terça-feira, 13 de agosto de 2013

Nº 1720 - (204-13) – 1ª Página - SANTOS DE CADA DIA - 13 DE AGOSTO DE 2013 - 5º ANO

Nº 1720


13 DE AGOSTO DE 2013



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e-mail: antoniofonseca1940@hotmail.com

Nº 1720 - (204-13) – 1ª Página

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Nº 1720 - (204-13) – 1ª Página

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E U   S O U



AQUELE   QUE   SOU

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PONCIANO e HIPÓLITO, Santos
Mártires (235)
Ponciano e  Hipólito, Santos




Martirologio Romano: Santos mártires Ponciano, Papa, e Hipólito, presbítero, que fueron deportados juntos a Cerdeña, y con igual condena, adornados, al parecer, con la misma corona, fueron trasladados finalmente a Roma, Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina, y el papa Ponciano, al cementerio de Calisto (c. 236). 

Al llegar Ponciano a la Cátedra de Pedro, en el año 230, encontró a la Iglesia dividida por un cisma, cuyo autor era el sacerdote Hipólito, un maestro afamado por su conocimiento de la Escritura y por la profundidad de su pensamiento. Hipólito no se había avenido a aceptar la elección del diácono Calixto como papa (217) y, a partir de ese momento, se había erigido en jefe de una comunidad disidente, estimando que él representaba a la tradición, en tanto que Calixto y sus sucesores cedían peligrosamente al último capricho.

El año 235 estalló la persecución de Maximiano. Constatando que los cristianos de Roma se apoyaban en los dos obispos, el emperador mandó que arrestasen a ambos, y les condenó a trabajos forzados.

Para que la Iglesia no se viera privada de cabeza en circunstancias tan difíciles, Ponciano renunció a su cargo e Hipólito hizo otro tanto.

Deportados a Cerdeña, se unieron en una misma confesión de fe, y no tardaron en encontrar la muerte. Después de la persecución, el papa Fabián (236-250), pudo llevar a Roma los cuerpos de ambos mártires. El 13 de agosto es precisamente el aniversario de esta traslación.

Pronto se echó en olvido que Hipólito había sido el autor del cisma. Sólo se tuvo presente al mártir y doctor, hasta tal punto que un dibujo del siglo IV asocia sus nombres a los de Pedro y Pablo, Sixto y Lorenzo.

CASSIANO DE ÍMOLA, Santo


Mártir (século IV)


Casiano de Imola, Santo

Maestro de escuela y Mártir

Martirologio Romano: En Foro Cornelio (hoy Imola), en la provincia de Flaminia, san Casiano, mártir, que, habiéndose negado a adorar a los ídolos, fue entregado a manos de niños, a los que enseñaba como maestro, para que le torturaran con sus punzones hasta la muerte y así resultara tanto más duro el dolor de su martirio, cuanto más débiles eran las manos que le torturaban (c. 300).

Un día el poeta Aurelio Prudencio va a Roma. Es en los primeros años del siglo V. En su paso para la capital del Imperio se detiene en el Foro Cornelio, hoy Imola. Lleva el corazón angustiado, porque de la solución del negocio, motivo del viaje, depende tal vez la seguridad de su porvenir y el de su familia. Espíritu profundamente cristiano, se siente acuciado a encomendarse al Redentor y entra a orar en una iglesia. Se postra ante el sepulcro del mártir Casiano, cuyas reliquias se  veneran allí, y se abisma en profunda oración. Una oración que es un contrito recuento de pecados y sufrimientos.

Cuando, entre lágrimas, levanta los ojos al cielo, su vista queda prendida en la contemplación de un cuadro pintado de vivos colores. Se ve en él la imagen de un hombre semidesnudo, cubierto de llagas y sangre, rasgada su piel por mil sitios. A su derredor una turba de chiquillos exaltados esgrimen contra él los instrumentos escolares y se afanan por clavarle en las ya laceradas carnes los estiletes usados para escribir.

Conmovido el poeta por esta trágica visión pictórica, en la que, sin duda, ve un traslado de su propio desgarramiento interior, pregunta al sacristán de la iglesia por su significado. Este, tal vez con voz indiferente por la costumbre, le explica que el cuadro representa el martirio de San Casiano, y le cuenta la historia y pormenores de su muerte, acaecida bastante anteriormente y testimoniada por documentos. Termina recordándole que se acoja a sus súplicas si tiene alguna necesidad, pues el mártir concede benignísimo las que considera dignas de ser escuchadas.

Prudencio lo hace así y comprueba la veracidad de las palabras del sacristán, pues su negocio de Roma se resuelve satisfactoriamente. Vuelto a España, compone en honor de San Casiano, como exvoto de agradecimiento, un precioso himno, que es el IX de su Peristephanon.

En él nos explica la historia de este su viaje a Roma y pone en labios del sacristán la narración del martirio del Santo. Es indudable que las palabras del sacristán, a pesar del tono de suficiencia que pudieron tener, debieron de ser más sencillas. Pero Prudencio es poeta. Es el más excelso cantor de los mártires cristianos. Su espíritu se deja arrebatar en alas de su numen y de su entusiasmo. Y nos da una espléndida versión poético-dramática.

Casiano era maestro de escuela. Un maestro severo y eficiente, según esta interpretación. Enseña a sus niños los rudimentos de la gramática, al mismo tiempo que un arte especial: el de la taquigrafía, ese arte de condensar en breves signos las palabras. Es acusado de cristiano. Y los perseguidores tienen la maligna ocurrencia de ponerle en manos de los mismos niños, sus discípulos, para que muera atormentado por ellos, y que los instrumentos del martirio sean los mismos de que antes se valían para aprender. Estas circunstancias, con toda su carga dramática, son aprovechadas por el poeta para resaltar la crudeza del martirio:

"Unos le arrojan las frágiles tablillas y las rompen en su cabeza; la madera salta, dejándole herida la frente. Le golpean las sangrientas mejillas con las enceradas tabletas, y la pequeña página se humedece en sangre con el golpe. Otros blanden sus punzones... Por unas partes es taladrado el mártir de Jesucristo, por otras es desgarrado; unos hincan hasta lo recóndito de las entrañas, otros se entretienen en desgarrar la piel. Todos los miembros, incluso las manos, recibieron mil pinchazos, y mil gotas de sangre fluyen al momento de cada miembro. Más cruel era el verduguito que se entretenía en surcar a flor de carne que el que hincaba hasta el fondo de las entrañas".


El lector se estremece, no tanto por los tormentos en sí cuanto por verlos venir de quien vienen: de niños y discípulos. Pero el poeta parece llevado en brazos de un fuego trágico. Se complace en pintarnos el estado de ánimo de los pequeños verdugos, imaginándolos llenos de una horrenda malicia con aires de sarcasmo:

"¿Por qué lloras? —le pregunta uno—; tú mismo, maestro, nos diste estos hierros y nos armaste las manos. Mira, no hemos hecho más que devolver los miles de letras que recibimos de pie y llorando en tu escuela. No tienes razón para airarte porque escribamos en tu cuerpo; tú mismo lo mandabas: que nunca esté inactivo el estilete en la mano. Ya no te pedimos, maestro tacaño, las vacaciones que siempre nos negabas. Ahora nos gusta puntear con el estilo y trazar paralelos unos surcos a otros, y trenzar en cadenita las rayas truncadas. Ya puedes enmendar los versos asoplados en larga tiramira, si en algo erró la mano infiel. Ejerce tu autoridad; tienes derecho a castigar la culpa si alguno de tus alumnos ha sido remiso en trazar sus rasgos".

Cuesta trabajo imaginar tal cantidad de perfidia en los tiernos corazones infantiles. Prudencio parece haberlo presentido; por eso antes nos ha dado unas explicaciones de esta actitud, como si quisiera justificarla o, al menos, motivarla:

"Ya es sabido que el maestro es siempre intolerable para el joven escolar, y que las asignaturas son siempre insoportables para los niños... Gusta sobremanera a los niños que el mismo severo maestro sea el escarnio de los discípulos a quienes contuvo con dura disciplina.

Sin embargo, a pesar de estos motivos, nuestro corazón sigue anonadado. Y es que Prudencio canta, sobre todo, aquí, la horripilante crudeza del martirio. Absorbido tal vez sólo por el impresionante verismo del cuadro, y transportado en alas de su fuerza trágica, no ha visto más que el montón de dolores que se multiplicaban indefinidamente sobre el cuerpo del mártir. Y alrededor de este eje ha construido, en círculos concéntricos, la mágica unidad de su poema: los dolores adquieren magnitud porque vienen de unos niños airados; los niños están exacerbados porque sienten un negro placer en vengarse de la severidad del maestro.

No hay duda que esta disposición íntima contribuye a la grandiosidad del poema, y, consecuentemente, del mártir. Pero, ¿no se habrá dejado llevar el poeta por el afán de la exageración?

En primer lugar, respecto de los niños. Es verdad que hay en el corazón humano recónditos rencores que añoran en ocasiones excepcionales. Es verdad que también pueden existir, que existen indudablemente, en el corazón de los niños. La imagen de la inocencia infantil no absorbe todos los repliegues de sombra. Es verosímil, por tanto, que en las circunstancias de este martirio las obscuras fuerzas represadas desbordasen todos los diques de bondad. Añádase a esto la presión ejercida por la presencia animadora y el enérgico mandato del juez perseguidor, y la facilidad de contaminación del furor colectivo. Pero, aun así, uno se resiste a la generalización. ¿Es posible que todos los niños estuviesen poseídos de esa furia diabólica, que en ninguno de ellos hubiese siquiera un destello de compasión, de resistencia, de lágrimas?

En segundo lugar, respecto del mismo maestro. La imagen que nos ofrece Prudencio de San Casiano como maestro, ¿no es excesivamente severa? Son unos rasgos acusadamente llenos de aristas:

"Muchas veces los duros preceptos y el severo rostro habían agitado con ira y miedo a sus alumnos impúberes”.

Naturalmente, en ocasiones habría tenido que hacer uso de la seriedad y hasta del castigo. Pero ¿siempre? ¿Era solamente el gigante enemigo, imponente ante la pequeñez e impericia de los débiles niños? ¿No se diferenciaría precisamente, por su calidad de cristiano con vocación de amor, por una suavidad mayor de la corriente en las demás escuelas? Se habría excedido, sin duda, alguna vez, arrastrado por la cólera o la impaciencia. ¿Quién no? ¡Y es tan fácil en los que mandan este arrebato de suficiencia, que no soporta ser vencido por la insolencia o la valía de los subordinados! Pero, sin duda también, en los ratos de oración y de humilde reconocimiento de pecados habría sacado impulso para un trato más dulce, más paternal, más cariñoso.

Además de esto, y sobre todo, echamos de ver, en el magnífico himno de Prudencio, que nos falta algo: el alma de Casiano. La íntima actitud de su espíritu en el trance doloroso del martirio. El poeta, obsesionado por el cuerpo lacerado, por la sangre bullendo a borbotones, por la piel rota en mil rasgaduras, nos ha escamoteado la fuente. Ese rico venero escondido en el fondo del ser, receptáculo de todas las impresiones y manantial de toda la fuerza.

Sólo en una ocasión pone en labios de San Casiano todas las impresiones y manantial de toda la fuerza.

"Sed valientes, os ruego, y venced los pocos años con vuestros esfuerzos; que supla la fiereza lo que falta a la edad".

Pero esto no es más que un trozo de espíritu: la punta del ánimo heroico que late en el pecho del mártir. Y está empleado sólo como apoyatura para la exaltación de lo externo.

Tenía que haber más. El mártir no podía menos de ver a los niños. Un enjambre de enfurecidas avispas pugnando por hendir en la blandura de su carne la acerada lanza de los aguijones. Un confuso griterío; un montón de encrespadas cabelleras; un bosque de manos, tiernas manos, agitadas; un llamear de ojos, miles de ojos multiplicándose en aquel baile frenético. También algunas manos remisas, vacilantes, tímidamente escondidas, y algunos ojos húmedos, temblorosos, asustados, dolientes... Y no podía menos de ver en los niños a sus discípulos. Eran ellos, los mismos a quienes estaba dedicando su paciencia, su saber, su vida.

Todos allí. ¿Tendría vigor para recorrerlos uno a uno? Ese, el de la tez bruna, que tan expresivamente recitaba a Homero; ese otro, cuya manecita rebelde tantas veces hubo el maestro de guiar sobre la encerada tablilla; y aquél, que tanta paciencia le hizo gastar hasta que aprendió las declinaciones griegas; y éste de más acá, el reconcentrado, que ahora esgrimía el punzón medio a ocultas, pero con golpes secos y profundos; y el otro, el travieso rubicundo, el más castigado, aunque no el menos querido; y este pequeñito, que participaba en la matanza como en un juego... Y uno, y otro y otro. Todos pasarían en rápidas oleadas por la imaginación del maestro, con sus rostros, sus almas, sus nombres tan sabidos y tantas veces repetidos en mil tonos diferentes. Tal vez los gemidos que se escapaban de los labios del mártir no fuesen sino nombres de alumnos, pronunciados silenciosamente con aire de asombro, de queja, con palpitaciones de última agridulzura.

Y este vértigo de nombres y rostros, en la prolongación de su agonía, tenía que ser para el maestro martirizado como un espejo donde se reflejaba su vida: esfuerzos, ilusiones, gozos, fallos. Días llenos de la más rutinaria monotonía, momentos de desesperada sensación de inutilidad, ramalazos de ira o impotencia, minutos rebosantes de nitidísima alegría, impaciencias, lágrimas, voces imperiosas, palabras persuasivas, multiplicándose a lo largo de generaciones de chiquillos, que pasaban por sus manos como masa informe y salían de ellas con una luz encendida en la frente. Todo para desembocar en este fracaso final: sentirse matar lentamente por los mismos a los que él se había afanado en educar para la rectitud y el amor.

Aunque ¿era esto, efectivamente, un fracaso? Humanamente, desde luego. Pero era a través de este tormento como Casiano conseguía su verdadera gloria. Porque el final no era esto, la muerte atroz y desalentadora. El final estaba más allá de la frontera de la muerte, en un campo que se abría con claros horizontes de sosiego. El blanco al que se dirigía esta flecha de carne dolorida era el mismo Dios. Solamente Dios daba sentido a su muerte, como había dado sentido a su vida. Por eso no podemos pensar que el alma de Casiano estuviese ausente de Dios en estos terribles momentos. Había de estar necesariamente anclada en Él. Cada latido de sus venas, cada gemido de su garganta, cada pensamiento de su mente serían una aspiración y una súplica al Señor. El mismo transitar de su imaginación por caras, y manos, y nombres, y días, tendría su eco en Dios. No podía menos de resumir en apretada síntesis de gracias y fervores, de pecados y contriciones, de sequedades y esfuerzos, el caminar de su vida hacia la casa del Padre.

¿Y los dolores? Estos agudos dolores de ahora, que se sucedían atropelladamente, sin dejar lugar al respiro, eran ya de por sí una oración con fuerza de sangre. Y Casiano los recibiría con sentido de holocausto. Y los ofrecería humildemente al Redentor como reparación por ese reguero de sombras que, entre destellos de luces, deja el hombre sobre la tierra.

Y se acordaría de Jesús muriendo en el Calvario. Esa turba de chiquillos en danza loca buscando su cuerpo le sugerirían aquella otra masa imponente de judíos vociferantes atronando con insultos los oídos del Crucificado. Aquéllos eran el pueblo de Dios. Estos eran la familia del maestro. Y, lo mismo que Cristo rezaba al Padre por sus verdugos, Casiano pediría por sus niños: que Dios los perdonase, que no sabían lo que estaban haciendo, que él los quería de verdad, que Dios limpiase sus almas de la honda grieta de negrura abierta por este crimen, que los transformase, que él entregaba su propia inmolación por ellos, que...

Y luego, también como Jesús, pondría su espíritu en manos del Padre. Un aliento interminable que nacía del fondo y le arrastraba hasta el seno de Dios. No es que quisiese romper con la vida, con este su final de fracaso, como quien tira a la cuneta del camino los desperdicios o lo desagradable, la desgarradura del vestido. No. El mismo fracaso —lo que su martirio tenía de fracaso humano— era lo que él quería asumir, como el último sorbo del cáliz amargo, y, con él en la misma punta de los labios, subir hasta Dios, hasta esa gloria que él veía inviolable: el mismo corazón del Padre.

Y de esa manera entregaría su alma. Prudencio nos lo dice con estas bellísimas, ingenuas palabras:

"Por fin, compadecido Cristo del mártir desde el cielo, manda desatar los lazos del pecho, y corta las dolorosas tardanzas y los vínculos de la vida, dejando expeditos todos sus escondites. La sangre, siguiendo los caminos abiertos de las venas desde su más íntima fuente, deja el corazón, y el alma anhelante salió por todos los agujeros de las fibras del acribillado cuerpo".

¿Queda así ya completa la imagen de San Casiano? El poeta Prudencio nos ha descrito con magistral sentido realista y dramático los tormentos físicos del mártir y la embravecida animosidad infantil. Nosotros hemos intentado acercarnos a su alma. Es un osado atrevimiento, aunque pocas veces tan justificadamente verosímil como aquí.

En realidad, lo que sabemos de San Casiano puede reducirse a unas simples afirmaciones: que era maestro de escuela, perito en taquigrafía, que murió a manos de sus discípulos, y que seguramente sucedió el martirio bajo la persecución de Diocleciano (303-304). Pero siempre es lícita al hombre la aventura de comprender al hombre. Más aún: es humana. Y cuando se hace con respeto y justicia, a pesar de todos los riesgos, llega al fondo de la realidad con una precisión mayor tal vez que una multiplicación de datos escuetos.

De la narración de la historia y martirio de San Casiano Prudencio ha sacado también una conclusión. Una conclusión muy sencilla, pero deliciosamente confortadora: la de que el mártir escucha benignísimo las súplicas del corazón angustiado de los hombres. A nosotros, después de eso, nos bastaría con habernos adentrado —bien tímidamente, desde luego— en el lago interior de esta alma humana, y en unos momentos de tan profundas resonancias, cuando las aguas del ser están todas conmovidas por un estremecimiento de íntegra decisión. Nos bastaría con ello, porque esto conmueve, ahonda y purifica nuestro propio ser.

Y, si no nos conformamos con esta purificación esencial, aún podemos deducir una lección de prolongada estela práctica. San Casiano no fue atormentado por haber cumplido mal su misión de magisterio, ni la rebeldía de los niños y su encarnizado afán homicida fue una explosión directa, sino provocada por un fuego atizado desde fuera. Sin embargo, la realidad de su muerte representó para él la herida en el punto más doloroso. En su martirio no hubo nada que supiese a satisfacción humana. Lo que a otros mártires les da cierta aureola de triunfadores terrenos —la heroicidad, la altivez con que soportan, el mismo reto erguido frente a los jueces o verdugos...— está aquí ensombrecido. Porque Casiano, después de negarse a sacrificar a los ídolos, ya no tiene delante un tirano a quien increpar, frente a quien afirmarse, sino a sus niños, a sus queridos alumnos, a sus frágiles niños. ¿Contra qué fuerza oponer su fuerza? No le queda más que dejarse llevar, vencer, destrozar, hundirse.

Y aquí está la lección. El libro abierto de este martirio nos enseña cómo puede Dios, para subirnos hasta El, herirnos en lo más querido, barrer de un soplo nuestras más acariciadas ilusiones, hundirnos en la apariencia de la inutilidad, izar en nuestra persona la bandera del fracaso. Y todo eso tal vez sin sangre, en la más pura vulgaridad del anonimato. Aunque ello no sería excusa para el desaliento, sino motivo para una total decisión de lucha, al mismo tiempo que para una activa y vital oblación. Y eso hasta el final. Ese final que sólo está en manos de Dios y que siempre lo ejecutan las manos de Dios.

Las reliquias de San Casiano se veneran en la catedral de la ciudad italiana de Imola, que se enorgullece con su patrocinio. Honradas primeramente en una basílica, fueron trasladadas a la catedral, recientemente construida, en el siglo XIII, y luego encerradas en una caja de plomo y colocadas bajo la cripta, en el centro del presbiterio, al restaurarse la catedral en 1704.

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Benildo (Pedro Romançon), Santo
Maestro Lasallista, 13 de agosto
Benildo (Pedro Romançon), Santo
Benildo (Pedro Romançon), Santo

Maestro Lasallista


Martirologio Romano: En el lugar de Sangues, cerca de Annecy, también en Francia, san Benildo (Pedro) Romançon, del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que dedicó su vida a la formación de los jóvenes (1862).

Etimología: Benido = bandera del guerrero. Viene de la lengua alemana.

Pedro Romançon nace en el pueblo de Thuret en la parte meridional del centro de Francia. Resulta tan aventajado con respecto a sus compañeros de escuela elemental que los Hermanos le contratan como maestro auxiliar, con 14 años de edad. A pesar de los reparos que ponen sus padres que quieren guardarle en casa, y la reticencia de los superiores que lo consideran demasiado bajo de estatura, finalmente es admitido en el Noviciado. Desde 1821 hasta 1841 enseña sucesivamente en el conjunto de escuelas elementales que tienen los Hermanos en la región administrativa de Clermont-Ferrand. En 1841 es nombrado Director de la escuela que se abre en Saugues, un pueblo aislado en la planicie árida del sur de Francia. Durante los 20 años que siguen, trabaja sosegada y eficazmente, como maestro y director, en la educación de los chicos del pueblo y de algunas granjas de los alrededores; gran parte de estos últimos ya son casi hombres pero no han estado nunca en la escuela hasta entonces. Aunque de baja estatura, el Hermano Benildo tiene fama de ser estricto pero justo. Pronto la escuelita se transforma en el centro de la vida social e intelectual del pueblo, con clases de noche para los adultos y un acompañamiento para los alumnos menos capacitados. El extraordinario sentido religioso del Hermano Benildo es evidente para todos: durante la misa con los alumnos en la iglesia parroquial, en la enseñanza del catecismo, en la preparación de los chicos a la primera comunión, en las visitas a los enfermos y las oraciones con ellos, y los rumores de curaciones milagrosas. Es particularmente eficaz para atraer vocaciones. Cuando llega la hora de su muerte más de 200 Hermanos y un número impresionante de sacerdotes han sido alumnos suyos en Saugues. El Papa Pio XI subraya que se ha santificado soportando "el terrible cotidiano" y el decreto de beatificación "que ha cumplido las cosas comunes de una manera poco común".

Nacido en Thuret, Francia, el 14 de junio de 1805
Entrado en el Noviciado el 19 de febrero de 1820
Fallecido el 13 de agosto de 1862
Beatificado el 4 de abril de 1948
Canonizado el 29 de octubre de 1967
Radegunda, Santa
Reina de Francia, 13 de agosto
Radegunda, Santa
Radegunda, Santa

Reina de Francia


Martirologio Romano: En Poitiers, de Aquitania, santa Radegunda, reina de los francos. Cuando todavía vivía su esposo, el rey Clotario, recibió el velo sagrado de religiosa, y en el monasterio de la Santa Cruz de Poitiers, que ella había mandado construir, sirvió a Cristo bajo la Regla de san Cesáreo de Arlés (587).

Etimología: Radegunda = consejo de guerra. Viene de la lengua alemana.

Es curioso: Santa Radegunda, que con tan justo título tienen los franceses como una de sus santas más insignes, fue, sin embargo, por nacimiento, la primera de las santas alemanas. Parece cierto que nació en Erfurt. Pertenecía a la Casa de Turingia, hija del rey Berthairo, muerto a manos de su propio hermano Hermenefrido. El mismo Hermenefrido, para verse libre de su otro hermano, llamó a los reyes francos en su ayuda. Y, en efecto, también Baderico, que así se llamaba, murió. Radegunda, niña aún, pasó a vivir, con sus hermanos, en casa del verdugo de su padre y de su tío. Pero los reyes francos se quejaron de no haber recibido lo que se les había prometido, y estalló la guerra. Los turingios fueron subyugados y Radegunda y sus hermanos llevados cautivos.

Esto iba a cambiar por completo la vida de Radegunda. La niña era muy bella, y, después de disputársela ásperamente a su hermano Thierry, Clotario la envió a su "villa" de Athies. Allí recibió una sólida formación moral y una cierta cultura. Hasta que, hacia el año 536, Clotario, viudo después de la muerte de la reina Ingonda, decide contraer matrimonio con su cautiva. Ella se resiste, y hoy nos parece lógico. Tenía que resultarle duro convivir con el dominador de su propia patria, mucho mayor en edad que ella, poco hecho a la idea de una monogamia estricta. La joven princesa escapó, pero fue encontrada y llevada con buena escolta a Soissons, donde se celebró el matrimonio.

Se ha pretendido que Radegunda consiguió guardar su virginidad después de casada. Difícil, prácticamente imposible, resulta esto conociendo el temperamento brutal de Clotario. Lo que sí es cierto es que la reina continuó en palacio viviendo una intensa vida espiritual, rezando el oficio, pasando noches enteras en la oración.

Un día la convivencia con el rey se hizo muy difícil: su patria, la Turingia, se había sublevado. El hermano de Radegunda, que vivía en la corte de Clotario, fue ejecutado en represalias. Clotario, que toda su vida demostró estar profundamente enamorado de Radegunda, supo, sin embargo, hacerse cargo y la dejó marcharse. Resultaba duro a la reina vivir con quien había ordenado la muerte de su propio hermano.

Encontramos entonces a Radegunda en la hermosa región del valle del Loira, que ya entonces iniciaba un papel extraordinario en la historia de Francia, que habría de continuar desarrollando a lo largo de siglos. La reina va al encuentro de San Medardo, en Noyon, y le pide que la consagre a Dios. El anciano duda, los señores francos que están en la iglesia se oponen, pero la reina consigue, con un apóstrofe de grandeza soberana, impresionar al Santo, quien le impone las manos y la constituye en religiosa.

Radegunda marcha entonces a Tours, donde venera la tumba de San Martín, y se dirige a Saix. Saix era por aquel tiempo una villa real, transformada hoy en un pequeño pueblecillo atendido por el vecino cura de Roiffé. En los confines de la Turena y del Poitou, en, una naturaleza llena de extraordinaria belleza, aquel rincón se prestaba admirablemente para la vida que la reina aspiraba a llevar. Y así, religiosa en su propia casa, se dedica Radegunda a las tareas propias de su estado: lectura espiritual, oración, ejercicio de la caridad con los enfermos.

Todo parecía marchar bien cuando llega la noticia de que Clotario quiere reclamarla otra vez. Huye Radegunda a Poitiers y se refugia junto al sepulcro de San Hilario. El Santo consigue un milagro moral: Clotario construirá para ella un monasterio en Poitiers, con el título de Nuestra Señora. Intenta, sin embargo, un nuevo asalto, pero San Germán, el obispo venerado por todos, se interpone. Clotario ya no volverá a insistir y terminará pacíficamente sus días el año 562.

Las religiosas, atraídas por la fama de santidad de Radegunda, afluyen al monasterio de Nuestra Señora. Sólo la reina está a disgusto entre aquellas muestras de veneración que recibe por parte de sus hijas espirituales. Por eso un día consigue dejar el gobierno de la comunidad en manos de Inés, su hija preferida. Ella se dedicará únicamente a santificarse en los trabajos más humildes y costosos del monasterio, y a trabajar discretamente al servicio de su reino.

Hacia el año 567 un poeta originario de Italia llega a Poitiers. Viene rodeado de una aureola de gloria, después de una vida de trovador errante y devoto. Iba a acabarse para él ese continuo peregrinar. Radegunda e Inés iban a sujetarle con dulzura en Poitiers. Iniciado en la vida espiritual, recibe la ordenación sacerdotal y queda como consejero del monasterio. El mismo será quien, en una maravillosa Vida de Santa Radegunda, nos contará con todo detalle cómo transcurría la existencia de la antigua reina por aquellos días.

Hay, sin embargo, un episodio de la vida del monasterio que iba a tener repercusión en la liturgia universal. Santa Radegunda era, como lo somos todos, hija de su propio tiempo. Por eso compartía con su época la pasión por las reliquias. La recomendación del rey Sigeberto, su hijo político, y el apoyo de los príncipes de Turingia, sus primos, refugiados en Constantinopla, le consiguieron del emperador Justino II un fragmento considerable de la verdadera cruz. Era el año, 569.

Al acercarse la sagrada reliquia Poitiers vibra de entusiasmo. Y al entrar en el monasterio la cruz se cantan por vez primera los dos célebres himnos compuestos por Venancio Fortunato: Pange lingua gloriosi y Vexilla Regis prodeunt.

Tres afanes iban a centrar la vida de Santa Radegunda. El primero, consolidar su fundación. Ya con ocasión de la entrada de la verdadera cruz el obispo había mostrado su desdén hacia el monasterio, marchándose ostensiblemente de la ciudad, sin querer intervenir en la ceremonia. Apuntaba, por consiguiente, un peligro al que Radegunda quiso poner remedio oportunamente. No vaciló para ello en abandonar su convento, que había tomado el nombre de Santa Cruz después de la llegada de la reliquia, y hacer un viaje a Arlés, para estudiar sobre el terreno la regla que cincuenta años antes había escrito San Cesáreo, para las religiosas de San Juan, agrupadas en torno a su hermana mayor Cesárea. La abadesa las recibió, pues iba acompañada de Inés, la superiora de Santa Cruz, con encantadora caridad y les proporcionó todos los datos que querían. A la vuelta a Poitiers Radegunda puso por obra su plan: sustraer el monasterio a la autoridad del obispo diocesano, colocándole bajo otro que fuese superior.

Y, en efecto, sometió las reglas del monasterio a la firma de siete obispos, de los que cinco de ellos pertenecían a la provincia de Tours. Basándose en el valor personal que entonces solían tener las leyes, y teniendo en cuenta que cada uno de estos obispos tenía religiosas que eran, en cierto modo, súbditas suyas en el monasterio, la regla aparecía como obligatoria para cada una de ellas en virtud del mandato de su propio obispo. Como, por otra parte, esa regla era la de San Cesáreo de Arlés, e Inés había recibido la bendición de San Germán, obispo de París, nadie podía alegar una jurisdicción exclusiva sobre el monasterio y éste podía considerarse lo que hoy llamaríamos exento.

Quedaba un segundo afán: consolidar la vida interna del monasterio. Los testimonios contemporáneos son elocuentes. Santa Cruz reunía entonces dentro de sus muros doscientas monjas que llevaban una vida ejemplar y santa: salmodia, trabajo de la lana, copia de manuscritos, lectura, meditación, etc. Radegunda miraba aquel cuadro complacida. Según una de sus religiosas solía decirles ya al final de su vida: "Yo os he escogido, hijas mías, y vosotras sois mi luz, mi vida, mi reposo, toda mi felicidad. Vosotras sois mi planta predilecta". Bien es verdad que esto no se logró únicamente con leyes, sino muy principalmente con la ejemplaridad de su vida. Venancio Fortunato nos ha apuntado, con el realismo de aquella época de sencillez, la humildad con que la Santa se dedicaba a las tareas más repugnantes del monasterio, las horas que pasaba en la cocina, el rigor con que observaba la clausura,

Faltaba el cuidado de una tercera tarea. Esa estaba fuera del monasterio, y pertenece más bien a la historia general de Francia. Señalemos, sin embargo, que la reina viuda no se desentendió de la suerte de su pueblo. Conservó siempre una influencia grande en las familias entonces reinantes. "La paz entre los reyes, ésa es mi victoria", declaraba ella con sencillez. Y, acaso sin darse cuenta de toda la trascendencia que iba a tener su tarea, empujaba fuerte y suavemente hacia la fusión a los diversos reinos francos.

Murió el 13 de agosto del 587. Poseemos una descripción de sus funerales, que constituye una de las páginas más emocionantes de la literatura de aquellos tiempos. La escribió San Gregorio de Tours, el mismo que actuó en los funerales. El nos cuenta cómo, al salir del monasterio el cuerpo para ser llevado a la sepultura, las religiosas se apretujaban en las ventanas y en las saeteras de la muralla, rindiendo su último homenaje a su madre con sus gritos, sus lamentaciones y sus sollozos. Los mismos clérigos encargados del canto apenas conseguían sobreponerse a su propia pena, y les era difícil cantar oprimidos por las lágrimas. Fue un día inolvidable.

"Poitiers —escribía en 1932 el padre Monsabert— le ha permanecido fiel. Ningún nombre es más popular que el suyo; se lleva a los niños a su tumba, su recuerdo flota sobre el país; su obra, su comunidad, subsisten aún: es la abadía pronto catorce veces centenaria de Santa Cruz."
Máximo el Confesor, Santo
Abad, 13 de agosto
Máximo el Confesor, Santo
Máximo el Confesor, Santo

Abad


Martirologio Romano: En la fortaleza de Schemaris, en la ribera del Hippi, en las montañas del Cáucaso, muerte de san Máximo el Confesor, abad de Crisópolis, cerca de Constantinopla, célebre por su doctrina y su celo por la verdad católica. Habiendo luchado con valentía contra los monoteletas, el emperador herético Constante le cortó la mano derecha y, después de una dura prisión y crueldades de todo tipo, lo desterró en compañía de dos discípulos, llamados Anastasio ambos, a la región de Lazica, en donde entregó su alma a Dios (662).
San Máximo el Confesor nació en Constantinopla alrededor del año 580. Después de haber recibido una esmerada educación civil y religiosa, ocupó un alto cargo estatal, que abandonó en el año 630 para hacerse monje.

Al principio, combatió el monofisismo; más tarde, dedicó todas sus energías a luchar contra la herejía monotelita. Participó en numerosos Sínodos africanos y tomó parte activa en el Concilio de Letrán del año 649, donde fue condenado el monotelismo junto a los patriarcas que lo habían favorecido. A su regreso a Constantinopla, fue arrestado por orden del emperador Costante II, torturado y desterrado. Murió en el exilio, el 13 de agosto del año 662.

San Máximo es el autor de numerosos escritos teológicos, exegéticos y éticos. Se le atribuye además una Vida de María, recientemente descubierta en traducción georgiana del siglo XI. Su fecha (habría sido escrita antes del año 626) hace de ella la más antigua vida de la Virgen llegada hasta nosotros. Junto a los puntos fundamentales del dogma mariano (maternidad virginal, absoluta santidad de la Virgen, asunción al Cielo), el autor destaca la profundísima unión de María Santísima con su Hijo y Dios, en todos los momentos de su vida: también después de la Ascensión del Señor al Cielo.

Esta vida de la Santísima Virgen, es una muestra de la solicitud de Nuestra Señora con los Apóstoles y los discípulos, en aquellos primeros años de la Iglesia y constituye un testimonio impresionante de la profunda devoción que los cristianos han tenido siempre a la Madre de Dios y Madre nuestra. 
Juan Berchmans, Santo
Religioso Jesuita, 13 de agosto
Juan Berchmans, Santo
Juan Berchmans, Santo

Religioso


Martirologio Romano: En Roma, san Juan Berchmans, religioso de la Compañía de Jesús, que, amadísimo por todos por su sincera piedad, caridad auténtica y alegría constante, murió alegre después de una breve enfermedad (1621).
San Juan Berchmans nació en Diest, pequeña villa de Flandes, Bélgica, el 1599. Nació el 13 de marzo y murió otro 13, el de agosto. No importa. La superstición no tenía cabida en su vida. Todos los días son regalo de Dios.

Su padre Juan, curtidor de pieles, y su madre Isabel, eran buenos cristianos. Tuvieron cinco hijos, de los que tres se consagraron al Señor. Murió pronto la madre, y al final el padre se ordenó sacerdote.

Nuestro santo fue el ángel del hogar, fiel ayudante de su madre. Inició sus estudios en el Seminario de Malinas, luego entró en el Noviciado de los jesuitas de la misma ciudad. Más tarde pasó a Roma. En el Seminario y en el Noviciado se distinguió por su candor, estudio y piedad.

Su devoción a la Virgen era proverbial. Sentía hacia ella un cariño tierno, profundo, confiado y filial. «Si amo a María, decía, tengo segura mi salvación, perseveraré en la vocación, alcanzaré cuanto quisiere, en una palabra, seré todopoderoso». A ella dedicó su Coronita de las doce estrellas.

Pululaban por entonces los errores de Bayo, catedrático de Escritura en Lovaina, quien afirmaba que María había sido concebida en pecado. Los teólogos Belarmino y Francisco de Toledo intervienen para esclarecer la verdad. Es curioso notar que el gran teólogo español Juan de Lugo atribuye el movimiento a favor de la Inmaculada a las oraciones de Berchmans.

El mismo Lugo insiste en que el decreto de 24 de mayo de 1622 se ha conseguido por la influencia sobrenatural de Juan Berchmans. En él se confirman las constituciones de Sixto VI, Alejandro VI, San Pío V y Pablo V. Se manda severamente que nadie, ni de palabra ni por escrito, se atreva a afirmar que la Santísima Virgen María fue concebida en pecado, y se solemniza la fiesta de la Inmaculada.

En el último año de su vida Juan se había comprometido, firmando con su propia sangre, a «afirmar y defender dondequiera que se encontrase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María».

Los santos han practicado en grado heroico todas las virtudes. Pero suelen distinguirse en alguna de ellas. ¿Cuál es la virtud característica de Berchmans?: Él deseaba practicarlas todas por igual. Su obsesión, su locura de santo, era la fidelidad en observar perfectamente sus obligaciones, sin excusas ni escapismos. «La virtud más eminente, es hacer sencillamente, lo que tenemos que hacer», decía Pemán en El Divino Impaciente.

Aparentemente no había hecho nada, nada llamativo. Pero vivió «apasionado por la gloria de Dios». «Quiere trabajar sin perder la más pequeña parte de su tiempo». Aprovecha las cruces de la vida diaria: «Mi mayor penitencia, la vida común». «Quiero ser santo sin espera alguna».

Hacía cada cosa en su momento, y sobrenaturalizando la intención. Cuando hay que orar, decía, ora con todo amor. Cuando hay que estudiar, estudia con toda ilusión. Cuando hay que practicar deporte, practícalo con todo entusiasmo. Y siempre con más amor, en cada instante del programa diario, bajo la dulce mirada maternal de la Virgen María. Estudiaba con la mirada puesta en el futuro apostolado, en las almas que se le encomendarían.

Mi mayor consuelo, decía al morir joven, es no haber quebrantado nunca, en mi vida religiosa, regla alguna ni orden de mis superiores, a sabiendas, y advertidamente, y el no haber cometido nunca un pecado venial. Alto y recio mensaje.

Es patrono de los que se preparan para el sacerdocio.

Murió el 13 de agosto de 1621. Sus últimas palabras fueron: Jesús, María.

Fue canonizado por el Papa León XIII el 15 de Junio de 1888. 


Ponciano, Santo
Papa y Mártir, 13 de agosto
Ponciano, Santo
Ponciano, Santo

XVIII Papa


Martirologio Romano: Santos mártires Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero, que fueron deportados juntos a Cerdeña, y con igual condena, adornados, al parecer, con la misma corona, fueron trasladados finalmente a Roma, Hipólito, al cementerio de la vía Tiburtina, y el papa Ponciano, al cementerio de Calisto (c. 236).

Se desconocen las fechas de nacimiento y muerte. El “Liber Pontificalis” (ed. Duchesne, I, 145) da a Roma como su ciudad natal y llama a su padre Calpurnius.

Con él comienza la breve crónica de los obispos Romanos del siglo tercero, de la cual hizo uso el autor del Catálogo Liberiano de los papas en el siglo cuarto y que da datos más exactos sobre la vida de los papas. Según este informe Ponciano fue hecho papa el 21 de Julio del 230 y reinó hasta el 235.

El cisma de Hipólito continuó durante su episcopado; hacia el final de su pontificado hubo una reconciliación entre el grupo cismático y su líder con el obispo Romano.

Después de la condenación de Orígenes en Alejandría (231-2), se celebró en Roma un sínodo, de acuerdo a Jerome (Epist. XXXII, iv) y Rufino (Apol. contra Hieron., II, xx), que estuvo de acuerdo con las decisiones del sínodo de Alejandría contra Orígenes; sin duda este sínodo fue celebrado por Ponciano (Hefele, Konziliengeschichte, 2nd ed., I, 106 sq.). En 235, en el reinado de Maximino el Tracio comenzó una persecución dirigida principalmente contra las cabezas de la Iglesia.

Una de sus primeras víctimas fue Ponciano, quien con Hipólito fue desterrado a la malsana isla de Cerdeña. Para hacer posible la elección de un nuevo papa, Ponciano renunció el 28 de Septiembre de 235, dice el Catálogo Liberiano “discinctus est”. Consecuentemente, Anteros fue elegido en su lugar.

Poco antes de esto o poco después Hipólito, quien había sido desterrado con Ponciano, llegó a reconciliarse con la Iglesia Romana, y con esto terminó el cisma que él había ocasionado. Qué tanto tiempo soportó Ponciano los sufrimientos del exilio y el duro trato en las minas de Cerdeña es desconocido. De acuerdo con antiguos y ya inexistentes Actos de mártires, utilizados por el autor del “Liber Pontificalis”, murió como consecuencia de las privaciones y el inhumano trato que había tenido que soportar.

El Papa Fabián (236-50) había llevado a Roma los restos de Ponciano e Hipólito en fecha posterior y Ponciano fue sepultado el 13 de Agosto en la cripta papal de la Catacumba de Calixto. En 1909 el epitafio original fue encontrado en la cripta de Santa Cecilia, cerca de la cripta papal. El epitafio, concordando con los otros epitafios conocidos de la cripta papal, dice: PONTIANOS, EPISK. MARTUR (Ponciano, Obispo, Mártir). La palabra mártur fue agregada después y está escrita en letra pegada [cf. Wilpert, “Die Papstgräber und die Cäciliengruft in der Katakombe des hl. Kalixtus” (Freiburg, 1909), 1 sq., 17 sq. Plate III]. Está colocado bajo el 13 de Agosto en la lista de las “Depositiones martyrum” en la cronografía del 354. El Martirologio Romano establece su fiesta el 19 de Noviembre.
Juan Agramunt, Beato
Presbítero y Mártir, 13 de agosto
Juan Agramunt, Beato
Juan Agramunt, Beato

Presbítero y Martir


Martirologio Romano: En la población de Almazora, cerca de Castellón, en la región de Valencia (España), beato Juan Agramunt, presbítero de la Orden de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, mártir durante la misma persecución (1936).
El p. Juan Agramunt era de Almazora (Castellón). Cumplió su misión de enseñanza en los colegios escolapios de Gandia, Albacete y Castellón. Apresado en su pueblo natal, mantuvo la serenidad en la cárcel, confiando en la Providencia, confesando y animando a sus compañeros a aceptar el martirio. Hombre valeroso que no dejó la sotana ni en los momentos de mayor riesgo. EI mismo se confesó antes de salir para el suplicio, que recibió de rodillas, rezando y perdonando a sus verdugos. Tenía 29 años.
Josep Tàpies Sirvant y seis compañeros, Beato
Sacerdotes y Mártires, 13 de agosto
Josep Tàpies Sirvant y seis compañeros, Beato
Josep Tàpies Sirvant y seis compañeros, Beato

Presbíteros y Mártires


Martirologio Romano: En la diócesis de Urgell, España, beatos Josep Tàpies y seis compañeros, presbíteros y mártires (1936).
Los siete sacerdotes de la diócesis de Urgell asesinados a causa de su fe católica, durante la persecución que tuvo lugar en Cataluña y en España durante los años 1936 a 1939, fueron encarcelados en la ciudad de La Pobla de Segur (en Lleida, Cataluña) y fusilados en la puerta del cementerio del vecino pueblo de Salàs de Pallars el día 13 de agosto de 1936.

Sus nombres inscritos por Dios en el Libro de la Vida son: Rdo. Josep Tàpies i Sirvant, nacido en 1869 en Ponts, que era beneficiado organista de La Pobla de Segur. Rdo. Pascual Araguàs i Guàrdia, nacido en 1899 en Pont de Claverol, y que era párroco de Noals (provincia de Huesca). Rdo. Silvestre Arnau i Pasqüet, nacido en Gòsol en 1911, el más joven de todos, y que era vicario parroquial de La Pobla de Segur. Rdo. Josep Boher i Foix, nacido en 1887 en Sant Salvador de Toló, y párroco de La Pobleta de Bellveí. Rdo. Francesc Castells i Brenuy, nacido en 1886 en La Pobla de Segur, párroco de Tiurana y ecónomo del Poal. Rdo. Pere Martret i Moles, nacido en 1901 en La Seu d’Urgell, que era ecónomo de la Pobla de Segur. Y Rdo. Josep-Joan Perot i Juanmartí, nacido en 1877 en Boulogne (Toulouse - Francia) que entonces era el párroco de Sant Joan de Vinyafrescal.

Son un grupo de sacerdotes diocesanos, pastores de parroquia, que dieron su vida por Cristo y por amor a los hermanos, regalando el perdón a sus verdugos, viviendo aquellos momentos tan trágicos con sentimientos de unión con la Pasión del Señor y de amor a la Madre celestial, la Virgen de Ribera, tan querida en La Pobla de Segur, a la que saludaron desde el camión que les conducía al martirio diciéndole con amor: «Adiós, Virgen de Ribera, ¡venimos al cielo! ».

Sufrieron un duro interrogatorio en La Pobla, se negaron a disimular que eran sacerdotes, o a profanar su sotana, celebraron la Santa Misa y defendieron hasta que pudieron el templo parroquial para que no fuera profanado el Santísimo Sacramento, se encaminaron a ser fusilados con ánimo firme y llenos de piedad. Fueron sacrificados por el mero hecho de ser sacerdotes, sin que pudieran acusarles de ninguna otra causa. Al llegar al lugar de la ejecución, uno se descalzó para subir hasta las tapias del cementerio, imitando a Jesús, que subió descalzo al Calvario. Otro regaló a sus verdugos todo el dinero que llevaba porque a él ya no le haría falta. Y todos murieron ayudándose a ser fieles, perdonando a sus verdugos y gritando: « “¡Viva Cristo Rey! ».

Fueron beatificados el 29 de octubre de 2005. 

Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, Beato
Sacerdote Capuchino, 13 de agosto
Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, Beato
Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, Beato

Presbítero Capuchino


Martirologio Romano: En Viena, en Austria, beato Marcos de Aviano (Carlos Domingo) Cristofori, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos. Sapiente predicador de la palabra de Dios, se interesó de modo extraordinario por los pobres y enfermos, y suscitó en los poderosos la voluntad de actuar según la fe y la paz por encima de todo (1699).

Nació en Aviano el 17 de noviembre de 1631 en el seno de una familia acomodada. Fue bautizado ese mismo día con el nombre de Carlo Domenico. Juntamente con sus diez hermanos, recibió en su pueblo natal una buena formación espiritual y cultural, que se perfeccionó en los años 1643-1647 en el colegio de los jesuitas de Gorizia. Allí amplió su cultura clásica y científica e intensificó su vida de piedad, participando en las congregaciones marianas.

El clima épico de guerra que se libraba por entonces entre la República de Venecia y el Imperio turco influyó decisivamente en la vida del joven Carlo. Impulsado por el deseo de dar su vida por la defensa de la fe, abandonó el colegio de Gorizia y se dirigió a Capodistria. Allí, agobiado por el hambre y las fatigas del viaje, llamó a la puerta del convento de los capuchinos. El superior, además de darle comida y alojamiento, le aconsejó que volviera cuanto antes a la casa de sus padres.

Durante la breve permanencia con los capuchinos de Capodistria, iluminado por la gracia, descubrió que podía realizar de modo diferente su vocación al apostolado y al martirio. Así, decidió abrazar la austera vida capuchina. En septiembre de 1648 entró en el noviciado de Conegliano y el 21 de noviembre de 1649 emitió la profesión religiosa con el nombre de Marco de Aviano. Después de los estudios de filosofía y teología, el 18 de septiembre de 1655 fue ordenado sacerdote en Chioggia.

Destacó por su intensa oración y por su fidelidad a la vida común, vivida en la humildad y el ocultamiento, y animada por el celo y la observancia de las reglas y constituciones de la Orden.
Desde el año 1664, en el que obtuvo el "carné de predicación", dedicó todas sus energías al apostolado de la palabra por toda Italia, principalmente en los tiempos fuertes de Cuaresma y Adviento. También desempeñó cargos de gobierno: en 1672 fue elegido superior del convento de Belluno, y en 1674 fue nombrado director de la fraternidad de Oderzo.

El 8 de septiembre de 1676, fue enviado a predicar al monasterio de San Prosdócimo, en Padua. Allí, por su oración y su bendición, se curó instantáneamente la monja Vincenza Francesconi, que desde hacía trece años yacía enferma en cama. También en Venecia, un mes después, se verificaron acontecimientos extraordinarios parecidos, de forma que comenzó a difundirse por doquier su fama de santidad y cobró más crédito su predicación.

Sin turbarse por ello, prosiguió con sencillez su apostolado de la palabra. En especial, exhortaba a sus oyentes a incrementar su vida de fe y su vivencia cristiana, a arrepentirse de sus pecados y hacer penitencia.

La noticia de sus milagros y curaciones extraordinarias hizo que fuera cada vez más requerida su presencia, especialmente por reyes y soberanos. En sus últimos veinte años de vida tuvo que realizar, por obediencia a sus superiores de la Orden o a la Santa Sede, fatigosos viajes apostólicos por toda Europa.

Mantuvo una relación especial con el emperador Leopoldo I de Austria, a cuya corte tuvo que dirigirse catorce veces, sobre todo en los meses de verano. Participó activamente en la cruzada anti-turca en calidad de legado pontificio y de misionero apostólico. Contribuyó de manera decisiva a la liberación de Viena del asedio turco, el 12 de septiembre de 1683. De 1683 a 1689 tomó parte en las campañas militares de defensa y liberación de Buda, el 2 de septiembre de 1686, y de Belgrado, el 6 de septiembre de 1688. Favorecía la armonía dentro del ejército imperial, exhortaba a todos a una auténtica conducta cristiana y asistía espiritualmente a los soldados.

En los años siguientes realizó una gran actividad para restablecer la paz en Europa, sobre todo entre Francia y el Imperio, y para promover la unidad de las potencias católicas con vistas a la defensa de la fe, siempre amenazada por los turcos.

En mayo de 1699 emprendió su último viaje hacia la capital del Imperio. Su salud, ya frágil, se deterioró cada vez más, hasta el punto de que tuvo que interrumpir toda actividad. El 2 de agosto recibió en el convento la visita de la familia imperial y, a continuación, la de los más ilustres personajes de Viena. Diez días después, el nuncio apostólico le llevó personalmente la bendición apostólica del Papa Inocencio XII. Recibió los últimos sacramentos y renovó su profesión religiosa. Murió el 13 de agosto de 1699, apretando entre sus manos el crucifijo, asistido por sus augustos amigos el emperador Leopoldo y la emperatriz Eleonora.

Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 27 de abril de 2003 

Jacobo Gapp, Beato
Presbítero y Mártir, 13 de agosto
Jacobo Gapp, Beato
Jacobo Gapp, Beato

Presbítero y Mártir


Martirologio Romano: En Berlín, en el lugar llamado Plötzensee, en Alemania, beato Jacobo Gapp, presbítero de la Compañía de María y mártir, que, con firmeza de ánimo, proclamó que los criminales proyectos de un régimen militar enemigo de la dignidad humana y cristiana estaban en total desacuerdo con la doctrina cristiana. Por ello, sometido a persecución, se dirigió a Francia y España en calidad de desterrado, pero, apresado por unos emisarios, murió finalmente decapitado (1943).
El P. Jakob Gapp fue condenado a muerte por defender la fe católica y por criticar las doctrinas del nazismo.

Había nacido en Wattens, Austria, el 26 de julio de 1897. Sintió la llamada de Dios cuando tenía 22 años, e ingresó en el noviciado de los marianistas. Recibió la ordenación sacerdotal cuando tenía 33 años. Pronto se vio envuelto en un ambiente de tensiones y de luchas políticas, debidas, sobre todo, al creciente influjo de las ideas hitlerianas. Tras estudiar a fondo el pensamiento del nacionalsocialismo, llegó a la conclusión de que era una doctrina intrínsecamente anticatólica. Decidió, desde entonces, oponerse con decisión a la misma.

El nacismo llegó a imponerse en Alemania y en Austria, por lo que la vida del P. Gapp corría grave peligro. Sus superiores decidieron que fuese a trabajar primero a Francia, y luego a España. En España se dedicó especialmente a la formación de los jóvenes, en medio de no pocas incomprensiones y críticas.

Pero la policía secreta de Hitler había decidido acabar con su vida. Por medio de un personaje misterioso, que se hizo pasar por un judío deseoso de convertirse, prepararon una trampa. El P. Jakob Gapp fue invitado por el falso amigo a hacer un paseo por el sur de Francia (ocupada por los alemanes), donde fue inmediatamente arrestado por la Gestapo. Era el mes de noviembre de 1942.

Gapp atravesó Francia para ser encarcelado en Berlín. Allí fue procesado como traidor. Se han conservado las actas de los interrogatorios, en los que el P. Gapp defendió con firmeza su fe católica y su deseo de mantenerla con coherencia, con amor, plenamente consciente de que podría perder su vida con su actitud de creyente convencido.

Fue condenado a muerte. La ejecución de la sentencia quedó fijada para el 13 de agosto de 1943. Era el día del aniversario de su ingreso al noviciado de los marianistas. Antes de morir, pudo escribir dos breves cartas, una a sus primos y otra a su superior. En ellas se descubre la sencillez, el valor y la fe propia de tantos mártires de ayer y de hoy, de tantos hombres y mujeres que ponen en Cristo toda su esperanza.

A sus primos les decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Hoy será ejecutada la sentencia. A las 7 me presentaré a mi buen Salvador, a quien siempre amé ardientemente. No lloréis por mí. Soy plenamente feliz. Sin duda que he pasado muchas horas en la tristeza, pero he podido prepararme a la muerte del mejor modo posible. ¡Buscad vivir santamente y soportad cualquier cosa por amor de Dios, para que podamos reencontrarnos en el cielo! Saludad a todos, parientes y conocidos. En el paraíso me acordaré de todos”.

Y continúa un poco más adelante: “Después de haber luchado largo tiempo contra mí mismo he llegado a considerar este día como el más hermoso de mi vida. Dios os recompense por todo el bien que me habéis hecho desde mi niñez. ¡Seppl, querido Seppl, cuántas veces te he recordado! No estés triste. Todo pasa, sólo el cielo permanece. Nos encontraremos de nuevo. Entonces no habrá ninguna separación. ¡Avisa de mi muerte a los más íntimos! He sido condenado como traidor a la patria”.

En la carta que dirige a su superior, escrita ese mismo día, expresa ideas parecidas. “¡Reverendísimo y querido padre superior! Me siento obligado a escribirle ahora, pocas horas antes de mi muerte, para saludarle. El pasado 2 de julio, fiesta del Sagrado Corazón, fui condenado a la decapitación como traidor contra la patria. La ejecución tendrá lugar esta tarde, a las 7.

Durante el tiempo de prisión, es decir, desde el 9 de noviembre del año pasado, he tenido tiempo para reflexionar largamente sobre mi vida. Le agradezco de corazón todo lo que ha hecho por mí el tiempo que lo he conocido. Me considero todavía miembro de la Sociedad de María: renuevo mis votos y me ofrezco a mí mismo al buen Dios a través de nuestra Madre del cielo. Le pido perdón por las molestias que haya podido ocasionar, fuesen las que fuesen. He pasado por momentos realmente difíciles, pero ahora soy plenamente feliz. Creo que todo esto me ha ocurrido para que pueda santificarme en este tiempo de pruebas. ¡Salude de mi parte a todos los hermanos! Yo saludaré a los que ya han pasado a la otra vida. Todo pasa, sólo el cielo permanece”.

Son escritos llenos de humanidad y de fe. También el mártir sufre, también pasa por momentos de oscuridad, de maduración. También siente, como todos, miedo al momento del sacrificio. Pero Dios da la fuerza para ser fieles, Dios no deja de acompañar a quien con amor da la vida por confesar su fe.

El testimonio del P. Jakob Gapp, beatificado por Juan Pablo II el 24 de noviembre de 1996, nos sirve para levantar una vez más los ojos al cielo y pensar en lo que realmente vale la pena. “Todo pasa, sólo el cielo permanece”.

Modesto García Martí, Beato
Presbítero y Mártir, 13 de agosto
Modesto García Martí, Beato
Modesto García Martí, Beato

Presbítero y Mártir


Martirologio Romano: Cerca de la aldea de Albocásser, en el territorio de Castellón, en España, beato Modesto García Martí, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártir, que en la persecución contra la fe evangélica completó con el martirio su plan de vida (1936).
Beato Modesto de Albocácer (en el siglo, Modesto García Martí), sacerdote, nació en Albocásser (Castellón) el 17 de enero de 1980 y fue martirizado en el término municipal de su pueblo el 13 de agosto de 1936.

Profesó en la Orden Capuchina el 3 de enero de 1897, y fue ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1903. Ejerció el ministerio sacerdotal sobre todo en Colombia, y al regresar a España se dedicó especialmente a dar tandas de ejercicios espirituales y al confesonario.

Cuando se tuvo que cerrar el convento de Ollería (Valencia), del que era superior, el P. Modesto se refugió en casa de una hermana suya junto con otro hermano de ambos que era sacerdote, mosén Miguel. El 13 de agosto de 1936, Modesto y Miguel fueron arrestados por unos milicianos armados, que los obligaron a caminar delante de ellos; después de andar cosa de un cuarto de hora, llegados a un lugar solitario, los acribillaron a tiros por la espalda.

El 11 de marzo del año 2001, el papa Juan Pablo II beatificó a 233 mártires de la persecución religiosa en España, entre ellos está nuestro beato. 
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  • Nossa Senhora de Fátima, pediu aos Pastorinhos
  • “REZEM O TERÇO TODOS OS DIAS”
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    1ª NOTA:



  • Como decerto hão-de ter reparado, são visíveis algumas mudanças na apresentação deste blogue (que vão continuar… embora não pretenda eu que seja um modelo a seguir, mas sim apenas a descrição melhorada daquilo que eu for pensando dia a dia para tentar modificar para melhor, este blogue). Não tenho a pretensão de ser um “Fautor de ideias” nem sequer penso ser melhor do que outras pessoas. Mas acho que não fica mal, cada um de nós, dar um pouco de si, todos os dias, para tentar deixar o mundo um pouco melhor do que o encontramos, quando nascemos e começamos depois a tomar consciência do que nos rodeia. No fim de contas, como todos sabemos, esta vida é uma passagem, e se Deus nos entregou o talento para o fazer frutificar e não para o guardar ou desbaratar, a forma que encontrei no “talento” de que usufruo, é tentar fazer o melhor que posso, aliás conforme diz o Evangelho.

  • A PARTIR DE HOJE AS PÁGINAS SERÃO NUMERADAS PELA ORDEM ABAIXO INDICADA:

    Pág. 1 – Vidas de SantosPág. 2 – O Antigo Testamento; e Pág. 3 – ENCONTRO DIÁRIO COM DEUS - Além disso, semanalmente (ao Domingo e alguns dias santificados – quando for caso disso –) a Pág. 4 – A Religião de Jesus; e a Pág. 5 - Salmos) e, ainda, ao sábado, a Pág. 6 – In Memoriam.


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    Igreja da Comunidade de São Paulo do Viso

    Nº 5 801 - SÉRIE DE 2024 - Nº (277) - SANTOS DE CADA DIA - 2 DE OUTUBRO DE 2024

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