyas en el monasterio, la regla aparecía como obligatoria para cada una de ellas en virtud del mandato de su propio obispo. Como, por otra parte, esa regla era la de San Cesáreo de Arlés, e Inés había recibido la bendición de San Germán, obispo de París, nadie podía alegar una jurisdicción exclusiva sobre el monasterio y éste podía considerarse lo que hoy llamaríamos exento.
Quedaba un segundo afán: consolidar la vida interna del monasterio. Los testimonios contemporáneos son elocuentes. Santa Cruz reunía entonces dentro de sus muros doscientas monjas que llevaban una vida ejemplar y santa: salmodia, trabajo de la lana, copia de manuscritos, lectura, meditación, etc. Radegunda miraba aquel cuadro complacida. Según una de sus religiosas solía decirles ya al final de su vida: "Yo os he escogido, hijas mías, y vosotras sois mi luz, mi vida, mi reposo, toda mi felicidad. Vosotras sois mi planta predilecta". Bien es verdad que esto no se logró únicamente con leyes, sino muy principalmente con la ejemplaridad de su vida. Venancio Fortunato nos ha apuntado, con el realismo de aquella época de sencillez, la humildad con que la Santa se dedicaba a las tareas más repugnantes del monasterio, las horas que pasaba en la cocina, el rigor con que observaba la clausura,
Faltaba el cuidado de una tercera tarea. Esa estaba fuera del monasterio, y pertenece más bien a la historia general de Francia. Señalemos, sin embargo, que la reina viuda no se desentendió de la suerte de su pueblo. Conservó siempre una influencia grande en las familias entonces reinantes. "La paz entre los reyes, ésa es mi victoria", declaraba ella con sencillez. Y, acaso sin darse cuenta de toda la trascendencia que iba a tener su tarea, empujaba fuerte y suavemente hacia la fusión a los diversos reinos francos.
Murió el 13 de agosto del 587. Poseemos una descripción de sus funerales, que constituye una de las páginas más emocionantes de la literatura de aquellos tiempos. La escribió San Gregorio de Tours, el mismo que actuó en los funerales. El nos cuenta cómo, al salir del monasterio el cuerpo para ser llevado a la sepultura, las religiosas se apretujaban en las ventanas y en las saeteras de la muralla, rindiendo su último homenaje a su madre con sus gritos, sus lamentaciones y sus sollozos. Los mismos clérigos encargados del canto apenas conseguían sobreponerse a su propia pena, y les era difícil cantar oprimidos por las lágrimas. Fue un día inolvidable.
"Poitiers —escribía en 1932 el padre Monsabert— le ha permanecido fiel. Ningún nombre es más popular que el suyo; se lleva a los niños a su tumba, su recuerdo flota sobre el país; su obra, su comunidad, subsisten aún: es la abadía pronto catorce veces centenaria de Santa Cruz."

Casiano de Imola, Santo
Mestre e Mártir, Agosto 13

Maestro de escola e Mártir

Martirológio Romano: Em Foro Cornélio (hoje Imola), na província de Flaminia, S. Casiano, mártir, que, havendo-se negado a adorar os ídolos, fue entregue a mãos de crianças, a que ensinava como mestre, para que o torturassem com suas punções até à morte e assim resultasse tanto mais dura a dor de seu martírio, quanto mais débeis eram as mãos que o torturavam (c. 300).
Un día el poeta Aurelio Prudencio va a Roma. Es en los primeros años del siglo V. En su paso para la capital del Imperio se detiene en el Foro Cornelio, hoy Imola. Lleva el corazón angustiado, porque de la solución del negocio, motivo del viaje, depende tal vez la seguridad de su porvenir y el de su familia. Espíritu profundamente cristiano, se siente acuciado a encomendarse al Redentor y entra a orar en una iglesia. Se postra ante el sepulcro del mártir Casiano, cuyas reliquias se veneran allí, y se abisma en profunda oración. Una oración que es un contrito recuento de pecados y sufrimientos.
Cuando, entre lágrimas, levanta los ojos al cielo, su vista queda prendida en la contemplación de un cuadro pintado de vivos colores. Se ve en él la imagen de un hombre semidesnudo, cubierto de llagas y sangre, rasgada su piel por mil sitios. A su derredor una turba de chiquillos exaltados esgrimen contra él los instrumentos escolares y se afanan por clavarle en las ya laceradas carnes los estiletes usados para escribir.
Conmovido el poeta por esta trágica visión pictórica, en la que, sin duda, ve un traslado de su propio desgarramiento interior, pregunta al sacristán de la iglesia por su significado. Este, tal vez con voz indiferente por la costumbre, le explica que el cuadro representa el martirio de San Casiano, y le cuenta la historia y pormenores de su muerte, acaecida bastante anteriormente y testimoniada por documentos. Termina recordándole que se acoja a sus súplicas si tiene alguna necesidad, pues el mártir concede benignísimo las que considera dignas de ser escuchadas.
Prudencio lo hace así y comprueba la veracidad de las palabras del sacristán, pues su negocio de Roma se resuelve satisfactoriamente. Vuelto a España, compone en honor de San Casiano, como exvoto de agradecimiento, un precioso himno, que es el IX de su Peristephanon.
En él nos explica la historia de este su viaje a Roma y pone en labios del sacristán la narración del martirio del Santo. Es indudable que las palabras del sacristán, a pesar del tono de suficiencia que pudieron tener, debieron de ser más sencillas. Pero Prudencio es poeta. Es el más excelso cantor de los mártires cristianos. Su espíritu se deja arrebatar en alas de su numen y de su entusiasmo. Y nos da una espléndida versión poético-dramática.
Casiano era maestro de escuela. Un maestro severo y eficiente, según esta interpretación. Enseña a sus niños los rudimentos de la gramática, al mismo tiempo que un arte especial: el de la taquigrafía, ese arte de condensar en breves signos las palabras. Es acusado de cristiano. Y los perseguidores tienen la maligna ocurrencia de ponerle en manos de los mismos niños, sus discípulos, para que muera atormentado por ellos, y que los instrumentos del martirio sean los mismos de que antes se valían para aprender. Estas circunstancias, con toda su carga dramática, son aprovechadas por el poeta para resaltar la crudeza del martirio:
"Unos le arrojan las frágiles tablillas y las rompen en su cabeza; la madera salta, dejándole herida la frente. Le golpean las sangrientas mejillas con las enceradas tabletas, y la pequeña página se humedece en sangre con el golpe. Otros blanden sus punzones... Por unas partes es taladrado el mártir de Jesucristo, por otras es desgarrado; unos hincan hasta lo recóndito de las entrañas, otros se entretienen en desgarrar la piel. Todos los miembros, incluso las manos, recibieron mil pinchazos, y mil gotas de sangre fluyen al momento de cada miembro. Más cruel era el verduguito que se entretenía en surcar a flor de carne que el que hincaba hasta el fondo de las entrañas".

El lector se estremece, no tanto por los tormentos en sí cuanto por verlos venir de quien vienen: de niños y discípulos. Pero el poeta parece llevado en brazos de un fuego trágico. Se complace en pintarnos el estado de ánimo de los pequeños verdugos, imaginándolos llenos de una horrenda malicia con aires de sarcasmo:
"¿Por qué lloras? —le pregunta uno—; tú mismo, maestro, nos diste estos hierros y nos armaste las manos. Mira, no hemos hecho más que devolver los miles de letras que recibimos de pie y llorando en tu escuela. No tienes razón para airarte porque escribamos en tu cuerpo; tú mismo lo mandabas: que nunca esté inactivo el estilete en la mano. Ya no te pedimos, maestro tacaño, las vacaciones que siempre nos negabas. Ahora nos gusta puntear con el estilo y trazar paralelos unos surcos a otros, y trenzar en cadenita las rayas truncadas. Ya puedes enmendar los versos asoplados en larga tiramira, si en algo erró la mano infiel. Ejerce tu autoridad; tienes derecho a castigar la culpa si alguno de tus alumnos ha sido remiso en trazar sus rasgos".
Cuesta trabajo imaginar tal cantidad de perfidia en los tiernos corazones infantiles. Prudencio parece haberlo presentido; por eso antes nos ha dado unas explicaciones de esta actitud, como si quisiera justificarla o, al menos, motivarla:
"Ya es sabido que el maestro es siempre intolerable para el joven escolar, y que las asignaturas son siempre insoportables para los niños... Gusta sobremanera a los niños que el mismo severo maestro sea el escarnio de los discípulos a quienes contuvo con dura disciplina.
Sin embargo, a pesar de estos motivos, nuestro corazón sigue anonadado. Y es que Prudencio canta, sobre todo, aquí, la horripilante crudeza del martirio. Absorbido tal vez sólo por el impresionante verismo del cuadro, y transportado en alas de su fuerza trágica, no ha visto más que el montón de dolores que se multiplicaban indefinidamente sobre el cuerpo del mártir. Y alrededor de este eje ha construido, en círculos concéntricos, la mágica unidad de su poema: los dolores adquieren magnitud porque vienen de unos niños airados; los niños están exacerbados porque sienten un negro placer en vengarse de la severidad del maestro.
No hay duda que esta disposición íntima contribuye a la grandiosidad del poema, y, consecuentemente, del mártir. Pero, ¿no se habrá dejado llevar el poeta por el afán de la exageración?
En primer lugar, respecto de los niños. Es verdad que hay en el corazón humano recónditos rencores que añoran en ocasiones excepcionales. Es verdad que también pueden existir, que existen indudablemente, en el corazón de los niños. La imagen de la inocencia infantil no absorbe todos los repliegues de sombra. Es verosímil, por tanto, que en las circunstancias de este martirio las obscuras fuerzas represadas desbordasen todos los diques de bondad. Añádase a esto la presión ejercida por la presencia animadora y el enérgico mandato del juez perseguidor, y la facilidad de contaminación del furor colectivo. Pero, aun así, uno se resiste a la generalización. ¿Es posible que todos los niños estuviesen poseídos de esa furia diabólica, que en ninguno de ellos hubiese siquiera un destello de compasión, de resistencia, de lágrimas?
En segundo lugar, respecto del mismo maestro. La imagen que nos ofrece Prudencio de San Casiano como maestro, ¿no es excesivamente severa? Son unos rasgos acusadamente llenos de aristas:
"Muchas veces los duros preceptos y el severo rostro habían agitado con ira y miedo a sus alumnos impúberes”.
Naturalmente, en ocasiones habría tenido que hacer uso de la seriedad y hasta del castigo. Pero ¿siempre? ¿Era solamente el gigante enemigo, imponente ante la pequeñez e impericia de los débiles niños? ¿No se diferenciaría precisamente, por su calidad de cristiano con vocación de amor, por una suavidad mayor de la corriente en las demás escuelas? Se habría excedido, sin duda, alguna vez, arrastrado por la cólera o la impaciencia. ¿Quién no? ¡Y es tan fácil en los que mandan este arrebato de suficiencia, que no soporta ser vencido por la insolencia o la valía de los subordinados! Pero, sin duda también, en los ratos de oración y de humilde reconocimiento de pecados habría sacado impulso para un trato más dulce, más paternal, más cariñoso.
Además de esto, y sobre todo, echamos de ver, en el magnífico himno de Prudencio, que nos falta algo: el alma de Casiano. La íntima actitud de su espíritu en el trance doloroso del martirio. El poeta, obsesionado por el cuerpo lacerado, por la sangre bullendo a borbotones, por la piel rota en mil rasgaduras, nos ha escamoteado la fuente. Ese rico venero escondido en el fondo del ser, receptáculo de todas las impresiones y manantial de toda la fuerza.
Sólo en una ocasión pone en labios de San Casiano todas las impresiones y manantial de toda la fuerza.
"Sed valientes, os ruego, y venced los pocos años con vuestros esfuerzos; que supla la fiereza lo que falta a la edad".
Pero esto no es más que un trozo de espíritu: la punta del ánimo heroico que late en el pecho del mártir. Y está empleado sólo como apoyatura para la exaltación de lo externo.
Tenía que haber más. El mártir no podía menos de ver a los niños. Un enjambre de enfurecidas avispas pugnando por hendir en la blandura de su carne la acerada lanza de los aguijones. Un confuso griterío; un montón de encrespadas cabelleras; un bosque de manos, tiernas manos, agitadas; un llamear de ojos, miles de ojos multiplicándose en aquel baile frenético. También algunas manos remisas, vacilantes, tímidamente escondidas, y algunos ojos húmedos, temblorosos, asustados, dolientes... Y no podía menos de ver en los niños a sus discípulos. Eran ellos, los mismos a quienes estaba dedicando su paciencia, su saber, su vida.
Todos allí. ¿Tendría vigor para recorrerlos uno a uno? Ese, el de la tez bruna, que tan expresivamente recitaba a Homero; ese otro, cuya manecita rebelde tantas veces hubo el maestro de guiar sobre la encerada tablilla; y aquél, que tanta paciencia le hizo gastar hasta que aprendió las declinaciones griegas; y éste de más acá, el reconcentrado, que ahora esgrimía el punzón medio a ocultas, pero con golpes secos y profundos; y el otro, el travieso rubicundo, el más castigado, aunque no el menos querido; y este pequeñito, que participaba en la matanza como en un juego... Y uno, y otro y otro. Todos pasarían en rápidas oleadas por la imaginación del maestro, con sus rostros, sus almas, sus nombres tan sabidos y tantas veces repetidos en mil tonos diferentes. Tal vez los gemidos que se escapaban de los labios del mártir no fuesen sino nombres de alumnos, pronunciados silenciosamente con aire de asombro, de queja, con palpitaciones de última agridulzura.
Y este vértigo de nombres y rostros, en la prolongación de su agonía, tenía que ser para el maestro martirizado como un espejo donde se reflejaba su vida: esfuerzos, ilusiones, gozos, fallos. Días llenos de la más rutinaria monotonía, momentos de desesperada sensación de inutilidad, ramalazos de ira o impotencia, minutos rebosantes de nitidísima alegría, impaciencias, lágrimas, voces imperiosas, palabras persuasivas, multiplicándose a lo largo de generaciones de chiquillos, que pasaban por sus manos como masa informe y salían de ellas con una luz encendida en la frente. Todo para desembocar en este fracaso final: sentirse matar lentamente por los mismos a los que él se había afanado en educar para la rectitud y el amor.
Aunque ¿era esto, efectivamente, un fracaso? Humanamente, desde luego. Pero era a través de este tormento como Casiano conseguía su verdadera gloria. Porque el final no era esto, la muerte atroz y desalentadora. El final estaba más allá de la frontera de la muerte, en un campo que se abría con claros horizontes de sosiego. El blanco al que se dirigía esta flecha de carne dolorida era el mismo Dios. Solamente Dios daba sentido a su muerte, como había dado sentido a su vida. Por eso no podemos pensar que el alma de Casiano estuviese ausente de Dios en estos terribles momentos. Había de estar necesariamente anclada en Él. Cada latido de sus venas, cada gemido de su garganta, cada pensamiento de su mente serían una aspiración y una súplica al Señor. El mismo transitar de su imaginación por caras, y manos, y nombres, y días, tendría su eco en Dios. No podía menos de resumir en apretada síntesis de gracias y fervores, de pecados y contriciones, de sequedades y esfuerzos, el caminar de su vida hacia la casa del Padre.
¿Y los dolores? Estos agudos dolores de ahora, que se sucedían atropelladamente, sin dejar lugar al respiro, eran ya de por sí una oración con fuerza de sangre. Y Casiano los recibiría con sentido de holocausto. Y los ofrecería humildemente al Redentor como reparación por ese reguero de sombras que, entre destellos de luces, deja el hombre sobre la tierra.
Y se acordaría de Jesús muriendo en el Calvario. Esa turba de chiquillos en danza loca buscando su cuerpo le sugerirían aquella otra masa imponente de judíos vociferantes atronando con insultos los oídos del Crucificado. Aquéllos eran el pueblo de Dios. Estos eran la familia del maestro. Y, lo mismo que Cristo rezaba al Padre por sus verdugos, Casiano pediría por sus niños: que Dios los perdonase, que no sabían lo que estaban haciendo, que él los quería de verdad, que Dios limpiase sus almas de la honda grieta de negrura abierta por este crimen, que los transformase, que él entregaba su propia inmolación por ellos, que...
Y luego, también como Jesús, pondría su espíritu en manos del Padre. Un aliento interminable que nacía del fondo y le arrastraba hasta el seno de Dios. No es que quisiese romper con la vida, con este su final de fracaso, como quien tira a la cuneta del camino los desperdicios o lo desagradable, la desgarradura del vestido. No. El mismo fracaso —lo que su martirio tenía de fracaso humano— era lo que él quería asumir, como el último sorbo del cáliz amargo, y, con él en la misma punta de los labios, subir hasta Dios, hasta esa gloria que él veía inviolable: el mismo corazón del Padre.
Y de esa manera entregaría su alma. Prudencio nos lo dice con estas bellísimas, ingenuas palabras:
"Por fin, compadecido Cristo del mártir desde el cielo, manda desatar los lazos del pecho, y corta las dolorosas tardanzas y los vínculos de la vida, dejando expeditos todos sus escondites. La sangre, siguiendo los caminos abiertos de las venas desde su más íntima fuente, deja el corazón, y el alma anhelante salió por todos los agujeros de las fibras del acribillado cuerpo".
¿Queda así ya completa la imagen de San Casiano? El poeta Prudencio nos ha descrito con magistral sentido realista y dramático los tormentos físicos del mártir y la embravecida animosidad infantil. Nosotros hemos intentado acercarnos a su alma. Es un osado atrevimiento, aunque pocas veces tan justificadamente verosímil como aquí.
En realidad, lo que sabemos de San Casiano puede reducirse a unas simples afirmaciones: que era maestro de escuela, perito en taquigrafía, que murió a manos de sus discípulos, y que seguramente sucedió el martirio bajo la persecución de Diocleciano (303-304). Pero siempre es lícita al hombre la aventura de comprender al hombre. Más aún: es humana. Y cuando se hace con respeto y justicia, a pesar de todos los riesgos, llega al fondo de la realidad con una precisión mayor tal vez que una multiplicación de datos escuetos.
De la narración de la historia y martirio de San Casiano Prudencio ha sacado también una conclusión. Una conclusión muy sencilla, pero deliciosamente confortadora: la de que el mártir escucha benignísimo las súplicas del corazón angustiado de los hombres. A nosotros, después de eso, nos bastaría con habernos adentrado —bien tímidamente, desde luego— en el lago interior de esta alma humana, y en unos momentos de tan profundas resonancias, cuando las aguas del ser están todas conmovidas por un estremecimiento de íntegra decisión. Nos bastaría con ello, porque esto conmueve, ahonda y purifica nuestro propio ser.
Y, si no nos conformamos con esta purificación esencial, aún podemos deducir una lección de prolongada estela práctica. San Casiano no fue atormentado por haber cumplido mal su misión de magisterio, ni la rebeldía de los niños y su encarnizado afán homicida fue una explosión directa, sino provocada por un fuego atizado desde fuera. Sin embargo, la realidad de su muerte representó para él la herida en el punto más doloroso. En su martirio no hubo nada que supiese a satisfacción humana. Lo que a otros mártires les da cierta aureola de triunfadores terrenos —la heroicidad, la altivez con que soportan, el mismo reto erguido frente a los jueces o verdugos...— está aquí ensombrecido. Porque Casiano, después de negarse a sacrificar a los ídolos, ya no tiene delante un tirano a quien increpar, frente a quien afirmarse, sino a sus niños, a sus queridos alumnos, a sus frágiles niños. ¿Contra qué fuerza oponer su fuerza? No le queda más que dejarse llevar, vencer, destrozar, hundirse.
Y aquí está la lección. El libro abierto de este martirio nos enseña cómo puede Dios, para subirnos hasta El, herirnos en lo más querido, barrer de un soplo nuestras más acariciadas ilusiones, hundirnos en la apariencia de la inutilidad, izar en nuestra persona la bandera del fracaso. Y todo eso tal vez sin sangre, en la más pura vulgaridad del anonimato. Aunque ello no sería excusa para el desaliento, sino motivo para una total decisión de lucha, al mismo tiempo que para una activa y vital oblación. Y eso hasta el final. Ese final que sólo está en manos de Dios y que siempre lo ejecutan las manos de Dios.
Las reliquias de San Casiano se veneran en la catedral de la ciudad italiana de Imola, que se enorgullece con su patrocinio. Honradas primeramente en una basílica, fueron trasladadas a la catedral, recientemente construida, en el siglo XIII, y luego encerradas en una caja de plomo y colocadas bajo la cripta, en el centro del presbiterio, al restaurarse la catedral en 1704.

Ponciano, Santo
Papa e Mártir, Agosto 13

XVIII Papa

Martirológio Romano: Santos mártires Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero, que foram deportados juntos a Cerdeña, e com igual condenação, adornados, ao aparecer, com a mesma coroa, foram trasladados finalmente a Roma, Hipólito, ao cemitério da via Tiburtina, e o papa Ponciano, ao cemitério de Calisto (c. 236).
Se desconocen las fechas de nacimiento y muerte. El “Liber Pontificalis” (ed. Duchesne, I, 145) da a Roma como su ciudad natal y llama a su padre Calpurnius.
Con él comienza la breve crónica de los obispos Romanos del siglo tercero, de la cual hizo uso el autor del Catálogo Liberiano de los papas en el siglo cuarto y que da datos más exactos sobre la vida de los papas. Según este informe Ponciano fue hecho papa el 21 de Julio del 230 y reinó hasta el 235.
El cisma de Hipólito continuó durante su episcopado; hacia el final de su pontificado hubo una reconciliación entre el grupo cismático y su líder con el obispo Romano.
Después de la condenación de Orígenes en Alejandría (231-2), se celebró en Roma un sínodo, de acuerdo a Jerome (Epist. XXXII, iv) y Rufino (Apol. contra Hieron., II, xx), que estuvo de acuerdo con las decisiones del sínodo de Alejandría contra Orígenes; sin duda este sínodo fue celebrado por Ponciano (Hefele, Konziliengeschichte, 2nd ed., I, 106 sq.). En 235, en el reinado de Maximino el Tracio comenzó una persecución dirigida principalmente contra las cabezas de la Iglesia.
Una de sus primeras víctimas fue Ponciano, quien con Hipólito fue desterrado a la malsana isla de Cerdeña. Para hacer posible la elección de un nuevo papa, Ponciano renunció el 28 de Septiembre de 235, dice el Catálogo Liberiano “discinctus est”. Consecuentemente, Anteros fue elegido en su lugar.
Poco antes de esto o poco después Hipólito, quien había sido desterrado con Ponciano, llegó a reconciliarse con la Iglesia Romana, y con esto terminó el cisma que él había ocasionado. Qué tanto tiempo soportó Ponciano los sufrimientos del exilio y el duro trato en las minas de Cerdeña es desconocido. De acuerdo con antiguos y ya inexistentes Actos de mártires, utilizados por el autor del “Liber Pontificalis”, murió como consecuencia de las privaciones y el inhumano trato que había tenido que soportar.
El Papa Fabián (236-50) había llevado a Roma los restos de Ponciano e Hipólito en fecha posterior y Ponciano fue sepultado el 13 de Agosto en la cripta papal de la Catacumba de Calixto. En 1909 el epitafio original fue encontrado en la cripta de Santa Cecilia, cerca de la cripta papal. El epitafio, concordando con los otros epitafios conocidos de la cripta papal, dice: PONTIANOS, EPISK. MARTUR (Ponciano, Obispo, Mártir). La palabra mártur fue agregada después y está escrita en letra pegada [cf. Wilpert, “Die Papstgräber und die Cäciliengruft in der Katakombe des hl. Kalixtus” (Freiburg, 1909), 1 sq., 17 sq. Plate III]. Está colocado bajo el 13 de Agosto en la lista de las “Depositiones martyrum” en la cronografía del 354. El Martirologio Romano establece su fiesta el 19 de Noviembre.

Josep Tàpies Sirvant e seis companheiros, Beato
Sacerdotes e Mártires, 13 de agosto

Os sete sacerdotes da diocese de Urgell assassinados por causa de sua fé católica, durante a perseguição que teve lugar em Cataluña e em Espanha durante os anos 1936 a 1939, foram encarcerados na cidade de La Pobla de Segur (em Lleida, Cataluña) e fuzilados na porta do cemitério do vizinho povo de Salàs de Pallars no dia 13 de agosto de 1936.
Seus nomes inscritos por Deus no Livro da Vida são: Rdo. Josep Tàpies i Sirvant, nascido em 1869 em Ponts, que era beneficiado organista de La Pobla de Segur. Rdo. Pascual Araguàs i Guàrdia, nascido em 1899 em Pont de Claverol, e que era pároco de Noals (província de Huesca). Rdo. Silvestre Arnau i Pasqüet, nascido em Gòsol em 1911, o mais jovem de todos, e que era vigário paroquial de La Pobla de Segur. Rdo. Josep Boher i Foix, nascido em 1887 em Sant Salvador de Toló, e pároco de La Pobleta de Bellveí. Rdo. Francesc Castells i Brenuy, nascido em 1886 em La Pobla de Segur, pároco de Tiurana e ecónomo de Poal. Rdo. Pere Martret i Moles, nascido em 1901 em La Seu d’Urgell, que era ecónomo da Pobla de Segur. E Rdo. Josep-Joan Perot i Juanmartí, nascido em 1877 en Boulogne (Toulouse - Francia) que então era o pároco de Sant Joan de Vinyafrescal.
Son un grupo de sacerdotes diocesanos, pastores de parroquia, que dieron su vida por Cristo y por amor a los hermanos, regalando el perdón a sus verdugos, viviendo aquellos momentos tan trágicos con sentimientos de unión con la Pasión del Señor y de amor a la Madre celestial, la Virgen de Ribera, tan querida en La Pobla de Segur, a la que saludaron desde el camión que les conducía al martirio diciéndole con amor: «Adiós, Virgen de Ribera, ¡venimos al cielo! ».
Sufrieron un duro interrogatorio en La Pobla, se negaron a disimular que eran sacerdotes, o a profanar su sotana, celebraron la Santa Misa y defendieron hasta que pudieron el templo parroquial para que no fuera profanado el Santísimo Sacramento, se encaminaron a ser fusilados con ánimo firme y llenos de piedad. Fueron sacrificados por el mero hecho de ser sacerdotes, sin que pudieran acusarles de ninguna otra causa. Al llegar al lugar de la ejecución, uno se descalzó para subir hasta las tapias del cementerio, imitando a Jesús, que subió descalzo al Calvario. Otro regaló a sus verdugos todo el dinero que llevaba porque a él ya no le haría falta. Y todos murieron ayudándose a ser fieles, perdonando a sus verdugos y gritando: « “¡Viva Cristo Rey! ».
Fueron beatificados el 29 de octubre de 2005.

Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, Beato
Sacerdote Capuchinho, 13 de agosto

 

Presbítero Capuchinho

Martirológio Romano: Em Viena, em Áustria, beato Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, presbítero da Ordem dos Irmãos Menores Capuchinhos. Sapiente pregador da palavra de Deus, se interessou de modo extraordinário pelos pobres e enfermos, e suscitou nos poderosos a vontade de actuar segundo a fé e a paz por acima de tudo (1699).

Nació en Aviano el 17 de noviembre de 1631 en el seno de una familia acomodada. Fue bautizado ese mismo día con el nombre de Carlo Domenico. Juntamente con sus diez hermanos, recibió en su pueblo natal una buena formación espiritual y cultural, que se perfeccionó en los años 1643-1647 en el colegio de los jesuitas de Gorizia. Allí amplió su cultura clásica y científica e intensificó su vida de piedad, participando en las congregaciones marianas.
El clima épico de guerra que se libraba por entonces entre la República de Venecia y el Imperio turco influyó decisivamente en la vida del joven Carlo. Impulsado por el deseo de dar su vida por la defensa de la fe, abandonó el colegio de Gorizia y se dirigió a Capodistria. Allí, agobiado por el hambre y las fatigas del viaje, llamó a la puerta del convento de los capuchinos. El superior, además de darle comida y alojamiento, le aconsejó que volviera cuanto antes a la casa de sus padres.
Durante la breve permanencia con los capuchinos de Capodistria, iluminado por la gracia, descubrió que podía realizar de modo diferente su vocación al apostolado y al martirio. Así, decidió abrazar la austera vida capuchina. En septiembre de 1648 entró en el noviciado de Conegliano y el 21 de noviembre de 1649 emitió la profesión religiosa con el nombre de Marco de Aviano. Después de los estudios de filosofía y teología, el 18 de septiembre de 1655 fue ordenado sacerdote en Chioggia.
Destacó por su intensa oración y por su fidelidad a la vida común, vivida en la humildad y el ocultamiento, y animada por el celo y la observancia de las reglas y constituciones de la Orden.
Desde el año 1664, en el que obtuvo el "carné de predicación", dedicó todas sus energías al apostolado de la palabra por toda Italia, principalmente en los tiempos fuertes de Cuaresma y Adviento. También desempeñó cargos de gobierno: en 1672 fue elegido superior del convento de Belluno, y en 1674 fue nombrado director de la fraternidad de Oderzo.
El 8 de septiembre de 1676, fue enviado a predicar al monasterio de San Prosdócimo, en Padua. Allí, por su oración y su bendición, se curó instantáneamente la monja Vincenza Francesconi, que desde hacía trece años yacía enferma en cama. También en Venecia, un mes después, se verificaron acontecimientos extraordinarios parecidos, de forma que comenzó a difundirse por doquier su fama de santidad y cobró más crédito su predicación.
Sin turbarse por ello, prosiguió con sencillez su apostolado de la palabra. En especial, exhortaba a sus oyentes a incrementar su vida de fe y su vivencia cristiana, a arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia.
La noticia de sus milagros y curaciones extraordinarias hizo que fuera cada vez más requerida su presencia, especialmente por reyes y soberanos. En sus últimos veinte años de vida tuvo que realizar, por obediencia a sus superiores de la Orden o a la Santa Sede, fatigosos viajes apostólicos por toda Europa.
Mantuvo una relación especial con el emperador Leopoldo I de Austria, a cuya corte tuvo que dirigirse catorce veces, sobre todo en los meses de verano. Participó activamente en la cruzada anti-turca en calidad de legado pontificio y de misionero apostólico. Contribuyó de manera decisiva a la liberación de Viena del asedio turco, el 12 de septiembre de 1683. De 1683 a 1689 tomó parte en las campañas militares de defensa y liberación de Buda, el 2 de septiembre de 1686, y de Belgrado, el 6 de septiembre de 1688. Favorecía la armonía dentro del ejército imperial, exhortaba a todos a una auténtica conducta cristiana y asistía espiritualmente a los soldados.
En los años siguientes realizó una gran actividad para restablecer la paz en Europa, sobre todo entre Francia y el Imperio, y para promover la unidad de las potencias católicas con vistas a la defensa de la fe, siempre amenazada por los turcos.
En mayo de 1699 emprendió su último viaje hacia la capital del Imperio. Su salud, ya frágil, se deterioró cada vez más, hasta el punto de que tuvo que interrumpir toda actividad. El 2 de agosto recibió en el convento la visita de la familia imperial y, a continuación, la de los más ilustres personajes de Viena. Diez días después, el nuncio apostólico le llevó personalmente la bendición apostólica del Papa Inocencio XII. Recibió los últimos sacramentos y renovó su profesión religiosa. Murió el 13 de agosto de 1699, apretando entre sus manos el crucifijo, asistido por sus augustos amigos el emperador Leopoldo y la emperatriz Eleonora.
Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 27 de abril de 2003

 

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Recolha, transcrição e tradução incompleta de António Fonseca

Igreja da Comunidade de São Paulo do Viso

Nº 5 801 - SÉRIE DE 2024 - Nº (277) - SANTOS DE CADA DIA - 2 DE OUTUBRO DE 2024

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