sexta-feira, 19 de outubro de 2012

Nº 1443-1 - (293-12) - SANTOS DE CADA DIA - 19 de Outubro de 2012 - 4º ano

antoniofonseca1940@hotmail.com

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Nº 1443-1 - (293-12)
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Nº 1443-1 – (293-12)
 
PEDRO DE ALCÂNTARA, Santo
Religioso (1499-1562) 
 
Pedro de Alcntara, Santo
 

Estrela  Esta biografia, foi publicada em espanhol, no blogue de ontem, dia 18/10 e, por falta de tempo, não pude transcrever através do livro SANTOS DE CADA DIA, de www.jesuitas.pt (em português) pelo que, novamente a repito.

Martirológio Romano: Na vila de Arenas, na região espanhola de Castela, são Pedro de Alcântara, presbítero da Ordem dos Irmãos Menores, que adornado com o dom de conselho e de vida penitente e austera, reformou a disciplina regular nos conventos da Ordem em Espanha, sendo conselheiro de santa Teresa de Jesús na sua obra reformadora da Ordem dos Carmelitas (1562). Era o ano do Senhor de 1494 [ou melhor 1499] quando na Extremadura Alta, na vila de Alcântara, nascia do governador dom Pedro Garabito e da nobre senhora dona María Vilela de Sanabria um varão cuja vida havia de ser um contínuo milagre e uma mensagem espiritual de Deus aos homens, porque não ia a ser outra coisa senão uma potente encarnação do espírito enquanto sofre a humana natureza. Ocorreu quando Espanha inteira vibrava até às entranhas pela força do movimento contra-reformista. Era o tempo dos grandes reis, dos grandes teólogos, dos grandes santos. No céu da Igreja espanhola e universal fulgiam com luz própria Ignacio, Teresa, Francisco de Borja, Juan de la Cruz, Francisco Solano, Javier... Entre eles o Santo de Alcântara havia de brilhar com potentíssima e indiscutível luz. Había de ser santo franciscano. La liturgia de los franciscanos, en su fiesta, nos dice que, si bien «el Seráfico Padre estaba ya muerto, parecía como si en realidad estuviese vivo, por cuanto nos dejó copia de sí en Pedro, al cual constituyó defensor de su casa y caminó por todas las vías de su padre, sin declinar a la derecha ni hacia la izquierda». Todo el que haya sentido alguna vez curiosidad por la historia de la Orden de San Francisco, se encontrará con un fenómeno digno de ponderación, que apenas halla par en la historia de la Iglesia: iluminado por Dios, se apoderó el Santo de Asís del espíritu del Evangelio y lo plasmó en una altísima regla de vida que, en consecuencia, se convierte en heroísmo. Este evangelio puro, a la letra, es la cumbre de la espiritualidad cristiana y hace de los hombres otros tantos Cristos, otros tantos estigmatizados interiores; pero choca también con la realidad de la concupiscencia y pone al hombre en un constante estado de tensión, donde las tendencias hacia el amor que se crucifica y hacia la carne que reclama su imperio luchan en toda su desnuda crudeza. Por eso ya en la vida de San Francisco se observa que su ideal, de extraordinaria potencia de atracción de almas sedientas de santidad, choca con las debilidades humanas de quienes lo abrazan. Y las almas, a veces, ceden en puntos de perfección, masivamente, en grandes grupos, y parece, sin embargo, como si el espíritu del fundador hubiese dejado en ellas una simiente de perpetuo descontento, una tremenda ansia de superación, y constantemente, apenas la llama del espíritu ha comenzado a flaquear, se levanta el espíritu hecho llama en otro hombre y comienza un movimiento de reforma. Nuestro Santo fue, de todos esos hombres, el más audaz, el más potente y el más avanzado. Su significación es, por tanto, doble: es reformador de la Orden y, a través de ella, de la Iglesia universal. San Francisco entendió la santidad como una identificación perfecta con Cristo crucificado y trazó un camino para ir a Él. El itinerario comienza por una intuición del Verbo encarnado que muere en cruz por amor nuestro, moviendo al hombre a penitencia de sus culpas y arrastrándole a una estrecha imitación. Así introduce al alma en una total pobreza y renuncia de este mundo, en el que vivirá sin apego a criatura alguna, como extranjera y peregrina; de aquí la llevará a desear el oprobio y menosprecio de los hombres, será humilde; de aquí, despojada ya de todo obstáculo, a una entrega total al prójimo, en purísima caridad fraterna. Ya en este punto el hombre encuentra realizada una triple muerte a sí mismo: en el deseo de la posesión y del goce, en la propia estima, en el propio amor. Entonces ha logrado la perfecta identificación con el Cristo de la cruz. Esto, en San Francisco, floreció en llagas, impresas por divinas manos en el monte de la Verna. Y, cuando el hombre se ha configurado así con el Redentor, su vida adquiere una plenitud insospechada de carácter redentivo, completando en sí los padecimientos de Cristo por su Iglesia; se hace alma víctima y corredentora por su perfecta inmolación. Cuando el alma se ha unido así con Cristo ha encontrado la paz interior consumada en el amor y sus ojos purificados contemplan la hermosura de Dios en lo creado; queda internamente edificada en sencilla simplicidad; vive una perpetua y perfecta alegría, que es sonrisa de cruz. Es franciscana. Por estos caminos, sin declinar, iba a correr nuestro Santo de Alcántara. Nos encontramos frente a una destacadísima personalidad religiosa, en la que no sabemos si admirar más los valores humanos fundamentales o los sobrenaturales añadidos por la gracia. San Pedro fue hombre de mediana estatura, bien parecido y proporcionado en todos sus miembros, varonilmente gracioso en el rostro, afable y cortés en la conversación, nunca demasiada; de exquisito trato social. Su memoria fue extraordinaria, llegando a dominar toda la Biblia; ingenio agudo; inteligencia despejadísima y una voluntad férrea ante la cual no existían los imposibles y que hermanaba perfectamente con una extrema sensibilidad y ternura hacia los dolores del prójimo. Es de considerar cómo, a pesar de su extrema dureza, atraía de manera irresistible a las almas y las empujaba por donde quería, sin que nadie pudiese escapar a su influencia. Cuando la penitencia le hubo consumido hasta secarle las carnes, en forma de parecer –según testimonio de quienes le trataron– un esqueleto recién salido del sepulcro; cuando la mortificación le impedía mirar a nadie cara a cara, emanaba de él, no obstante, una dulzura, una fuerza interior tal, que inmediatamente se imponía a quien le trataba, subyugándole y conduciéndole a placer. Sus padres cuidaron esmeradamente de su formación intelectual. Estudió gramática en Alcántara y debía de tener once o doce años cuando marchó a Salamanca. Allí cursó la filosofía y comenzó el derecho. A los quince años había ya hecho el primero de leyes. Tornó a su villa natal en vacaciones, y entonces coincidieron las dudas sobre la elección de estado con un período de tentaciones intensas. Un día el joven vio pasar ante su puerta unos franciscanos descalzos y marchó tras ellos, escapándose de casa apenas si cumplidos los dieciséis años y tomando el hábito en el convento de los Majarretes, junto a Valencia de Alcántara, en la raya portuguesa, año de 1515. Fray Juan de Guadalupe había fundado en 1494 una reforma de la Orden conocida comúnmente con el nombre de la de los descalzos. Esta reforma pasó tiempos angustiosos, combatida por todas partes, autorizada y suprimida varias veces por los Papas, hasta que logró estabilizarse en 1515 con el nombre de Custodia de Extremadura y más tarde provincia descalza de San Gabriel. Exactamente el año en que San Pedro tomó el santo hábito. La vida franciscana de éste fue precedida por larga preparación. Desde luego que nos enfrentamos con un individuo extraordinario. De él puede decirse con exactitud que Dios le poseyó desde el principio de sus vías. A los siete años de edad era ya su oración continua y extática; su modestia, sin par. En Salamanca daba su comida de limosna, servía a los enfermos, y era tal la modestia de su continente que, cuando los estudiantes resbalaban en conversaciones no limpias y le veían llegar, se decían: «El de Alcántara viene, mudemos de plática». Claro está que solamente la entrada en religión, y precisamente en los descalzos, podía permitir que la acción del espíritu se explayase en su alma. Cuando San Pedro, después de haber pasado milagrosamente el río Tiétar, llamó a la puerta del convento de los Majarretes, encontró allí hombres verdaderamente santos, probados en mil tribulaciones por la observancia de su ideal altísimo, pero pronto les superó a todos. En él estaba manifiestamente el dedo de Dios. Apenas entrado en el noviciado se entregó absolutamente a la acción de la divina gracia. Fue nuestro Santo ardiente amador y su vida se polarizó en torno a Dios, con exclusión de cualquier cosa que pudiese estorbarlo. El misterio de la Santísima Trinidad, donde Dios se revela viviente y fecundo; la encarnación del Verbo y la pasión de Cristo; la Virgen concebida sin mancha de pecado original, eran misterios que atraían con fuerza irresistible sus impulsos interiores. Ya desde el principio más bien pareció ángel que hombre, pues vivía en continua oración. Dios le arrebataba de tal forma que muchas veces durante toda su vida se le vio elevarse en el aire sobre los más altos árboles, permanecer sin sentido, atravesar los ríos andando sin darse cuenta por encima de sus aguas, absorto en el ininterrumpido coloquio interior. Como consecuencia que parece natural, ya desde el principio se manifestó hombre totalmente muerto al mundo y al uso de los sentidos. Nunca miró a nadie a la cara. Sólo conocía a los que le trataban por la voz; ignoraba los techos de las casas donde vivía, la situación de las habitaciones, los árboles del huerto. A veces caminaba muchas horas con los ojos completamente cerrados y tomaba a tientas la pobre refacción. Gustaba tener huertecillos en los conventos donde poder salir en las noches a contemplar el cielo estrellado, y la contemplación de las criaturas fue siempre para su alma escala conductora a Dios. Como es lógico, esta invasión divina respondía a la generosidad con que San Pedro se abrazara a la pobreza real y a la cruz de una increíble mortificación. Esta fue tanta que ha pasado a calificarle como portento, y de los más raros, en la Iglesia de Cristo. Ciertamente parece de carácter milagroso y no se explica sin una especial intervención divina. Si en la mortificación de la vista había llegado, cual declaró a Santa Teresa, al extremo de que igual le diera ver que no ver, tener los ojos cerrados que abiertos, es casi increíble el que durante cuarenta años sólo durmiera hora y media cada día, y eso sentado en el suelo, acurrucado en la pequeña celda donde no cabía estirado ni de pie, y apoyada la cabeza en un madero. Comía, de tres en tres días solamente, pan negro y duro, hierbas amargas y rara vez legumbres nauseabundas, de rodillas; en ocasiones pasaba seis u ocho días sin probar alimento, sin que nadie pudiese evitarlo, pues, si querían regalarle de forma que no lo pudiese huir, eran luego sus penitencias tan duras que preferían no dar ocasión a ellas y le dejaban en paz. Llevó muchísimos años un cilicio de hoja de lata a modo de armadura con puntas vueltas hacia la carne. El aspecto de su cuerpo, para quienes le vieron desnudo, era fantástico: tenía piel y huesos solamente; el cilicio descubría en algunas partes el hueso y lo restante de la piel era azotado sin piedad dos veces por día, hasta sangrar y supurar en úlceras horrendas que no había modo de curar, cayéndole muchas veces la sangre hasta los pies. Se cubría con el sayal más remendado que encontraba; llevaba unos paños menores que, con el sayal, constituían asperísimo cilicio. El hábito era estrecho y en invierno le acompañaba un manto que no llegaba a cubrir las rodillas. Como solamente tenía uno, veíase obligado a desnudarse para lavarlo, a escondidas, y tornaba a ponérselo, muchas veces helado, apenas lo terminaba de lavar y se había escurrido un tanto. Cuando no podía estar en la celda por el rigor del frío solía calentarse poniéndose desnudo en la corriente helada que iba de la puerta a la ventana abiertas; luego las cerraba poco a poco, y, finalmente, se ponía el hábito y amonestaba al hermano asno para que no se quejase con tanto regalo y no le impidiese la oración. Su aspecto exterior era impresionante, de forma que predicaba solamente con él: la cara esquelética; los ojos de fulgor intensísimo, capaces de descubrir los secretos más íntimos del corazón, siempre bajos y cerrados; la cabeza quemada por el sol y el hielo, llena de ampollas y de golpes que se daba por no mirar cuando pasaba por puertas bajas, de forma que a menudo le iba escurriendo la sangre por la faz; los pies siempre descalzos, partidos y llagados por no ver dónde los asentaba y no cuidarse de las zarzas y piedras de los caminos. San Pedro era víctima del amor de Dios más ardiente y su cuerpo no había florecido en cinco llagas como San Francisco, sino que se había convertido en una sola, pura, inmensa. Su vida entera fue una continua crucifixión, llenando en esta inmolación de amor por las almas las exigencias más entrañables del ideal franciscano. No es de extrañar, claro está, que su vista no repeliese. Juntaba al durísimo aspecto externo una suavidad tal, un profundo sentido de humana ternura y comprensión hacia el prójimo, una afabilidad, cortesía de modales y un tal ardor de caridad fraterna, que atraía irresistiblemente a los demás, de cualquier clase y condición que fuesen. Es que el Santo era todo fuerza de amor y potencia de espíritu. Aborrecía los cumplimientos, pero era cuidadoso de las formas sociales y cultivaba intensamente la amistad. Tuvo íntima relación con los grandes santos de su época: San Francisco de Borja, quien llamaba «su paraíso» al convento de El Pedroso donde el Santo comenzó su reforma; el beato Juan de Ribera, Santa Teresa de Jesús, a quien ayudó eficazmente en la reforma carmelitana y a cuyo espíritu dio aprobación definitiva. Acudieron a él reyes, obispos y grandes. Carlos V y su hija Juana le solicitaron como confesor, negándose a ello por humildad y por desagradarle el género de vida consiguiente. Los reyes de Portugal fueron muy devotos suyos y le ayudaron muchas veces en sus trabajos. A todos imponía su espíritu noble y ardiente, su conocimiento del mundo y de las almas, su caridad no fingida. Secuela de todo esto fue la eficacia de su intenso apostolado. San Pedro de Alcántara es un auténtico santo franciscano y su vida lo menos parecido posible a la de un cenobita. Como vivía para Dios completamente no le hacía el menor daño el contacto con el mundo. A pesar de ello le asaltaron con frecuencia graves tentaciones de impureza, que remediaba en forma simple y eficaz: azotarse hasta derramar sangre, sumergirse en estanques de agua helada, revolcarse entre zarzas y espinas. Desde los veinticinco años, en que por obediencia le hacen superior, estuvo constantemente en viajes apostólicos. Su predicación era sencilla, evangélica, más de ejemplo que de palabra. En el confesonario pasaba horas incontables y poseía el don de mover los corazones más empedernidos. Fue extraordinario como director espiritual, ya que penetraba el interior de las almas con seguro tino y prudencia exquisita: así fue solicitado en consejo por toda clase de hombres y mujeres, lo mismo gente sencilla de pueblo que nobles y reyes; igual teólogos y predicadores que monjas simples y vulgo ignorante. Amó a los niños y era amado por ellos, llegando a instalar en El Pedroso una escuelita donde enseñarles. Predicó constantemente la paz y la procuró eficazmente entre los hombres. Dios confirmó todo esto con abundancia de milagros: innúmeras veces pasó los ríos a pie enjuto; dio de comer prodigiosamente a los religiosos necesitados; curó enfermos; profetizó; plantó su báculo en tierra y se desarrolló en una higuera que aún hoy se conserva; atravesó tempestades sin que la lluvia calara sus vestidos, y en una de nieve ésta le respetó hasta el punto de formar a su alrededor una especie de tienda blanca. Y sobre todas estas cosas el auténtico milagro de su penitencia. Aún, sin embargo, nos falta conocer el aspecto más original del Santo: su espíritu reformador. No solamente ayuda mucho a Santa Teresa para implantar la reforma carmelitana; no se contenta con ayudar a un religioso a la fundación de una provincia franciscana reformada en Portugal, sino que él mismo funda con licencia pontificia la provincia de San José, que produjo a la Iglesia mártires, beatos y santos de primera talla. Si bien él mismo había tomado el hábito en una provincia franciscana austerísima, la de San Gabriel, quiso elevar la pobreza y austeridad a una mayor perfección, mediante leyes a propósito y, sobre todo, deseó extender por todo el mundo el genuino espíritu franciscano que llevaba en las venas, cosa que, por azares históricos, estaba prohibido a la dicha provincia de San Gabriel, que sólo podía mantener un limitado número de conventos. Con muchas contradicciones dio comienzo a su obra en 1556, en el convento de El Pedroso, y pronto la vio extendida a Galicia, Castilla, Valencia; más tarde China, Filipinas, América. Los alcantarinos eran proverbio de santidad entre el pueblo y los doctos por su vida maravillosamente penitentes. Dice un biógrafo que vivían en sus conventos –diminutos, desprovistos de toda comodidad– una vida que más bien tenía visos de muerte. Cocinaban una vez por semana, y aquel potaje se hacía insufrible al mejor estómago. Sus celdas parecían sepulcros. La oración era sin límites, igual que las penitencias corporales. Y si bien es cierto que las constituciones dadas por el Santo son muy moderadas en cuanto a esto, sin exigir mucho más allá que las demás reformas franciscanas conocidas, no se puede dudar que su poderosísimo espíritu dejó en sus seguidores una imborrable huella y un deseo extremo de imitación. Y es sorprendente el genuino espíritu franciscano que les comunicó, ya que tal penitencia no les distanciaba del pueblo, antes los unía más a él. Construían los conventos junto a pueblos y ciudades, mezclándose con la gente a través del desempeño del ministerio sacerdotal, en la ayuda a los párrocos, enseñanza a los niños; siempre afables y corteses, penitentes y profundamente humanos. El 18 de octubre de 1562 murió en el convento de Arenas. La Santa de Avila vio volar su alma al cielo y la oyó gozarse de la gloria ganada con su excelsa penitencia. El Santo moría en paz. Dejaba una obra hecha: una escuela de santos, un colegio de almas intercesoras y víctimas por las culpas del mundo. Sus penitencias llegaron a parecer a algunos «locuras y temeridades de hombre desesperado»; las gentes le tuvieron muchas veces por loco al ver los extremos a que le llevaba su vida de contemplación. Sólo que, como muy gentilmente aclaró a sus monjas Santa Teresa, aquellas locuras del bendito fray Pedro eran precisamente locuras de amor. Cuando Cristo ama intensamente a un alma no descansa hasta clavarla consigo en la cruz. Cuando un alma ama a Cristo no desea sino compartir con Él los mismos dolores, oprobios y menosprecios. La vocación franciscana es, recordémoslo, una vocación de amor crucificado y San Pedro supo vivirla con plenitud. Su penitencia venía condicionada por su papel corredentivo en la Iglesia de Dios y, si no a todos es dado imitarla materialmente, sí es exigido amar como él amó y desprenderse por amor, y al menos en espíritu, de las cosas temporales, abrazándose a la cruz.

 

JOÃO DE BRÉBEUF, ISAAC JOGUES e companheiros ANTÓNIO DANIEL, GABRIEL LALEMANT, CARLOS GARNIER, NATAL CHABANEL e JOÃO DE LA LANDE, Santos
Mártires (século XVII)
 

 

Antonio Daniel, SantoIsaac Jogues, Santo

António Daniel, Carlos Garnier, Gabriel Laleman, Isaac Jogues, João Brébeuf, João Lalande

Natal Chabanel, Renato Goupil

Neste dia celebram-se oito mártires franceses, da Companhia de Jesus, que se dedicaram ao duríssimo trabalho missionário entre os Hurões; cinco sacerdotes sofreram com extraordinária fortaleza um martírio atroz no território do atual Canadá: João de Brèbeuf (16 de Março de 1649), António Daniel (4 de Julho de 1648), Gabriel Lalemant (17 de Março de 1649), Carlos Garnier (7 de Dezembro de 1649) e Natal Chabanel (8 de Dezembro de 1649); os outros três – o sacerdote Isaac Jogues (18 de Outubro de 1646) e os irmãos coadjutores Renato Goupil (29 de Setembro de 1642) e João de La Lande (19 de Outubro de 1646) – ofereceram heroicamente o sacrifício supremo em território dos atuais Estados Unidos da América do Norte. Foram todos canonizados por Pio XI em 1930. De entre os oito mártires, salientamos as suas duas figuras principais, João de Brébeuf e Isaac Jogues.

Condições de evangelização – A missão entre os Hurões – na qual se exerceu principalmente o apostolado de Brébeuf, Jogues e seus companheiros – pode ser considerada como uma das mais difíceis de todos os tempos. Estes missionários conheceram, de facto, condições tremendas de clima, alimentação e alojamento. Através dum país de grandes dimensões (Canadá e Norte dos Estados Unidos), venceram distâncias de várias centenas de quilómetros em frágeis embarcações de troncos de árvore. Viagens que se tornavam estafantes por causa das coisas que era preciso transportar dum rio para outro rio, das caminhadas nas florestas, das nuvens de mosquitos, das dificuldades de abastecimento e da ausência de higiene dos índios. No Inverno, após grandes percursos, de patins, na neve, como único abrigo encontravam, ou uma cabana feita com abetos, dentro do qual o vento circula com tanta liberdade como fora, ou umas choças miseráveis, sem janelas, onde se amontoam pessoas a e animais, enquanto o ar se vai carregando com o cheiro penetrante de peixe e o fumo ataca a garganta, o nariz e os olhos. Depois, foi, durante anos, a aprendizagem duma língua nova, sem qualquer laço de parentesco com as línguas europeias, para compor, à custa de inauditos esforços, um dicionário e uma gramática que permitissem balbuciar, em hurão, os rudimentos da doutrina cristã. A todas estas provas, veio juntar-se o espectro, mais temível ainda, do insucesso. Com efeito, depois duma fase bastante reconfortante da amizade, os missionários encontraram, por parte daqueles a quem vinham pregar o Evangelho, resistência crescente e obstinada. Esta devia atribuir-se, segundo Brébeuf, a três factores; imoralidade dos Hurões; apego aos seus costumes; e sucessivas epidemias, a responsabilidade das quais eles atribuíam aos missionários; estas epidemias, em poucos anos, reduziram a 12 000 uma população de 30 000 habitantes. De 1636 a 1641, a missão viveu constantemente num, clima de ameaças, perseguições e tentativas de morte. Como consequência, o ritmo das conversões foi desesperadamente lento. Só em 1637, após seis anos de trabalho duro, é que Brébeuf pôde por fim batizar um adulto com saúde (isto é, não em perigo de morte). Em 1641, a missão não tinha ainda mais de 60 cristãos. A partir de 1642, hordas de Iroqueses envolvem com uma imensa rede todo o país dos Hurões. Começam então grandes desastres que continuarão até 1649; ataque aos comboios de canoas ou de gente a pé, correspondência dos missionários apanhada e destruída, Hurões e Franceses capturados, torturados e chacinados, aldeais saqueadas e incendiadas. Tantas desgraças tiveram como desenlace trágico o esmagamento dos Hurões e o martírio daqueles que tinham dado a sua vida para anunciar o Evangelho.

Princípios espirituais – Num contexto destes, a mediocridade não podia ter lugar. Era preciso optar pelo heroísmo, ou abandonar a missão. De facto, os missionários dos Hurões foram todos homens duma vida religiosa excecional. Vários dos que não receberam a graça do martírio, eram dignos dela; e os que foram martirizados, já eram verdadeiros Santos. Todos esses homens formados pelos Exercícios Espirituais de Santo Inácio, que prosseguiram sendo, para eles, a experiência determinante da sua vida. Cristo é para eles uma presença viva: companheiro de viagem, de solidão, de apostolado, de sofrimento, de martírio. Em seus escritos, a presença de Cristo aflora em todas as linhas. Como S. Paulo, foram eles atraídos por Cristo e não vivem senão para Ele. O seu amor vai principalmente para Cristo Crucificado. Vários deles pediram a missão do Canadá, porque nela se sofria mais por Cristo. Para alguns, como Brébeuf e Jogues, esta preferência é acompanhada duma verdadeira vocação à cruz. Entre as influências que marcaram a vida espiritual destes Mártires, é também preciso mencionar a do Padre Luis Lallemant, cuja forte personalidade domina toda esta geração de jesuítas.

Figuras dominantes: – Brébeuf e Jogues – As duas figuras dominantes do grupo são as de S. João Brébeuf e Santo Isaac Jogues. Três textos principais marcam a evolução espiritual do primeiro: em 1631, promessa de servir a Cristo até à morte do martírio; entre 1637 e 1639, voto de não recusar nunca a graça do martírio; em 1645, voto do mais perfeito. A vida de Brébeuf aparece-nos assim toda ela inscrita sob o signo da cruz e atravessada pela graça do martírio que desponta nos primeiros dias da sua vida religiosa e cresce até se transformar no fogo que o consome. «Jesus Cristo é a nossa verdadeira grandeza, escreve em 1635; é só a Ele e à Cruz que devemos buscar correndo atrás destes povos». No decurso dum período de perseguições, depois de ter sido insultado, escarnecido, espancado e assaltado pelos poderes infernais, Cristo confirma-o na sua vocação para a cruz: «Volta-te para Jesus Cristo crucificado: que Ele seja, de hoje em diante, a vítima consagrada ao sacrifício. «O que aparece com mais frequência nas suas Memórias, observa Ragueneau, são os sentimentos que tinha de morrer pela glória de Jesus Cristo… desejos que se mantinham oito ou dez dias seguidos». O martírio, no termo duma vida assim, é apenas uma recapitulação, a derradeira oferta. Em Brébeuf, encontram-se e harmonizam-se dois extremos: por um lado, o homem realista, amigo da tradição, organizador da missão, humilde religioso; e, por outro lado, o apóstolo que se oferece para todas as loucuras da cruz. Ao lado de Brébeuf, contrasta a personalidade de Jogues. Não foi nem fundador nem superior da missão: Foi sempre, um subalterno. Se não fosse o incidente da sua prisão, todo o seu apostolado se teria desenvolvido na obscuridade. É uma alma delicada, duma extrema sensibilidade, sempre pronto a emocionar-se; alma de humanista cuidadoso ma expressão: homem que desconfia de si, do seu parecer, das suas iniciativas pessoais. E, no entanto, a graça fez deste homem um Santo. A consciência das suas fraquezas, fá-lo admirador de seus companheiros e magnânimo para com eles. A sua obediência enche-o de silenciosa coragem. A sua sensibilidade inspira-lhe para com os selvagens, seus algozes, gestos de ternura maternal. O seu coração, que nasceu para as grandes amizades e sempre pronto a vibrar, a compadecer-se, fez dele um apaixonado de amor a Cristo, sobretudo a Cristo que sofre. Como Brébeuf, conheceu na ação as noites purificadoras di insucesso e sofrimento. Como ele, recebeu uma vocação especial para a cruz. E como ele também, foi favorecido de graças místicas, todas dominadas pela presença do martírio.

Sementes de cristãos – A missão dos Hurões desapareceu com o martírio dos que a fundaram. Da própria tribo, não restavam, em 1650, mais que umas centenas de sobreviventes. A dispersão dos Hurões teve como efeito a propagação da fé entre os povos da bacia dos Grandes Lagos do Canadá e das margens do Rio Hudson. Estes convertidos formaram o núcleo das cristandades que os jesuítas irão fundar entre os Iroqueses e os povos do Oeste. Por um desígnio misterioso de Deus. A salvação dada aos Hurões no sangue dos mártires, germinou e propagou-se por toda a América Setentrional. Por eles, a luz brilhou nas trevas. Em cada época, a igreja descobre de novo a Cristo e esta descoberta é marcada por um novo esforço missionário. Os jesuítas missionários que largaram de França no século XVII, formados pelos Exercícios de Santo Inácio, descobriram a Cristo no sinal do seu chamamento supremo à Caridade: a Cruz. Só um amor apaixonado a Cristo, que Se deu e entregou pelos homens até à maior prova de amor, pode explicar a presença na América do Norte deste grupo de jovens missionários de zelo tão inflamado. Do livro SANTOS DE CADA DIA, de www.jesuitas.pt. Ver também, www.es.catholic. e www.santiebeati.it

PAULO DA CRUZ, Santo

Fundador (1694-1775)

 

O fundador dos Clérigos Descalços da Santissima Cruz e Paixão de Nosso Senhor, chamado no século Paulo Francisco Danei, nasceu em Ovada (Alexandria, Itália), em 1694, e morreu em Roma, a 18 de Outubro de 1775. Foi o segundo de 16 filhos. Aos 19 anos, ouvindo uma exortação do pároco, sentiu-se profundamente comovido e resolveu entregar-se inteiramente ao serviço de Deus; foi a sua «conversão», como ele lhe chamava. Levado pelo desejo de morrer pela fé, aos 21 anos alistou-se como voluntário no exército da República de Veneza, que preparava uma expedição contra os Turcos, recomendada e abençoada pelo Papa; mas, rezando numa igreja diante do Santissimo Sacramento exposto para as Quarenta Horas, ficou sabendo que outras eram as batalhas a que Deus o destinava. Voltando a Castellazzo, para onde a família se transferira, iniciou uma vida de extraordinária penitência e oração. A 22 de Novembro de 1720 recebeu, do bispo de Alexandria de seu padre espiritual, a túnica preta de penitência que seria a divisa do novo Instituto, que era chamado por Deus a fundar. Retirando-se depois para um miserável quartinho pegado à Igreja de S. Carlos «nel Castellazzo», escreve em 50 dias as regras do novo Instituto, sem antes ler outras Regras, mas com tanta abundância de luz celestial, que lhe parecia ouvi-las ditadas por alguém. Em 1721, Paulo dirigiu-se a Roma para solicitar de Inocêncio XIII a aprovação das regras, mas, ao vê-lo tão miseravelmente vestido, um oficial da corte papal afastou-o. Paulo, tendo voltado a Castellazzo para levar consigo o irmão João Baptista, retirou-se juntamente com ele para o monte Argentário, que devia ser o berço do novo Instituto, renovando nele as penitências da antiga Tebaida. Nos dias de festa desciam às aldeias a instruir os fiéis na doutrina cristã e a afervorá-los com santas exortações, sobretudo recordando-lhes a paixão do Senhor. No Ano Santo de 1725 conseguiram de Bento XIII licença, dada de viva voz, para reunir companheiros; em 1727, encontrando-se de novo em Roma servindo os doentes do hospital de S. Galicano, foram ambos ordenados sacerdotes pelo mesmo Sumo Pontífice na Basílica Vaticana. Mas, logo que se viram livres para seguir a vocação, regressaram ao monte Argentário e começaram a vida missionária propriamente dita, com missões ao povo e exercícios espirituais ao clero e às comunidades religiosas, voltando,. de vez em quando, à solidão para retemperar o espírito na oração e na penitência. Deus não tardou em mandar-lhes fervorosos companheiros, entre os quais Paulo chegou a estabelecer a ideia da Congregação dos Passionistas. Viu as regras aprovadas sucessivamente por Bento XIV, Clemente XIV e Pio VI. Além da Congregação dos Passionistas, fundou também um instituto feminino de estrita clausura, as Passionistas. Não só todavia como fundador, mas também como missionário, místico e diretor espiritual, merece ele especial consideração. Como missionário,. por cerca de 40 anos fez ouvir a sua voz pelas cidades, vilas e aldeias da Toscana e do Lácio, renovando espiritualmente povoações inteiras. Como místico, pode incluir-se entre os mais ilustres da Igreja, como se revela já no seu diário, escrito por ordem de Dom Francisco de Gattinara no retiro de 40 dias no Castellazzo, em 1720. Podem distinguir-se três períodos na sua vida mística; dos 19 aos 31 anos passa por todos os graus de contemplação, até ser favorecido com o «matrimónio espiritual»; dos 31 aos 76 anos agoniza num martírio interior de trevas e horríveis desolações, participando do abandono de Jesus na cruz; dos 76 anos até à morte, as suas penas diminuem e começa a pré-gostar as alegrias do paraíso. A sua união a Jesus Crucificado foi autenticada pelos instrumentos da Paixão impressos nos seu coração. Dignas de nota na sua vida mística são as contínuas orações lágrimas pelas conversão da Inglaterra. Como diretor espiritual , conduziu muitíssimas almas à mais alta perfeição, e as mais de 2 000 cartas que deixou são mina preciosa de ensinamentos, adaptados a todos os géneros de pessoas, recomendando sobretudo, como introdução a cada grau da escada mística, a meditação quotidiana dos sofrimentos de Jesus, sendo ela «a porta que leva a alma à íntima união com Deus, ao interior recolhimento e à mais sublime contemplação». A fama de santo acompanhou-o por toda a vida, não só entre o povo, mas também entre bispos, cardeais e papas. Clemente XIV chamava-lhe «o seu paizinho» e visitou-o no retiro dos santos João e Paulo, em Roma,; visitou-o também Pio VI, a quem o santo fez que previsse as graves tribulações que o esperavam. Morreu o fundador dos Passionistas e das Passionistas, no sobredito retiro, com a idade de 81 anos. Pio IX canonizou-o em 1867. O seu corpo venera-se na basílica dos Santos João e Paulo. Do livro SANTOS DE CADA DIA, de www.jesuitas.pt.

 

• Antonio Daniel, Santo
Octubre 19 Mártir,

Antonio Daniel, Santo

Antonio Daniel, Santo

Nacido a Dieppe, en Normanía, el 27 de mayo de 1601. Después de estudiar dos años de filosofía y un año de ley, ingresó en la Sociedad de Jesús en Roma, 1, Octubre, 1621. Enviado a Canadá en 1633 él se acantonó primero en el Cabo Bretón, donde su hermano Captain Daniel había establecido un fuerte francés en 1629. Durante dos años él tubo a cargo en Quebec una escuela para los niños indios En el verano de 1648, los Iroquis hicieron un súbito ataque a la misión mientras la mayoría de los braves de Hurón estaban ausentes. El Padre Daniel hizo todo lo posible por ayudar a su gente. Antes que las murallas sean escaladas él sea había apresurado a la capilla, donde mujeres, niños, y ancianos se reunieron para recibir la absolución general y se bautizó a los catecúmenos. El propio Daniel no hizo ningún esfuerzo por escapar, más bien esperó serenamente al enemigo. Capturado por los salvajes fue ejecutado bajo una lluvia de flechas. Esto ocurrio en Teanaostae, cerca de Hillsdale, en el Condado de Limcoe, Ontario, Canadá, el 4 julio de 1648. San Antonio Daniel fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf, Isaac Jogues, René Goupil, Juan de La Lande, Natal Chabanel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo. Para ver más sobre los mártires Canadá haz "click" AQUI

• Isaac Jogues, Santo
Octubre 19 Mártir Jesuíta,

Isaac Jogues, Santo

Isaac Jogues, Santo

Etimológicamente significa “aquél a quien Dios sonríe”. Viene de la lengua hebrea. EL HOMBRE DE ORLEANS - Isaac Jogues, nació en Orleans, el 10 de enero de 1607, era el quinto de nueve niños. A la edad de diez él asistió a las escuelas Jesuítas, y, cuando tenía diecisiete, decidío volverse jesuita. Una vez aceptado, entró en el noviciado de Rouen y tenía el privilegio de ser dirigido por Louis Lalemant Padre, maestro de religion y vida espiritual. Después de dos años de noviciado Jogues siguió sus estudios en la Universidad de La Fle y en 1629 empezó a enseñar en Rouen humanidades a los jóvenes franceses. Él era un maestro exitoso, porque era un humanista dotado con un notable dominio del idioma. Cuatro años después retomó al estudio de teología en Clermont (París), y, después de tres años, se ordenó sacerdote en la capilla a Clermont. Era 1636, y Jogues se sintió listo para el trabajo de misionero en Nueva Francia, un apostolado que él había anhelado. Sus hermanos jesuítas habían lanzado la misión en Nueva Francia en 1625 mientras Jogues todavía era un novicio. En 1626, ellos habían enviado al famoso Jean de Brebeuf a abrir otra misión entre el Hurons, 900 millas tierra adentro. Éste era un apostolado muy difícil y exigente, pero Jogues deseaba ir. De los primeros años de Jogues como jesuita, el Padre Jacques Buteux, un amigo, dijo: "fue amado por Nosotros como ser muy gentil y por estar muy atento de nuestro estilo de vida." El jóven sacerdote jesuíta partió de Dieppe, el 8 de abril de 1636, y ocho semanas después su nave dejó caer ancla en la Bahía de Chaleurs. Él localizó Quebec sólo varias semanas después, el 2 de julio. EN TERRITORIO HURÓN - En una carta a su madre, datado el 20 de agosto de 1636, enviado desde Three Rivers, Jogues describió su llegada, estado de salud y las impresiones iniciales. Él también agregó una breve pero importante posdata: "He recibido órdenes de estar listo para proseguir hacia la misión en territorio Hurón en dos o tres días". El 24 de agosto, Jogues se embarcó en una canoa con cinco Hurons que habían venido a comerciar y hiban de regreso a su territorio. Sería un viaje tranquilo para el nuevo misionero con el poco familiar idioma Hurón. De hecho, este primer viaje a debe de haber sido uno de los eventos memorables en las vidas de estos o de cualesquiera otros viajeros a territorio Hurón en el futuro. Jogues nos ha dejado algunas de sus impresiones del viaje. Mencionó que su única comida para la jornada era maíz indio, aplastó entre dos piedras y hervido en agua sin ningún aliño; durmiendo en precipicios altos a orillan del río Ottawa, al aire libre y bajo la luz de la luna; la incomodidad de viajar en una canoa atestada, sin poder cambiar de posición o estirar los músculos acalambrados; el silencio forzado por no conocer una palabra del lenguaje indigena; y las costumbres extrañas y bruscas de sus compañeros de viaje.
Había también los acarreos interminables alrededor de los rápidos y cascadas tan abundantes en el río de Ottawa. Y todavía, pese a todos los riesgos usuales del viaje, el grupo de Jogues hizo un tiempo excelente. Ellos tomaron sólo diecinueve días para cubrir una distancia que normalmente tomaba veinticinco a treinta. Jogues desembarcó de su canoa en Ihonatiria el 11 de septiembre. Algunos años más tarde, retornando de Quebec a su misión fueron enboscados por los Iroquis, los más grandes enemigos de los Hurones, entre los pocos sobrevivientes se contaba Jogues quien terminó como prisionero. Incluso entre los mártires Isaac Jogues es algo único, porque estubo bajo arresto algunos años de martirio antes de que le llegara la muerte con un tomahawh. En cierto sentido, nosotros podríamos decir que el martirio de Jogues duró de 1642 a 1646. La verdadera grandeza de Jogues sólo surgió bajo la tensión de la captura y el sufrimiento increíble. Era como que si su conocidos nunca hubieran conocido la profundidad de su fe y amor hasta que fue probado en el fuego de tortura y cautiverio Iroqui. Eso ocurrió en 1642 cuando Jogues se fue tomado prisionero cerca de Sorel. San Isaac Jogues fue canonizado el 26 de junio de 1930, conjuntamente con Juan de Brébeuf, Natal Chabanel, René Goupil, Juan de La Lande, Antonio Daniel, Gabriel Lalement y Carlos Garnier. Un grupo de "amigos en el Señor", en la tierra y en el cielo. Para ver más sobre los mártires Canadá haz "click" AQUI

92992 > San Giovanni de la Lande Martire 19 ottobre

• Felipe Howard, Santo
Octubre 19 Biografía,

Felipe Howard, Santo

Felipe Howard, Santo

Etimológicamente significa “amante de los caballos”. Viene de la lengua griega. Los Padres de la Iglesia captaron perfectamente bien todo el engranaje interior de las primeras comunidades cristianas. Donde estaba la Iglesia, también estaba el Espíritu de Dios, y allí donde está el Espíritu de Dios, también está la Iglesia y toda gracia. No importa mucho la categoría social de este joven y sus enlaces con reyes y reinas. Lo que importa más es su dimensión de creyente. Nació en 1557 y murió en 1595. Los 38 años que vivió lo constituyeron en uno de los cuarenta mártires de la Iglesia de Inglaterra y de Gales. Lo bautizaron como católico y lo educaron como protestante. Durante algunos años fue indiferente a la fe. A la edad de 12 ó 14 años lo casaron con Ana Dacre. Estudió en Cambridge. La reina Isabel mandó que mataran a su padre, él se convirtió en uno de sus favoritos. Llevó una vida disipada y frívola en la corte. Años después, se dio cuenta de que necesitaba reformar sus costumbres. Cuando la reina se enteró, puso bajo arresto a su mujer Ana Dacre y a Felipe lo envió a la prisión de la Torre de Londres. Tras esta dura experiencia, volvió con mucho fervor a la Iglesia católica. En 1585 intentó huir de Inglaterra por el Canal de la Mancha hacia Flandes con su familia, amigos y muchos católicos. El capitán del barco lo traicionó y fue derecho a la Torre de Londres de nuevo. Murió seis meses más tarde envenenado. ¡Felicidades a quien lleve este nombre!

•Frideswide, Santa

Frideswide, Santa

Frideswide, Santa

Patrona de Oxford

Martirologio Romano: En Oxford, en Inglaterra, santa Frideswide, virgen, que, siendo de estirpe regia, fue elegida abadesa de un monasterio doble de monjes y de monjas (735). Santa Frideswide es la patrona de Oxford. Guillermo de Malmesbury nos dejó la reseña más sencilla de la leyenda de la santa en un escrito anterior al año 1125. Frideswide, una vez que se vio libre de las solicitudes de un reyezuelo, fundó en Oxford un monasterio y pasó ahí el resto de su vida. Según la forma más compleja de la leyenda, Frideswide era hija del cortesano Didán y de su esposa Safrida. La educación de la niña fue confiada a una dama llamada Algiva. Cuando Frideswide leyó que "todo lo que no es Dios es nada" se sintió llamada a la vida religiosa. Pero el príncipe Algar, prendado de su belleza, trató de raptarla. Entonces, la joven huyó con dos compañeras por el río Isis y se ocultó durante tres años en la cueva que servía de guarida a un jabalí. Como continuase la persecución de Algar, Frideswide invocó la ayuda de Santa Catalina y Santa Cecilia, con el resultado de que el pretendiente quedó ciego hasta que prometió dejar en paz a la doncella. Según la leyenda, esa era la razón por la que los reyes de Inglaterra, hasta Enrique II, no iban jamás a Oxford. Para poder consagrarse más plenamente a Dios en la soledad, Santa Frideswide construyó con sus manos una celda en el bosque de Thornbury (actualmente Binsey), donde se acercó al Reino de los Cielos mediante el fervor y la penitencia. Se cuenta que la santa hizo brotar la fuente de Binsey con sus oraciones y que los peregrinos solían acudir allá en la Edad Media. La muerte de Frideswide suele situarse en el año 735. Dios honró su sepulcro con numerosos milagros, de suerte que se convirtió en uno de los principales santuarios de Inglaterra. Por lo que parece, la leyenda de Santa Frideswide, tal como se canserva carece de fundamento histórico y no merece crédito alguno. Sin embargo, es probable que la santa haya fundado un monasterio en Oxford, en el siglo VII El monasterio fue restablecido en el siglo XII por los canónigos regulares de San Agustín. En 1180, las reliquias de Santa Frideswide fueron trasladas solemnemente a la iglesia construida en su honor. El canciller y los miembros de la Universidad solían ir al santuario dos veces al año, a la mitad de la Cuaresma y el día de la Ascensión. En 1525, el cardenal Wolsey, con autorización del Papa Clemente VII, disolvió el convento de Santa Frideswide y fundó ahí el Cardinal College; la iglesia conventual se convirtió en capilla del colegio. En 1546, Enrique VIII cambió el nombre de colegio por el de "Aedes Christi" (Christ Church) y la capilla se convirtió en catedral de la nueva diócesis de Oxord. Durante el reinado de María, la Santa Sede reconoció la diócesis y catedral. Por entonces, las reliquias de Santa Frideswide fueron recogidas, aunque probablemente no dispersadas, ya que el año de 1561, cierto canónigo de Christ Church, que probablemente estaba loco, profanó las reliquias con un fanatismo increíble. Durante el reinado de Eduardo VI, había sido sepultada en la iglesia la monja apóstata Catalina Cathie, quien había contraído matrimonio con el fraile Pedro Mártir Vermigli. Los restos de Catalina habían sido removidos en la época de la reina María; pero el canónigo Calfhill los reunió con los de Santa Frideswide y los sepultó en la iglesia. Al año siguiente, vio la luz un escrito latino (y otro alemán) en el que se relataban los sucesos, con ciertos comentarios seudopiadosos sobre el texto "Hic jacet religio cum superstitione" (aquí yace la religión junto con la superstición). No es seguro que dicho texto haya sido grabado sobre el sepulcro, aunque varios autores, entre los que se cuenta Alban Butler, lo afirman así. Este comenta: "el sentido obvio de la inscripción nos lleva a pensar que aquellos hombres querían matar y sepultar toda religión."
El nombre de Santa Frideswide figura en el Martirologio Romano. Su fiesta celebra en la arquidiócesis de Birmingham.

74430 > Santa Fridesvida di Oxford Badessa 19 ottobre MR


• Inês de Jesús de Langeac, Beata
Octubre 19 Religiosa Dominica,

Ins de Jess de Langeac, Beata

Inês de Jesús de Langeac, Beata

Hoy se está celebrando la fiesta de la Beata Inés de Jesús Galand, monja del Monasterio de Langeac, Francia. Inés de Jesús Galand nació en 1602 y vivió una vida corta, falleció en 1634. Entró en el monasterio en Langeac que todavía existe hasta el día de hoy. En 1627 Inés fue elegida para servir a su comunidad como Priora. En 1631, Jesús y María interiormente invitan a Inés a interceder y orar por un sacerdote a quien ella no conocía. Tres años después, en el parlour del monasterio ella se encontró con Jean-Jacques Olier, fundador del Seminario Mayor de S. Sulpice y ella comprendió que él era el sacerdote por quien ella estaba ofreciendo su vida de oración y sacrificio. Ella murió un año después y deja a sus hermanas su vocación particular de orar por los sacerdotes. Nuestro presente Santo Padre, Juan Pablo II beatificó a Inés de Jesús el 20 de noviembre de 1994. “Querídisima Beata Inés de Jesús, hoy más que nunca, nosotros le pedimos que sigas intercediendo por nuestros sacerdotes, que ellos pueden ser hombres llenos del fuego de Dios, llenos de amor para servir al rebaño de Cristo”.

• Laura de Córdoba, Santa
Octubre 19 Mártir,

Laura de Crdoba, Santa

Laura de Córdoba, Santa

Del latín Lurus = Laurel. significando también "triunfo" En el latín imperial se encuentra como nombre masculino "Lurus" siendo sus femeninos "Laurea" y "Laurilla". Pertenecía a una noble familia y además estaba casada con un importante funcionario del emirato independiente cordobés. Pero quedó viuda y entra al monasterio de Santa María de Córdoba, llegando incluso a ser abadesa. Proclamó en público su fe cristiana y el emir Muhammad I la mandó prender y azotar, ya que en esos tiempos España estaba invadida por los musulmanes. Al ver que no renegaba del cristianismo, fue llevada a los más duros castigos de varas antes de ser sumergida en una caldera de plomo hirviendo, y aún así en plena agonía seguía con sus cánticos y alabanzas día y noche que habían hecho las delicias de sus compañeras de monasterio, su muerte fue el 19 de octubre del año 864.

 

Honorio, Santo

Abad, Octubre 20

Honorio, Santo

Honorio, Santo

Fregenal de la Sierra (Badajoz) remonta sus orígenes hacia el 580 antes de Cristo, cuando la poblaron los celtas de la Lusitania, llamándola Nertóbriga.  Inscripciones romanas confirman la presencia del Nuevo Imperio del Lacio. Fue sede episcopal, que en el reinado de Wamba ya había sido extinguida. Después fue villa de los templarios con su castillo como plaza fuerte y con las encomiendas de Higuera y Bodonal. Uno de los cuatro santos que figuran en su historia cristiana fue san Honorio, abad. En una lápida hallada en la ermita de San Miguel se lee la siguiente inscripción: "In nomine Domini respicis augustum praeciosa rupe supulcrum. Hospitium Beatissimi Honorii abbatis caelestia tenentis regna. In saecula saeculorum amen. Hic tumullus Honorii abbatis". Así, sabemos de su vida ejemplar, de sus oraciones y penitencias, del testimonio ante los cristianos de la primera época. Nos queda el deseo de darle a Dios, siguiendo sus pasos, lo mejor de nuestro tiempo. 

90809 > Beata Agnese di Gesù (Galand) de Langeac Domenicana 19 ottobre MR

 
74420 > Sant' Aquilino di Evreux Vescovo 19 ottobre MR

 
74390 > Sant' Asterio di Ostia Martire 19 ottobre MR

 
91027 > Santa Cleopatra 19 ottobre


74410 > Sant' Etbino (Ethbin) di Kildare Eremita e abate 19 ottobre MR


93086 > San Filippo Howard Martire 19 ottobre MR


74430 > Santa Fridesvida di Oxford Badessa 19 ottobre MR

 
91509 > San Gioele Profeta d’Israele 19 ottobre MR


91720 > Beato Giorgio (Jerzy) Popieluszko Sacerdote e martire 19 ottobre


92992 > San Giovanni de la Lande Martire 19 ottobre


94756 > Beato Giovanni Januari Mercedario 19 ottobre


92393 > Santi Giusto, Flaviano e compagni Monaci e martiri 19 ottobre


74405 > San Grato di Oloron Vescovo 19 ottobre MR

 
74400 > Santa Laura di Cordova Martire 19 ottobre


93351 > Santi Luca Alonso Gorda e Matteo Kohioye Martiri domenicani 19 ottobre MR

 
90483 > San Lupo di Soissons Vescovo 19 ottobre


29700 > Santi Martiri Canadesi (Giovanni de Brébeuf, Isacco Jogues e compagni) Martiri 19 ottobre - Memoria Facoltativa MR

 
29750 > San Paolo della Croce Sacerdote 19 ottobre e 18 ottobre - Memoria Facoltativa MR


74395 > Santi Sabiniano e Potenziano Martiri 19 ottobre MR

 
93649 > Beata Sancia d’Aragona Vergine mercedaria 19 ottobre


90487 > Santi Tolomeo e Lucio Martiri 19 ottobre MR

 
74435 > Beato Tommaso Helye Sacerdote 19 ottobre MR

 
92526 > San Varo e compagni Martiri in Egitto 19 ottobre MR

 
74415 > San Verano di Cavaillon Vescovo 19 ottobre MR

 
 
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