terça-feira, 25 de agosto de 2009

LUÍS IX, Santo (e outros) – 25 de Agosto

Luis IX, Santo
Rei de França, Agosto 25

Rei de França

Martirológio Romano: São Luis IX, rei de França, que, tanto em tempo de paz como durante a guerra para defesa dos cristãos, se distinguiu por sua fé activa, sua justiça no governo, o amor aos pobres e a paciência nas situações adversas. Teve onze filhos em seu matrimónio, a que educou de uma maneira memorável e piedosa, e gastou seus bens, forças e sua mesma vida ena a adoração da Cruz, a Coroa e o sepulcro do Senhor, até que, contagiado de peste, morreu no acampamento de Túnez, na costa de África do Norte (1270).
Etimologia: Luis = guerreiro ilustre. Vem da língua alemã.
São Luis, rei de França, é, antes de tudo, um Santo cuja figura angélica impressionava a todos somente com a sua presença. Vive numa época de grandes heroísmos cristãos, que ele  soube aproveitar no meio dos esplendores da corte para ser um dedicado perfeito em todas as virtudes. Nasce em Poissy em 25 de Abril de 1214, e aos doze anos, com a morte de seu pai, Luis VIII, é coroado rei dos franceses sob a regência de sua mãe, a espanhola Doña Blanca de Castela. Exemplo raro de duas irmãs, Doña Blanca e Doña Berenguela, que souberam dar a seus filhos, mais que para reis da terra, para santos e fieis discípulos do Senhor. As mães, as duas princesas filhas do rei Alfonso VIII de Castela, e os filhos, os santos reis São Luis e São Fernando.
En medio de las dificultades de la regencia supo Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».
Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de abril de 1234. Ya rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.
En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la historia. Su obra favorita, las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. Por otra parte, tanto en la política interior como en la exterior San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Tenía la noción de que el gobierno es más un deber que un derecho; de aquí que todas sus actividades obedecieran solamente a esta idea: el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.
Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del reino.
El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra. San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.
Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey. Exquisito en su trato, éste lo extiende, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.
Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la corona de espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.
A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.
Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.
En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente el papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».
En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, conde de Champagne y rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.
Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhortó a los reyes y pueblos en el concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.
Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.
El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta (7 de junio de 1249). El sultán propone la paz, pero el santo rey no se la concede, aconsejado de sus hermanos. En Damieta espera el ejército durante seis meses, mientras se les van uniendo nuevos refuerzos, y al fin, en vez de atacar a Alejandría, se decide a internarse más al interior para avanzar contra El Cairo. La vanguardia, mandada por el conde Roberto de Artois, se adelanta temerariamente por las calles de un pueblecillo llamado Mansurah, siendo aniquilada casi totalmente, muriendo allí mismo el hermano de San Luis (8 de febrero de 1250). El rey tuvo que reaccionar fuertemente y al fin logra vencer en duros encuentros a los infieles. Pero éstos se habían apoderado de los caminos y de los canales en el delta del Nilo, y cuando el ejército, atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió, por fin, retirarse otra vez a Damieta, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros (6 de abril).
Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.
A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.
Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.
En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.
Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del rey. El 4 de julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.
El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles.

Luis IX, Santo

Luis IX, Santo

Em 3 de agosto morre o segundo filho do rei, Juan Tristán, quatro dias mais tarde o legado pontifício e em 25 do mesmo mês a morte arrebatava ao mesmo São Luis, que, como sempre, se havia empenhado em cuidar por si mesmo aos empestados e moribundos. Tinha então cinquenta e seis anos de idade e quarenta de reinado.
Poucas horas mais tarde arribavam as naves de Carlos de Anjou, que assumiu a direcção da empresa. O corpo do santo rei foi trasladado primeiramente para Sicilia e depões para França, para ser enterrado no panteão de São Dionísio, de Paris. Desde este momento ia a servir de grande veneração e piedade para todo seu povo. Uns anos mais tarde, em 11 de agosto de 1297, era solenemente canonizado por Sua Santidade o papa Bonifácio VIII na igreja de São Francisco de Orvieto (Itália).

José de Calasanz, Santo
Fundador, Agosto 25

Fundador dos Esculápios

Martirológio Romano: São José de Calasanz, presbítero, que pôs em marcha escolas populares para instruir a crianças e adolescentes no amor e na sabedoria do Evangelho, e fundou em Roma a Ordem de Clérigos Regulares Pobres da Mãe de Deus das Escolas Pias (1648).


Parece que a Deus lhe importa menos a obra que faz o homem, ainda que seja boa para a extensão do Reino, que a mesma resposta de santidade que o mesmo homem lhe dá. De outra maneira, Deus espera do homem mais sua amorosa correspondência que todo o que o homem possa fazer por Deus. No caso da família esculápia parece que pode ver-se com grande nitidez esta prévia intuição.
José de Calasanz, español, aragonés, nacido en Peralta de la Sal probablemente el 1558, cuando ha empezado a reinar Felipe II. Pedro Calasanz y María Gastón son los padres de la familia numerosa con siete hijos cuyo benjamín es José. Bien lo formó la buena madre poniéndole al corriente de lo importante para vivir: tierna devoción a la Virgen y odio al pecado. Tanto que cuando sólo tenía cinco años hubo quien le vió por el olivar con un cuchillo en la mano dispuesto a matar al demonio que es el peor enemigo.
Estudia los primeros latines -porque quería ir para cura- en Estadilla; hace filosofía y algo de teología en la universidad de Lérida; cambia a la de Valencia para terminar los estudios, pero tuvo que abandonar la ciudad por la persecución de una dama que ponía en peligro su vocación. Se ordenó de sacerdote en Barbastro. Y cambia la licenciatura en teología por el doctorado en Barcelona. Fue secretario de varios obispos y se encamina a Roma para conseguir una canonjía.
El Concilio de Trento propuso la edición de un Catecismo que por fin publicó el Papa Pío V. Surge la Archicofradía de la doctrina Cristiana para procurar a los fieles la instrucción necesaria y alimentar su fe y José de Calasanz organiza -entusiasmado- las catequesis dominicales; luego funda una escuela en Santa María del Transtévere para atender la formación de una niñez y juventud abandonada. Cada vez son más numerosas y largas las hileras de niños que de todas partes de la Ciudad Eterna quieren aprovechar la ocasión. Elige gente responsable que se despreocupe del dinero, muestre interés por el problema y esté dispuesta a la constancia; busca lugares, llama a las puertas, y va organizando la avalancha. Está dispuesto a poner el saber al alcance de los pobres también y a que deje de ser clasista y privilegio de nobles. Han comenzado las Escuelas Pías. Son gratuitas y para todos. Los seguidores de José forman una comunidad sui generis, no tienen votos ni reglas, están unidos y estimulados por la autoridad moral del fundador que es apoyo y modelo por su carisma. Y así funcionarán hasta que el papa Paulo V haga de ella una Congregación de votos simples y Gregorio XV, en 1621, la eleve a la categoría de Orden con votos solemnes y nombre a José de Calasanz como General.
Como sucede con los fundadores de Órdenes religiosas que se han entregado en cuerpo y alma a sacar adelante un querer divino, hubiera sido suficiente lo escrito hasta ahora para su subida a los altares, máxime cuando la labor apostólica y su amplia repercusión social es altamente llamativa por la explosión que supuso este buen hacer en toda Europa. Roma, Génova, Nápoles, Florencia, Sicilia, Germania, Polonia, Cerdeña, España, Hungría, Francia y Austria ¡Más de cuarenta fundaciones durante su gobierno! Pero lo que define a José de Calasanz como santo es otra cosa.
¿Quieres saber lo que pasó? Entre los suyos hubo un "trepa", sí uno de esos que hay en todas las épocas y en todos los estamentos que van medrando para conseguir triunfar y subir a costa de adular a los grandes o poderosos y de pisar a los pequeños o impotentes; esos que frecuentemente son gente de poca valía personal, envidiosos y carentes de escrúpulos morales que gozan adornándose con joyas ajenas. Comienzan por poco y terminan con traición. En este caso, dentro de la familia escolapia, se llamaba el P. Mario Sozzi. Se hizo amigo de los del Santo Oficio y consiguió con malentendidos, intrigas y calumnias la deposición del cargo de General a José Calazancio. Lo humilló hasta conseguir trasladarlo a él y a su Curia entre guardias a los tribunales como espía y malhechor y a desposeerlo de todo gobierno en la orden. Y con el agravante de tener ochenta años el fundador, usurpando él mismo el cargo de General. Cuando muere el papa Urbano VIII, una Comisión de cardenales, revisa el asunto y viendo la fragante injusticia cometida con el anciano fundador y con la Orden, se decide la reposición en su función y el restablecimiento de su fama. Pero las cosas habían llegado tan alto que eso supone la difamación del Santo Oficio y la puesta en ridículo de los que intervinieron en el asunto; total, que se queda la cuestión in statu quo prolongando la injusticia por tiempo indefinido hasta que el papa Inocencio X opta por la destrucción de la obra calasancia por aquello de que "muerto el perro se acabó la rabia"; aquella decisión papal del 1646 era la ruina y suponía la definitiva destitución del General. Lo verdaderamente admirable es que en todo este negro negocio de injusticia José permaneció en el ejercicio sublime de la paciencia, humildad, obediencia, sufriendo la calumnia y la desunión de los suyos, al tiempo que animaba como podía a los más próximos a la perseverancia, prometiéndoles una futura restauración.
¿Quieres saber cómo terminó? El P. Sozzi de marras murió de una horripilante sífilis. Y aún hoy no se sabe muy bien si está o no en el Purgatorio en compañía de los papas Urbano VIII e Inocencio X. Sí se sabe con certeza que José de Calasanz está en el Cielo como intercesor y propuesto como modelo de santidad. Y la familia calasancia está por esos mundos de Dios anunciando el Evangelio a la gente, instruyendo juventudes, formando hombres y aprendiendo de sus orígenes lo santo para hacerlo y lo aborrecible para detestarlo.
Este dia também se festeja a Luis de França

 

Patricia, Santa
Virgem, Agosto 25

Virgem

Martirológio Romano: Virgem mártir que deu sua vida em Nápoles nas perseguições do império romano e ali é venerada como padroeira.
Etimologia: Patricia = de nobre nascimento. Vem da língua grega.


Santa Patricia (665) descendente do grande imperador Constantino, nasceu em Constantinopla. Foi educada na corte, e sendo muito jovem fez voto de virgindade. Para poder permanecer fiel a este, fugiu da cidade porque o imperador Constante II (668-685) queria impor-lhe matrimónio.
Chegou a Roma junto com Aglaia e outra jovem e se pôs sob a protecção do Papa Libério, recebendo o véu virginal. Morto seu pai, Patricia voltou a Constantinopla e renunciando a toda pretensão à coroa imperial, distribuiu seus bens entre os pobres e empreendeu uma peregrinação à Terra Santa. Mas uma terrível tempestade a fez naufragar nas costas de Nápoles, justamente na ilha de Megaride (Castel dell’Ovo), onde morreu depois de uma brevíssima enfermidade.
Por celeste revelação de Aglaia, os funerais de Patricia se fizeram de forma solene com a participação do bispo, do duque da cidade e de muitíssima gente. A carruagem tirada por dois cavalos sem guia, deteve a marcha diante do Mosteiro de Caponapoli dos Padres basiliani, dedicado a São Nicandro e Marciano, onde Patricia, ao passar por Nápoles na sua precedente viagem a Roma, havia indicado que repousariam seus restos. Ali, as irmãs que a haviam seguido, formaram uma congregação sob o nome de
Patrícias ou Irmãs de Santa Patrícia.
O mosteiro, transferido pelos monjes basiliani, ficou para as irmãs sob a regra beneditina e teve vários séculos de vida gloriosa.

  Patricia, Santa

Patricia, Santa

Por causa de eventos históricos e políticos, em 1864 as relíquias da Santa foram trasladadas para o mosteiro de São Gregório Armeno, onde revestidos de cera estão contidos numa urna feita de ouro e prata e adornada com pedras preciosas, na capela lateral da monumental igreja do mosteiro.
A população sempre acode a venerar a Santa, assistindo estupefacta ao prodígio da liquefacção do sangue que mana de um dente conservado num relicário. Durante vários séculos, a liquefacção do sangue sobreveio com modalidades e tempos diversos. Este milagre é menos conhecido que a outra liquefacção que há em Nápoles, a de São Genaro, padroeiro principal da cidade.
Santa Patricia é a segunda padroeira de Nápoles.

 

Ginés (ou Genésio) de Roma, Santo
Mártir, Agosto 25

Mártir

Etimologia: Ginés = protector da família. Vem da língua alemã.
Era um comediante pagão. Como visse um baptismo cristão, ocorreu-lhe parodiá-lo ante o imperador Diocleciano, desempenhando o papel de doente. Os que lhe «administravam» fingiam, mas ele, movido pela graça de Deus, recebeu o Baptismo de água, pois interiormente se acabava de converter a Ele. Pouco depois, o de sangue, por não querer adorar aos deuses. — Festa: 25 de agosto.
Hoje diríamos que Ginés foi actor de teatro. Cuidava, com efeito, das diversões do imperador Diocleciano. Casualmente, pôde assistir, sem ser visto, a uma administração do Baptismo que os cristãos conferiam a seus catecúmenos, apesar da força pública e das leis proibitivas do Estado.
Pensando que sua paródia agradaria ao César e aos magnates da corte, se fingiu enfermo e chamou a dois colegas no ofício para que simulassem uma administração baptismal.
O certo é que, enquanto seus companheiros se riam dele, tocado ele da Graça, seguiu com grande devoção as distintas cerimónias até que terminaram e recebeu o verdadeiro Baptismo de Jesus Cristo. Lhe vestiram logo, segundo era costume cristão nos primeiros séculos, com brancas vestes.
Para continuar a zombaria, o Imperador e os que o assistiam, satisfeitos pela seriedade que acreditavam ser aparente, mandaram trazer um ídolo de Vénus. Indicaram a Ginés que o adorasse ou se preparasse para os tormentos —todo isto em gracejo—, mas ele se incorporou do leito em que, milagrosamente, se havia despojado de sua enfermidade espiritual e, de pé, se dirigiu ao Imperador nestes termos:

«Ouvi-me, Imperador, e todos quantos estais aqui, oficiais do exército, filósofos, senadores e povo, o que vou a dizer. Jamais pude nem ouvir o nome de cristão, antes me enchia de horror ao escutá-lo, e detestava a meus próprios parentes porque professavam aquela Religião. Procurei com vã curiosidade ver os mistérios dos cristãos para que, em público, imitando-os, movesse o povo ao riso; mas no tempo que eu pedi o Baptismo, dentro de mim mesmo senti um remorso de consciência acerca de minha vida, gasta toda em maldades; tanto, que me provocou a dor e a ter pesar por haver sido mau. Na altura em que quiseram deitar a água sobre minha cabeça e me perguntaram se acreditava no que os cristãos crêem, levantando os olhos ao céu, vi uma mão que baixava sobre mim, e vi anjos com rostos de fogo que de um livro recitavam todos os pecados de minha vida. Me disseram que seria limpo deles se recebesse a água purificadora. Assim o desejei. Logo que caiu sobre mim a água baptismal, vi a escritura do livro limpa sem que ficasse sinal algum de letras. Vê, pois, Imperador, e todos vós romanos, o que é justo que faça: pretendi agradar ao Imperador da terra e achei graça com o Imperador do Céu; procurei causar riso nos homens e causei alegria nos anjos. Portanto, confesso desde hoje a Jesus Cristo por verdadeiro Deus e os exorto a todos que façais o mesmo para sair das trevas de que eu hei saído».
O imperador Diocleciano, cheio de ira, mandou-o encarcerar. No dia seguinte foi atormentado: lhe rasgaram as costas com upas de ferro e le aplicaram logo achas acesas.
O Mártir sofreu com grande confiança estes tormentos, até que o verdugo lhe cortou a cabeça e dormiu assim pacificamente no Senhor.
É maravilhosa a obra de Deus em seus Santos. San Ginés não só se converteu mas que deu testemunho público de sua fé e rubricou com seu sangue o intenso amor a Jesus Cristo que abrasava sua alma.

 

Tomás Cantalupo de Hereford, Santo
Bispo de Hereford, Agosto 25

Bispo de Hereford

Martirológio Romano: Em Montefiascone, da Toscana, morte de santo Tomás Cantelupe, bispo de Hereford, em Inglaterra, que, célebre por seus conhecimentos, se mostrou  severo para consigo mesmo, mas excepcionalmente esplêndido para com os pobres (1282).
Etimologia: Tomás = gémeo. Vem da língua aramaica.

Nasceu no ano 1218, em Hambleden, nas proximidades de Great Marlow. Sua educação ficou a cargo de seu tío Walterio, bispo de Worcester, que o enviou a Oxford aos dezanove anos. Mas o jovem passou pouco tempo aí e se trasladou logo a Paris com seu irmão Hugo(1). Em França os jovens viviam numa imensa possessão. Em 1245, acompanharam ao Concilio de Lyon a seu pai, que baía sido enviado como legado de Inglaterra. Provavelmente Tomás recebeu aí a ordenação.

O Papa Inocêncio IV lhe concedeu uma dispensa para que pudesse gozar de vários benefícios eclesiásticos simultaneamente, e o jovem Tomás fez amplo uso de dita dispensa.
Después de enseñar derecho civil en Orleans por algún tiempo, volvió a París. Ahí obtuvo el título de licenciado y entonces pasó a Oxford a enseñar derecho canónico. Fue elegido canciller de la Universidad. Aunque se distinguió siempre por su caridad para con los estudiantes pobres, no dejaba por ello de exigir severamente el cumplimiento de la disciplina. Después de la derrota de Enrique III en Lewes, Tomás fue nombrado canciller del reino. Su prudencia, su valor, su sentido de justicia y su absoluto desprecio del respeto humano, así como su incorruptible honradez hacían de él un prototipo de magistrado. Sin embargo, no ocupó mucho tiempo el cargo, ya que fue depuesto cuando Simón de Montfort triunfó en Evesham. El santo, que tenía entonces unos cuarenta y siete años, se retiró a París.
Algunos años más tarde retornó a Oxford. recibió el grado de doctor en teología en la iglesia de los dominicos. En el discurso que pronunció con tal ocasión, Roberto Kilwardby, arzobispo electo de Canterbuy declaró que el nuevo doctor había llevado una vida irreprochable. Administraba sus beneficios por medio de vicarios y solía presentarse de improviso para estar seguro de que sus súbditos recibían los cuidados corporales y espirituales que se les debían. En 1275, elegido obispo de Hereford, recibió la consagración episcopal en la iglesia de Cristo, de Canterbury.
Debido a las guerras civiles y a la pusilanimidad de sus dos predecesores la amplia y rica diócesis de Hereford se hallaba en un estado lamentable cuando Santo Tomás fue elegido para gobernarla. Enfrentándose con los señores temporales y espirituales de la región, que se aferraban a sus derechos y posesiones, fue venciéndolos uno a uno. Excomulgó a Corbet, barón de Gales; obligó a lord Clifford a hacer penitencia pública en la catedral de Hereford; el obispo de Saint Asaph y el obispo de Menevia, que habían tratado de impedir que consagrase la iglesia abacial de Dors, experimentaron el peso de la mal de la mano aquel prelado feudal, que era a la vez barón y obispo, "solícito y prudente en las cosas de este mundo y todavía más solícito y prudente en las de Dios".
Entre los numerosos incidentes y rasgos de la vida y la persona de Santo Tomás que se hallan consignados en el proceso de canonización, se cuenta que, cuando visitaba su diócesis, preguntaba a todos los niños que encontraba en el camino si estaban confirmados; si la respuesta era negativa, procedía a conferirles inmediatamente el sacramento. Excomulgaba y reprendía a los pecadores públicos, sobre todo a aquellos que ocupaban puestos de importancia y daban mal ejemplo a sus subordinados.
Desgraciadamente, en los últimos años de la vida de Santo Tomás estalló una disputa entre él y Juan Peckham, arzobispo de Canterbury, debido a ciertas cuestiones de jurisdicción y a algunos incidentes ocurridos en la diócesis de Hereford. En un sínodo que tuvo lugar en Reading en 1279, Santo Tomás encabezó a los sufragáneos ofendidos. Roma les dio la razón a su debido tiempo; pero Juan Peckham excomulgó a Santo Tomás. Algunos obispos se negaron a publicar el decreto de excomunión, y Santo Tomás anunció públicamente que iba a apelar ante el Papa Martín IV, a quien fue a ver a Roma. Todavía se conservan ahí algunas cartas de los procuradores de Juan Peckham. A pesar del alboroto que éstos causaron en la Ciudad Eterna, el Sumo Pontífice acogió amablemente a Santo Tomás en Orvieto. Mientras se estudiaba el proceso, el santo se retiró a Montefiascone, pero, ya para entonces, las fatigas y el calor del viaje habían arruinado su salud y cayó gravemente enfermo. Se cuenta que uno de sus capellanes, al comprender que la enfermedad era mortal, le dijo: "Señor, ¿no quisierais confesaros?" Tomás se le quedó mirando y replicó: "Estáis loco." El capellán repitió por dos veces la proposición y recibió la misma respuesta. Lo que ignoraba el pobre capellán era que el santo acostumbraba confesarse todos los días. Santo Tomás falleció el 25 de agosto de 1282 y fue sepultado en Orvieto. Sus reliquias fueron pronto trasladadas a Hereford. La capilla catedralicia en la que fueron depositadas, se convirtió en uno de los santuarios más famosos del occidente de Inglaterra (Juan Peckham se negó a conceder el permiso de enterrar los restos hasta que vio con sus propios ojos el certificado de absolución concedido por la penitenciaría papal). Los milagros empezaron a multiplicarse: en las actas de canonización se enumeran nada menos que cuatrocientos veintinueve. La causa se introdujo a instancias del rey Eduardo I y llegó a su término en 1320.

Ginés (ou Genésio) de Arlés, Santo
Mártir, Agosto 25

Padroeiro dos Notários Latinos

Martirológio Romano: Em Arlés, da Provenza, S. Genésio, mártir, que todavia catecúmeno e desempenhando o ofício de escrivão, ao negar-se a actuar contra os cristãos buscou a salvação na fuga, mas, detido pelos soldados, foi baptizado com seu próprio sangue (303).
Ginés, nativo de Arlés, foi um soldado que chegou a ser conhecido por sua maestria na escritura, pelo que foi nomeado secretário do magistrado romano de Arlés.
No desenvolvimento das funções de seu ofício, lhe foi ditado para ser copiado o decreto de perseguição dos cristãos.
Indignado em seu ideal de justiça, o jovem catecúmeno lançou as tabuinhas de cera onde tomava suas notas aos pés do magistrado e fugiu.
Foi capturado e executado e recebeu o baptismo em seu próprio sangue.

 

María del Tránsito de Jesús Sacramentado Cabanillas, Beata
Fundadora, 25 de agosto

 

Fundadora da
Congregação das Irmãs Missionárias da Terceira Ordem de São Francisco da Argentina

 

Martirológio Romano: Em Córdoba, cidade da República Argentina, beata María del Tránsito de Jesús Sacramentado Cabanillas, virgem, que se dedicou com empenho à formação cristã da infância pobre e abandonada, fundando nesse país o Instituto das Irmãs Missionárias da Terceira Ordem de São Francisco (1885).

María del Tránsito Eugenia de los Dolores Cabanillas nasceu no dia 15 de agosto de 1821 na estância de Santa Leocadia, actual Carlos Paz (Córdoba, Argentina). Seu pai, Felipe Cabanillas Toranzo, descendia de uma família de Valência (Espanha) emigrada na Argentina durante a segunda metade do século XVII e que conseguiu reunir uma certa fortuna económica em seu novo ambiente, mas que se distinguiu sobretudo por sua profunda religiosidade cristã.
En 1816, el Sr. Felipe Cabanillas se unió en matrimonio con la joven Francisca Antonia Luján Sánchez, de la que tuvo once hijos. Tres fallecieron prematuramente, cuatro contrajeron matrimonio y los otros se consagraron a Dios: uno como sacerdote secular y tres como religiosas en diversos Institutos, continuando así una larga y gloriosa tradición familiar.
La Beata era la tercer nacida de la familia. Bautizada por D. Mariano Aguilar el día 10 de enero de 1822 en la capilla de San Roque, le impusieron los nombres de Tránsito, es decir, María del Tránsito o María Asunción, y de Eugenia de los Dolores.Recibió el sacramento de la confirmación con cierto retraso, el día 4 de abril de 1936, dada la lejanía del centro diocesano.
Tras la primera educación familiar, María del Tránsito fue enviada a Córdoba, ciudad de nobles tradiciones culturales, con su famosa universidad del siglo XVII, fundada por el obispo franciscano Fernando Trejo y Sanabria, y los colegios de Santa Catalina (1613) y de Santa Teresa (1628). Desde 1840, al tiempo que seguía sus estudios, cuidó de su hermano menor, que estaba preparándose para el sacerdocio en el seminario de Nuestra Señora de Loreto de la citada ciudad de Córdoba.
En 1850, tras la muerte del Sr. Felipe Cabanillas, la familia entera se trasladó definitivamente a Córdoba, por lo que la Venerable María del Tránsito se estableció con su madre, su hermano, que fue ordenado sacerdote en 1853, sus hermanas y cinco primas huérfanas en una casita situada cerca de la iglesia de San Roque. María del Tránsito se distinguió por su piedad, sobre todo hacia la Eucaristía, llevó a cabo una intensa actividad como catequista e hizo muchas obras de misericordia, visitando frecuentemente a los pobres y a los enfermos en compañía de su prima Rosario.
Después del fallecimiento de su madre (13 de abril de 1858), la Beata ingresó en la Tercera Orden Franciscana e intensificó su vida de oración y de penitencia, dirigida espiritualmente por el Padre Buenaventura Rizo Patrón, franciscano, que sería ordenado obispo de Salta en 1862. Pero ella anhelaba consagrarse a Dios por entero. Por eso, en 1859, con ocasión de su profesión en la TOF, emitió el voto de virginidad perpetua y empezó a pensar en la fundación de un Instituto para la instrucción cristiana de la infancia pobre y abandonada.
En 1871 entró en contacto con la Sra. Isidora Ponce de León, que se interesaba vivamente por la erección de un monasterio de carmelitas en Buenos Aires.Al año siguiente, María del Tránsito la siguió hasta Buenos Aires e ingresó en el monasterio el 19 de marzo de 1873, el mismo día en que fue inaugurado. Pero su compromiso ascético se reveló superior a sus fuerzas físicas, cayó enferma y, por razones de salud, tuvo que abandonar la clausura en abril de 1874. En septiembre de aquel mismo año, creyéndose suficientemente recuperada, ingresó en el convento de las religiosas de la Visitación de Montevideo, pero también allí cayó enferma pocos meses des- pués.
La Beata acepta todo con admirable resignación, abandonándose cada vez con más confianza en las manos de la Divina Providencia. Contemporáneamente, vuelve a emerger su idea de una fundación educativa y asistencial al servicio de la infancia. Varios franciscanos la alientan a ello y D. Agustín Garzón le ofrece una casa y su colaboración y la pone en contacto con el P. Ciríaco Porreca, OFM, de Río Cuarto.
El día 8 de diciembre de 1878, obtenida la aprobación eclesiás- tica de su proyecto de fundación y de las constituciones y después de unos ejercicios espirituales predicados por el P. Porreca, María del Tránsito Cabanillas, en compañía de sus dos compañeras Teresa Fronteras y Brígida Moyano, pone en marcha la Congregación de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas de la Argentina. A petición de la Fundadora, el P. Ciríaco Porreca, OFM, es nombrado director del Instituto. El 2 de febrero de 1879 María del Tránsito Cabanillas y sus dos primeras compañeras emiten la profesión religiosa y el día 27 de aquel mismo mes y año escriben al
P. Bernardino de Portogruaro, Ministro general de la Orden de Frailes Menores, solicitándole la agregación de su Instituto a la Orden Franciscana. El P. Bernardino de Portogruaro les responde afirmativamente el día 28 de enero de 1880.
La nueva Congregación tuvo inmediatamente una floración de vocaciones, de manera que todavía en vida de la Fundadora se inauguró el colegio de Santa Margarita de Cortona en San Vicente, así como el del Carmen en Río Cuarto y el de la Inmaculada Concepción en Villa Nueva.
La Beata guiaba el floreciente Instituto con admirable sabiduría, pero sus fuerzas físicas iban cediendo gradualmente a las fatigas de cada día y a los rigores ascéticos. El 25 de agosto de 1885 moría santamente, como había vivido durante toda su vida, dejando en herencia heroicos ejemplos de humildad y de caridad al servicio sobre todo de la infancia, de los pobres, de los enfermos y de sus hermanas.En su currículo espiritual deben subrayarse sobre todo la prudencia, la paciencia, la fortaleza de ánimo para afrontar las múltiples pruebas de la vida, su asidua actividad enseñando el catecismo y atendiendo a la infancia abandonada, su amor a la pureza y la confianza en la Divina Providencia, que le respondía con frecuencia con signos sorprendentes.
Como Fundadora, la Beata supo infundir en sus hijas el espíritu sobrenatural, la generosidad, el amor a la infancia, el espíritu de penitencia y de mortificación.
Su Santidad Juan Pablo II declaró la heroicidad de las virtudes de la Beata el día 28 de junio de 1999.
Su Santidad Juan Pablo II la beatificó el 14 de abril del 2002, y estableció que su fiesta se celebre el 25 de agosto
Reproducido con autorización de
Vatican.va

http://es.catholic.net/santoral

Recolha, transcrição e tradução incompleta

(pela grande extensão das biografias e por falta de tempo) de

António Fonseca

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