Juliana Falconieri, Santa | Fundadora, Junho 18
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Fundadora das Servas da Virgem MaríaEsta santa teve a dita de ser sobrinha de um santo (S. Alejo Falconieri, irmão de seu pai) e de ser dirigida espiritualmente por outro santo (S. Felipe Benicio).
Nasceu em Florença no ano 1270. Seu pai era riquíssimo e havia construido por sua própria conta um templo em honra da Sma. Virgem de quem era sumamente devoto.
Os pais haviam suplicado por muitos anos a Deus que lhes concedesse descendência e ao fim conseguiram que lhes desse esta filha que ia a ser sua glória e sua alegría.
De joven era tão virtuosa, que S. Aleixo lhe disse à mãe de Juliana: "Deus não só te deu uma filha, mas também te deu um verdadeiro anjo".
De menina costumava passar largos bocados de tempo, rezando no templo, pelo que a mamã lhe repetía: "Se não concedes mais tempo à costura e à cozinha, não vais a encontrar marido". Mas aquela ameaça não produzía nenhum temor, já que sentía uma imensa inclinação para a virgindade. Havendo ela os chamou àparte e lhes disse que havia tomado a decisão inquebrantável de quedar-se solteira e dedicar sua vida à oração,à meditação, à caridade e ao apostolado. Tinha apenas 15 anos.
Bem preparada por seu tío, S. Aleixo (fundador dos Servos de María) recebeu do grande apóstolo São Felipe Benicio o distintivo de Terceira dos Servos de María. Este distintivo era um manto sobre a cabeça. Ela seguiu vivendo em sua casa com a mamá, mas observando uma conduta tão religiosa e tão santa como a de uma fervorosa religiosa. A outras lhes agradou este modo de praticar a vida religiosa (ficando-se com seus familiares, mas observando uma conduta como a de uma santa monja) e seguiram seu exemplo. Todas levavam como distintivo um manto sobre a cabeça, pelo que a gente as chamava: las muchachas de la pañoleta.
Cresceu muito o número das jóvenes Terceiras (se chaman terceiras as que pertencem ao terceiro ramo de uma comunidade religiosa; a primeira são os homens; a segunda son las monjas y la tercera son las personas laicas que viven en el mundo pero llevando una conducta como de gente muy piadosa) y tuvieron que conseguir una casa para reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su asociación tomó el nombre de "Siervas de la Virgen María". Durante 35 años, hasta su muerte, dirigió nuestra santa a esta piadosa asociación, llevándola a un alto grado de perfección.
Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo que se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a pensar y leer acerca de la Santísima Viren (de quien fue supremamante devota desde sus primeros años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy superior a ella (cumpliendo lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás como superiores en todo a vosotros)."(Filip. 2,3).
Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma era la más exacta en cumplir cada uno de los artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas.
Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al recibir las demostraciones de su afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los que necesitaban de su colaboración.
Los sacerdotes decían que a los pecadores les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta sencilla religiosa seglar, que los sermones de los mejores predicadores. Muchos pecadores se convirtieron de su vida de maldad, después de tener una charla con Juliana, la de la "pañoleta".
Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban para siempre la paz, cuando la santa se dedicaba a volverlos otra vez a la amistad.
Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo. A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le respondía: "Es para alejar las tentaciones".
Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento más.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias.
En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y esto constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia. Y sucedió que en la última visita que le hizo el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel la Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y su estómago no le permitía, pero su fe le consiguió el prodigio de poder comulgar. Después de muerta encontraron sobre su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran cortado para que pasara una Hostia.
En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia.
Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció, Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor hacia Nuestro Señor.
En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan grande santa que nos obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo Santísimo de Cristo.
Fue canonizada por Clemente XII el 16 de junio de 1737. |
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